ROMA, domingo 15 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Mientras en los albores del siglo XX tenía lugar el gran torneo para ocupar el lugar del arte tradicional, los italianos carecían de un campeón. Los cubistas en Francia redefinían la construcción del espacio pictórico; los dadaístas en Suiza y América se dedicaban a exhibir un cuarto de baño; mientras que los expresionistas importunaban con sus colores a Alemania y Rusia.
Con algo de lentitud, Italia se sumaba finalmente a este torneo y, el 20 de febrero de 1909, el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti publicaba un manifiesto proclamando una nueva visión italiana del arte.
«El Manifiesto del Futurismo» denigraba la cultura tradicional y pedía una revisión total del arte, la sociedad y la política. Los pintores, arquitectos y escritores prestaron su voz al movimiento que presentaba la velocidad característica de la era moderna.
La semana pasada comenzaron en Roma las celebraciones por el centenario del futurismo que durarán un año. Un gran exposición de arte en el centro de exhibiciones del Quirinal, eventos literarios y musicales son sólo algunas de las muchas actividades planeadas para este año.
La ciudad ha propuesto una serie de «Tardes Futuristas», organizadas originalmente por grupos futuristas en las primeras décadas del siglo XX. Estas tardes querían sacudirle a la burguesía, a través del teatro y de la música, sus valores convencionales y abrirla a la nueva era.
La exposición de pintura futurista sigue siendo el punto culminante del año con obras reunidas de todo el mundo. Los italianos podrán reencontrarse con los principales artistas de este movimiento, Umberto Boccioni, Giacomo Balla, Carlo Carrà y otros, pintores poseídos por una visión artística única.
La primera época del futurismo rechazó la tradición y lo que consideraba formas gastadas de expresión artística. En poesía, esto se tradujo en nuevas estructuras gramáticas en las obras de Marinetti; en el arte, abandonar los espacios con perspectiva cuidadosamente construidos y las modeladas formas humanas que desde siempre habían distinguido a la pintura italiana.
Los pintores futuristas intentaron representar el dinamismo y movimiento en sus obras. La vida moderna, dominada por máquinas y el mundo industrializado que avanzaba eran más dignos de representarse que los antiguos temas de antes.
«Un automóvil rugiendo es más hermoso que la ‘Victoria de Samotracia'», clamaba Marinetti, y Boccioni intentó probarlo. Umberto Boccioni, uno de los líderes futuristas, produjo una de las obras más emblemáticas del movimiento, «La Ciudad se levanta». Pintada con los brillantes colores de las luces de la ciudad, anticipando el rojo, el naranja y el verde de los semáforos y los brillantes neones de las marquesinas, la obra abruma al espectador con el color.
Un paisaje urbano de edificios en construcción trazado con luces converge en el punto donde un caballo rojo llameante, dibujado con millares de líneas onduladas, se levanta en una masa de energía concentrada. El caballo, que aparecería con frecuencia en la obra de Boccioni, representaba el caballo de energía, la maquinaria que mueve la ciudad y aumenta la velocidad y la dinámica de la vida diaria.
La técnica divisionista, una versión italiana del impresionismo, marcó las primeras obras de los futuristas. Pequeñas líneas de color puestas unas junto a otras eran explotadas por estos artistas para crear la ilusión del borroso contorno del movimiento. Giacomo Balla produjo una encantadora pintura, «Dinamismo de un Perro con su Correa», donde un pequeño perro corretea por el blanco lienzo, sus patas y cola anticipando la moderna técnica de cine del «a cámara lenta». Los movimientos del perro tienen su eco en la fluctuante falda de su dueña, su única parte visible.
Boccioni y Carrà fueron a París en 1911 para visitar a Marinetti y en la capital de la experimentación artística, los dos futuristas se encontraron con el cubismo. La formulación del espacio en la obras de Braque y Picasso les abrieron la puerta a estos artistas italianos para volcar más eficazmente en el lienzo el movimiento y la vida vibrante. Carrà creó en 1911 «Funeral por el Anarquista Galli» donde los fuertes contrastes entre las sombras oscuras y las zonas de vivos tonos naranja intensifican la incontrolada masa en movimiento de las figuras. Las corrientes de acción, «las líneas de fuerza» de los futuristas, se hacen más poderosas fragmentando los objetos en unidades geométricas que se solapan.
Boccioni creó «Formas Únicas de Continuidad en el Espacio» en 1913, una escultura futurista. Su épica figura se adentra en el futuro, desplazando visiblemente el espacio a su alrededor. Las planchas curvilíneas, que parecen arrastrarse detrás mientras la figura se proyecta hacia adelantes, son muy similares a los paños flotantes de la Victoria de Samotracia.
«Dinamismo de un Jugador de Fútbol» de Boccioni, que une dos grandes pasiones de Italia – el fútbol y el arte – presenta más algo parecido a una explosión en el lienzo que un póster de una estrella del deporte.
El movimiento futurista estaba marcado por un sentimiento nacionalista. Para los futuristas, la Italia de después de la unificación nunca cumplió su promesa de ser una nación verdaderamente moderna. Todavía reino, Italia parecía anclada a un pasado anticuado mientras que las innovaciones del nuevo siglo le pasaban cerca.
Alabaron las ciudades de Milán y Turín como los escaparates de la nación donde las fábricas y el desarrollo urbano abundaban y evitaron las antiguas ciudades de Florencia, Venecia y Roma como museos estancados de un pasado muerto.
La tecnología era su gran pasión, y este amor los llevó, en última instancia, a creer que la guerra era la «sublime experiencia de la vida humana». Respaldaron con fuerza la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, incluso pintaron pósters de propaganda bélica. Umberto Boccioni, no obstante, se convirtió en una de las bajas de la guerra a la edad de 34 años, poniendo fin a la era futurista.
El aspecto nacionalista del movimiento y su glorificación de la guerra hicieron que el futurismo se viera ligado al movimiento fascista de los años sucesivos. Los críticos han discutido la influencia del futurismo en Mussolini que era un joven en momento culmen del movimiento.
Su brillante colorido y vibrante optimismo, y los numerosos elementos de este movimiento hacen que uno se pregunte si es buena idea glorificar con arrebatos este periodo. En el lado positivo, la reafirmación de la identidad nacional italiana unificó al pueblo italiano frente a una Europa cada vez más uniforme y recordó a los italianos su largo liderazgo en el arte.
La nota más preocupante resuena en su rechazo de la tradición, que incluía el largo pasado cristiano de Italia que permea la conformación de la nación. Los futuristas querían abandonar los valores tradicionales y forzar al pueblo a aceptar los nuevos valores de una sociedad utilitarista dependiente de las máquinas y el progreso; dados los actuales frentes de batalla ante el valor de la vida humana, sería trágico volver a despertar esta voz artística optimista para promover una agenda de muerte.
Una ojeada a la tradición
Mientras que en la Colina del Quirinal se celebraba el dinamismo, la Colina del Vaticano mostraba la estabilidad. La sala de iconos de los Museos Vaticanos se volvía a abrir este mes después de algunos años de reorganización y restauración.
Escondida en una esquina lejana de la Pinacoteca Vaticana, la sala de iconos bizantinos contiene 115 imágenes sobre madera fechadas del siglo XV al XIX. En esta con frecuencia perdida sección del museo, los iconos fueron expuestos una vez en un espacio oscuro con una información didáctica mínima.
Este año, la colección de iconos tiene su propio guardián y
un espacio de exposición mejorado. La iluminación permite a los visitantes apreciar el fino detalle que suele caracterizar estas obras de arte.
La pieza más importante de la sala es una iconostasis de 1808. De unos cinco pies de alto por 10 de ancho, esta pantalla que estaba entre el altar y los fieles estaba cubierta de imágenes. Juan Bautista en la gloria en el panel superior mientras su decapitación se presenta debajo. San Cristóbal encuentra un destino similar en el lado opuesto. Las imágenes centrales representan a María y a Cristo, incluyendo una imagen vista rara vez en el arte occidental, la Madonna y el niño sentados en un cáliz. Llamado «María, Fuente de Vida», es un recordatorio de la base teológica de los iconos de Oriente.
Los iconos representan una verdad teológica. Al contario del arte del Renacimiento en el que los artistas meditaban en los relatos sagrados y los traducían al lenguaje visual de su tiempo, el icono establece una enseñanza y mantiene su continuidad. Los grandes ojos de Cristo nos dicen que él lo ve todo, su garganta abultada enfatiza la Palabra. La púrpura establece su realeza, y sus dos dedos extendidos, su naturaleza dual de hombre y Dios.
Las imágenes estáticas congelan la Verdad para que el hombre la contemple. Los iconos son de pequeño formato y, en muchos casos, para viaje, de manera que el hombre que viaja por la vida, pueda siempre encontrar un momento de descanso con su Salvador.
El encantador icono del funeral de Efrén Estilobita de 1630 muestra un paisaje de cuevas lleno de eremitas en meditación. En cada una de estas celdas libres de muebles y confort cuelga un icono, un tributo a la importancia devocional de este arte.
Un impresionante número de escenas marianas rodean la sala, incluyendo la muy popular imagen de la «Dormición de la Virgen». La omnipresencia de María en estas obras recuerda que muchas de nuestras más queridas devociones, la Inmaculada Concepción por ejemplo, se originaron en Oriente y fueron traídos a Occidente durante la persecución iconoclasta.
La controversia iconoclasta duró del 730 al 847 con una breve pausa a finales del siglo VIII. Durante este periodo, se destruyeron incontables imágenes porque muchos de los dirigentes orientales temían que sus derrotas ante los musulmanes se debían a la idolatría. Los iconófilos huyeron a Occidente, muchos a Roma, influyendo profundamente en el arte de Italia hasta la época del Renacimiento.
El museo se vuelve a abrir en un momento muy oportuno para la Iglesia bizantina. El primer domingo de Cuaresma en el rito bizantino es conocido como el Domingo de la Ortodoxia para celebrar el fin definitivo de la persecución iconoclasta en el 847. En la celebración del triunfo de la imaginería religiosa, todos los iconos móviles son tradicionalmente llevados en procesión alrededor de la iglesia.
En este tiempo cuaresmal de preparación, los iconos ofrecen una pausa, a las ocupadas y distraídas vidas modernas, para meditar en silencio en nuestra fe y en nuestra salvación.
Por Elizabeth Lev, profesora de arte y arquitectura cristianos en el campus italiano de la Universidad Duquesne y en el programa de estudios católicos de la Universidad de Santo Tomás. Se puede contactar con ella en lizlev@zenit.org.