YAUNDÉ, jueves, 19 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la mañana de este jueves, al presidir la celebración eucarística en la fiesta litúrgica de san José, con ocasión de la publicación del «Instrumentum laboris» (documento de trabajo) de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, en el estadio Amadou Ahidjo de Yaundé.
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[En francés]
Queridos hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas:
¡Alabado sea Jesucristo que nos ha reunido hoy en este estadio para hacernos penetrar de una manera más profunda en su vida!
Jesucristo nos reúne en este día en el que la Iglesia, aquí en Camerún, al igual que en toda la tierra, celebra la fiesta de san José, esposo de la Virgen María. Comienzo deseando una feliz fiesta a todos los que, como yo, han recibido la gracia de llevar este hermoso nombre, y le pido a san José que les proteja especialmente, guiándoles hacia el Señor Jesucristo todos los días de su vida.
Saludo también a las parroquias, escuelas y centros de estudios, las instituciones que llevan el nombre de san José. Doy las gracias a monseñor Tonyé Bakot, arzobispo de Yaundé, por sus amables palabras y dirijo un cálido saludo a los representantes de las conferencias episcopales de África, venidos a Yaundé con motivo de la publicación del Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos.
¿Cómo es posible entrar en la gracia específica de este día? En unos momentos, al final de la misa, la liturgia nos revelará el punto culminante de nuestra meditación, cuando nos invitará a decir: «Con este alimento recibido en tu altar, Señor, has saciado el hambre de tu familia, gozosa al celebrar a san José; custódiala siempre bajo tu protección y vela por los dones que le has concedido». Como podéis ver, le pedimos al Señor que siempre mantenga a la Iglesia bajo su protección –¡y lo hace!–, como José protegió a su familia y veló sobre los primeros años del Niño Jesús.
El Evangelio nos lo acaba de recordar. El ángel le había dicho: «No temas tomar contigo a María tu mujer» (Mateo 1, 20) y esto es precisamente lo que hizo: «hizo como el ángel del Señor le había mandado» (Mateo 1, 24). ¿Por qué motivo Mateo quiso subrayar esta fidelidad a las palabras recibidas del mensajero de Dios, si no es para invitarnos a imitar esta fidelidad llena de amor?
La primera lectura que acabamos de escuchar no habla explícitamente de san José, sino que nos enseña muchas cosas sobre él. El profeta Natán va a decir a David, por orden del mismo Dios: «afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas» (2 Samuel 7, 12). David tiene que aceptar la muerte sin ver la realización de esta promesa, que se cumplirá «cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres». De este modo, podemos ver que uno de los deseos más queridos para el hombre, el de ser testigo de la fecundidad de su obra, no siempre es escuchado por Dios. Pienso en aquellos, de entre vosotros, que son padres o madres de familia: legítimamente tienen el deseo de dar lo mejor de ellos mismos a sus hijos y quieren ver como logran un auténtico logro. Sin embargo, no hay que equivocarse en lo que significa este logro: lo que Dios le pide a David es que confíe en él. David no verá a su sucesor, que tendrá un trono «estable para siempre» (2 Samuel 7, 16), pues este sucesor, anunciado bajo el velo de la profecía, es Jesús. David confía en Dios. Del mismo modo, José confía en Dios, cuando escucha que su mensajero, su ángel, le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mateo 1, 20). José es, en la historia, el hombre que ha dado a Dios la prueba más grande de confianza, incluso ante un anuncio tan increíble.
[En inglés:]
Queridos padres y madres reunidos hoy aquí, ¿confiáis en Dios que hace de vosotros padres y madres de sus hijos adoptivos? ¿Aceptáis que cuente con vosotros para transmitir a vuestros hijos los valores humanos y espirituales que habéis recibido y que les prepararán para vivir su vida con amor y respeto de su santo nombre? En una época en que tantas personas sin escrúpulos quieren imponer el reino del dinero despreciando a los más pobres, tenéis que estar atentos. África, en general, y Camerún en particular, ¡están en peligro si no reconocen al verdadero autor de la Vida! Hermanos y hermanas en Camerún y en África, ¡habéis recibido de Dios muchas virtudes humanas, cuidad de vuestras almas! No os dejéis fascinar por falsas glorias e ideales falsos. ¡Tened fe! Sí. Seguid creyendo en Dios –Padre, Hijo, y Espíritu Santo–, el único que os ama como vosotros deseáis ser amados, el único que puede satisfaceros, que puede dar estabilidad a vuestras vidas. Sólo Cristo es el camino de la Vida.
Sólo Dios podía dar a José la fuerza para confiar en el ángel. Sólo Dios os dará, queridas parejas de casados, la fuerza para educar a vuestras como él quiere. ¡Pedídselo! A Dios le gusta que se le pida lo que quiere dar. Pedidle la gracia de un amor auténtico y aún más fiel, a imagen de su amor. Como dice magníficamente el Salmo: «Cimentado está el amor por siempre, asentada en los cielos mi lealtad» (Salmo 88, 3).
Al igual que en otros continentes, la familia –en vuestro país y en África– atraviesa un período difícil, pero la fidelidad a Dios será de ayuda para superarlo. Algunos valores de la vida tradicional se han trastocado. Las relaciones entre las generaciones se han modificado de una forma que no favorece como antes la transmisión de los conocimientos antiguos y de la sabiduría heredada de los antepasados. Con demasiada frecuencia somos testigos de un éxodo rural, pero no como el que se ha conocido en muchos períodos de la historia. La calidad de los lazos familiares queda profundamente afectada. Desarraigados y frágiles, los miembros de las generaciones jóvenes, a menudo sin trabajo –por desgracia–, buscan remedios para el mal de vivir refugiándose en paraísos importados, efímeros y artificiales, que –como sabemos– nunca garantizarán al ser humano una felicidad profunda y duradera.
A veces los africanos se ven obligados a huir de sí mismos y a abandonar todo lo que constituía su riqueza interior. Frente al fenómeno de una urbanización galopante, abandonan su tierra, física y moralmente, no como Abraham para responder a la llamada del Señor, sino por una especie de exilio interior que les aleja de su mismo ser, de sus hermanos y hermanas de sangre, del mismo Dios.
¿Hay una fatalidad, una evolución inevitable? Ciertamente no. Ahora más que nunca tenemos que «esperar contra toda esperanza» (Romanos 4,18). Quiero reconocer aquí con aprecio y gratitud el extraordinario trabajo realizado por innumerables asociaciones que promueven la vida de fe y la práctica de la caridad. ¡Debe expresárseles agradecimiento calurosamente! ¡Que encuentren en la Palabra de Dios una nueva fuerza para continuar con sus proyectos a favor de un desarrollo integral de la persona humana en África, especialmente en Camerún!
La primera prioridad consiste en volver a dar sentido a la acogida de la vida como don de Dios. Para la Sagrada Escritura, como para la sabiduría de vuestro continente, la llegada de un niño es una gracia, una bendición de Dios. Hoy es urgente dar más importancia a esto: cada ser humano, incluso el más pobre y pequeño, está creado «a imagen y semejanza de Dios» (Génesis 1, 27). ¡Toda persona debe vivir! ¡La muerte no debe prevalecer sobre la vida! ¡La muerte nunca tendrá la última palabra!
Hijos e hijas de África: ¡no tengáis miedo de creer, de esperar, de amar! ¡No tengáis miedo de dec
ir que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, que solamente Él nos puede salvar! San Pablo es, de hecho, un autor inspirado dado a la Iglesia por el Espíritu Santo como «maestro de las naciones» (1 Timoteo 2, 7), cuando nos dice que Abraham, «esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones, según le había sido dicho: ‘Así será tu posteridad'» (Romanos 4, 18).
«Firmes en la esperanza contra toda esperanza», ¿no es una definición magnífica del cristiano? África está llamada a la esperanza a través de vosotros y en vosotros. Con Cristo Jesús, que pisó el suelo africano, África puede transformarse en el continente de la esperanza. Todos somos miembros de los pueblos que Dios dio como descendencia a Abraham. Cada uno y cada una de nosotros fue pensado, querido y amado por Dios. Cada uno y cada una de nosotros tiene un papel que desempeñar en el plan de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si el desaliento os invade, pensad en la fe de José, si la inquietud os acecha, pensad en la esperanza de José, descendiente de Abraham que esperaba contra toda esperanza; si os azuza la aversión o el odio, pensad en el amor de José que fue el primer hombre que descubrió el rostro humano de Dios en la persona del niño concebido por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Alabemos y demos gracias a Cristo por habernos unido de una manera tan íntima, y por habernos dado a José como un ejemplo y un modelo de amor a Él.
[En francés:]
Queridos hermanos y hermanas, os lo vuelvo a decir de todo corazón: al igual que José, no tengáis miedo de tomar a María con vosotros, es decir, no tengáis miedo de amar a la Iglesia. María, Madre de la Iglesia, os enseñará a seguir a sus pastores, a amar a vuestros obispos, vuestros sacerdotes, vuestros diáconos y vuestros catequistas, y a seguir lo que os enseñan, a rezar también por sus intenciones.
Los que estáis casados, mirad al amor de José por María y Jesús; los que os preparáis al matrimonio, respetad a vuestra futura o futuro cónyuge, como hizo José con María; los que se han consagrado a Dios en el celibato, reflexionad sobre la enseñanza de nuestra Madre, la Iglesia: «La virginidad y el celibato para el Reino de Dios no solamente no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y confirman. El matrimonio y la virginidad son las dos formas de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo» (Redemptoris custos, 20).
Quisiera dirigir, además, una exhortación particular a los padres de familia, pues san José es su modelo. Él os puede enseñar el secreto de vuestra paternidad, él que veló por el Hijo del Hombre. Del mismo modo, todo padre recibe de Dios a sus hijos creados a su imagen y semejanza. San José fue el esposo de María. Del mismo modo, a cada padre de familia se le confía el misterio de la mujer a través de su propia esposa. Como san José, queridos padres de familia, respetad y amad a vuestra esposa y guiad a vuestros hijos con amor y con vuestra presencia atenta hacia Dios, donde deben estar (Cf. Lucas 2, 49).
Por último, a todos los jóvenes que aquí se encuentran, les dirijo palabras de amistad y aliento: ¡Ante las dificultades de la vida, mantened el valor! Vuestra existencia tiene un precio infinito a los ojos de Dios. ¡Dejaos arrebatar por Cristo, entregadle vuestro amor, por qué no, en el sacerdocio o la vida consagrada! Es el servicio más alto. A los niños que ya no tienen un padre o que viven abandonados en la misera de la calle, a los que han sido separados con la violencia de sus padres, maltratados y abusados, y reclutados por la fuerza en grupos paramilitares de ciertos países, os digo: Dios os ama. ¡No os olvida y san José os protege! Invocadle con confianza.
¡Que Dios os bendiga y os guarde a todos! ¡Que os dé la gracia de avanzar hacia Él con fidelidad! ¡Que dé a vuestras vidas la estabilidad para recoger el fruto que espera de vosotros! ¡Que haga de vosotros testigos de su amor, aquí, en Camerún, y hasta los confines de la tierra! Yo le pido con fervor que os permita experimentar la alegría de pertenecerle, ahora, y por los siglos de los siglos. Amén.
[Traducción del original francés e inglés realizada por Jesús Colina
© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]