YAUNDÉ, jueves, 19 marzo 2009 (ZENIT.org).- «Hemos llegado de los cuatro puntos del horizonte y estamos aquí, Señor, en tu casa», cantaban hoy cuarenta mil gargantas africanas en el estadio Omnisport de Yaundé, Camerún, en la celebración de la Eucaristía con Benedicto XVI. El arzobispo de Yaundé Victor Tonyé Bakot saludó al Papa como el «Gran Mvamba» (Gran Padre) en lengua ewondo.
Desde la madrugada, un río de gente afluía en esta fiesta de San José al encuentro con Benedicto XVI en el estadio Omnisport de Yaundé. Largas filas, distribuidas por los colores de los billetes, esperaban pacientemente el momento de entrar. Las medidas de control eran lentas y el nerviosismo crecía entre grupos de peregrinos, que han venido de todas las parroquias del país, así como delegaciones de otros países africanos.
Junto a quienes portaban billetes –todos gratuitos– facilitados por las parroquias, otros esperaban aprovechar la más pequeña posibilidad de encontrar un hueco, dado que la capacidad del estadio es de 40.000 personas y no todos pudieron conseguir un billete.
Al final, todos, con billete o sin él, entraron en el estadio. Las fuerzas de seguridad abrieron las puertas a todos, sin más control, ya que se acercaba la hora del inicio y los controles eran lentísimos.
Familias enteras, grupos parroquiales, movimientos laicales ocuparon sus puestos en las gradas ataviados con vestidos de una tela especial con estampados que aluden a la visita. Es costumbre, en muchos países de África, que los invitados vayan a las fiestas vestidos todos con el mismo estampado como un signo de compartir comunitario, de que todos participan de la misma alegría. Aunque la creatividad, sobre todo de las mujeres, hace que cada vestido y cada tocado sea único.
Al entrar el «papamóvil» en el recinto, Benedicto XVI fue saludado por el fervor de una multitud, en la que se escuchaba el típico grito africano de alegría en los grandes acontecimientos. Una coral de seiscientos cantores e instrumentistas, la «Mega Chorale 600» amenizó toda la espera e interpretó los cantos de la Misa, seguida con entusiasmo por una multitud que marcaba el ritmo con las palmas o con un ondular de manos.
El altar para la celebración litúrgica tenía forma de barca, con una parte cubierta con hoja de palma, por lo que era a la vez navío y casa. Los adornos y una cruz hechos también con hoja de palma. En la barca, centenares de sacerdotes y obispos, con albas y casullas blancas, rodeaban al Papa que vestía una casulla dorada. En tierra, ante el altar, escrito el lema del Sínodo: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosostros sois la luz del mundo».
No hubo espectadores en este estadio. Eran personas que seguían la celebración, respondían al celebrante, cantaban, oraban, comulgaban, todo con serenidad y profundidad, como siendo muy conscientes de vivir un momento único. Ni uno solo se movió de su lugar, ni siquiera los niños pequeños, en todo el tiempo que duró la misa, unas dos horas, más una media hora para presentar el Instrumentum Laboris (documento de trabajo) del próximo Sínodo de los Obispos de África.
«Es la hora de África» dijo, en su discurso de bienvenida al Santo Padre, el arzobispo de Yaundé Victor Tonyé Bakot que saludó a Benedicto XVI como el «Gran Mvamba» (Gran Padre) en lengua ewondo. Sus palabras fueron acogidas con aplausos y el grito de alegría africano.
Cuando el Papa tomó la palabra y dijo que se alegraba de celebrar el día de su santo aquí, felicitando a todos los que llevan su nombre, el estadio se venía abajo.
Tanto sus palabras iniciales, como toda la homilía, fueron subrayadas en numerosos momentos por los aplausos y gritos de los fieles.
En la oración de los fieles, en distintas lenguas, incluido el español, se oró en lingala «por todos los países de nuestras subregiones que viven la violencia fratricida, en especial el Congo, Uganda, Chad…» para que abandonen «toda voluntad de hegemonía que favorece los gérmenes de división y de odio y que, bajo la inspiración del Espíritu de reconciliación, todos los protagonistas aprendan a afrontar las tensiones con el diálogo fraternal en lugar de con las armas».
A la celebración asistió, en la tribuna de autoridades, el presidente de Camerún Paul Biya, antiguo seminarista, con su esposa Chantal y sus hijos.
Tras la bendición papal, se procedió a la entrega del Instrumentum Laboris. El secretario general del Sínodo, el arzobispo Nikola Eterovic, dirigió al Santo Padre unas palabras presentando este documento de trabajo y, a continuación, Benedicto XVI pronunció una breve alocución, tras la cual entregó el documento a cada uno de los representantes que estaban presentes de las 42 conferencias episcopales de África.
Para la ocasión, durante la eucaristía, la coral cantó un himno a África en el que se glosa el lema del Sínodo «de la reconciliación, la justicia y la paz».
Tras despedir al «Gran Mvamba» con cantos y aplausos, los asistentes formaron un río humano que se extendió por las colinas de Yaundé, enviados por el tercer sucesor de Pedro que visita este continente –sin contar a los tres papas que África dio a la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo– a ser «sal de la tierra y luz del mundo».
Nieves San Martín