Discurso del Papa a las autoridades de Angola y al Cuerpo Diplomático

Ayuda al desarrollo, familia, mujer, asistencia a enfermos de sida; entre los temas tratados

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LUANDA, viernes 20 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI a las autoridades políticas y civiles y al Cuerpo Diplomático en el salón de honor del palacio presidencial de Luanda.

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Señor presidente de la República,

distinguidas autoridades,

ilustres embajadores,

queridos hermanos en el episcopado,

señoras y señores:

Con un amable gesto de hospitalidad, el señor presidente ha querido recibirnos en su residencia, ofreciéndome así la alegría de encontrarme con todos vosotros, para saludaros y desearos los mejores éxitos en el ejercicio de las importantes responsabilidades que cada uno de vosotros desempeña en el ámbito gubernativo, civil y diplomático, en el que sirve a su nación en beneficio de toda la familia humana. Señor presidente, gracias por su acogida y por las palabras que me ha dirigido, llenas de estima por el sucesor de Pedro y de confianza en la actividad de la Iglesia católica en favor de esta tan querida nación.

Amigos, sois artífices y testigos de una Angola que está despertando. Tras veintisiete años de guerra civil, que había devastado este país, la paz ha comenzado a echar raíces, llevando consigo los frutos de la estabilidad y la libertad. Los esfuerzos palpables del Gobierno por establecer las infraestructuras y rehacer las instituciones fundamentales para el desarrollo y el bienestar de la sociedad, han hecho resurgir la esperanza en los ciudadanos de la nación. Muchas iniciativas de agencias multilaterales, decididas a superar intereses particulares para actuar en la perspectiva del bien común, han venido en ayuda de esta esperanza. No faltan en diversas partes del país ejemplos de maestros, agentes sanitarios y empleados estatales que, con exiguos sueldos, sirven con integridad y dedicación a sus comunidades; y van aumentado quienes se comprometen en actividades de voluntariado al servicio de los más necesitados. Que Dios bendiga y multiplique todas estos buenos deseos y sus iniciativas al servicio del bien.

Angola sabe que ha llegado para África el tiempo de la esperanza. Todo comportamiento recto es esperanza en acción. Nuestros actos nunca son indiferentes ante Dios; y no lo son tampoco para el desarrollo de la historia. Amigos míos, con un corazón íntegro, magnánimo y compasivo, podéis transformar este continente, liberando a vuestro pueblo del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo por la senda indicada por los principios indispensables de toda democracia civil moderna: el respeto y la promoción de los derechos humanos, un gobierno transparente, una magistratura independiente, una comunicación social libre, una administración pública honesta, una red de escuelas y hospitales que funcionen de manera adecuada y la firme determinación, arraigada en la conversión del corazón, de romper de una vez por todas con la corrupción. En el mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz he querido volver a llamar la atención de todos sobre la necesidad de una visión ética del desarrollo. En efecto, más que simples programas y protocolos, las personas de este continente están reclamando justamente una conversión del corazón a la fraternidad, profundamente convencida y duradera (cf. n. 13). Su petición a los que sirven en la política, en la administración pública, en las agencias internacionales y en las compañías multinacionales es sobre todo ésta: estad con nosotros de manera verdaderamente humana; acompañadnos a nosotros, a nuestras familias y a nuestras comunidades.

El desarrollo económico y social en África exige la coordinación del Gobierno nacional con las iniciativas regionales y con las decisiones internacionales. Una coordinación así supone que las naciones africanas sean consideradas no sólo como destinatarias de los planes y las soluciones elaboradas por otros. Los africanos mismos, trabajando juntos por el bien de sus comunidades, han de ser los primeros agentes de su desarrollo. A este propósito, hay un número creciente de iniciativas eficaces que merecen ser mencionadas. Entre ellas, la New Partnership for Africa’s Development (NEPAD), el Pacto sobre la seguridad, la estabilidad y el desarrollo en la Región de los Grandes Lagos, el Kimberley Process, la Publish What You Pay Coalition y la Extractive Industries Transparency Iniziative: su objetivo común es promover la transparencia, la práctica comercial honesta y el buen gobierno. Por lo que se refiere a la comunidad internacional en su conjunto, es de urgente importancia la coordinación de los esfuerzos para afrontar la cuestión de los cambios climáticos, el pleno y justo cumplimiento de los compromisos para el desarrollo indicado por el Doha round e, igualmente, la realización de la promesa de los países desarrollados, tantas veces repetida, de destinar el 0,7% de su PIB (producto interior bruto) a las ayudas oficiales para el desarrollo. Hoy, esta ayuda es más necesaria aún, con la tempestad financiera mundial que se ha desencadenado; el auspicio es que dicha ayuda no sea otra de sus víctimas.

Amigos, quiero concluir mi reflexión confesando que mi visita a Camerún y Angola está despertado en mí esa profunda alegría humana que se siente al encontrarme entre familias. Pienso que dicha experiencia es el don común que África ofrece a los que vienen de otros continentes y llegan aquí, donde «la familia representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad» (Ecclesia in Africa, 80). Y, sin embargo, como todos sabemos, también aquí la familia está sometida a muchas presiones: angustia y humillación causada por la pobreza, el desempleo, la enfermedad y el exilio, por mencionar sólo algunas. Es particularmente inquietante el yugo opresor de la discriminación sobre mujeres y niñas, por no hablar de la práctica incalificable de la violencia y explotación sexual, que provoca tantas humillaciones y traumas. También he de subrayar otro aspecto muy preocupante: las políticas de aquellos que, con el espejismo de hacer avanzar el «edificio social», minan sus propios fundamentos. Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el aborto como una atención de la salud «materna». Qué desconcertante resulta la tesis de aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva (cf. Protocolo de Maputo, art. 14).

Señoras y Señores, la Iglesia se encontrará siempre, por voluntad de su divino Fundador, cerca de los más pobres de este continente. Puedo aseguraros que, a través de las iniciativas diocesanas y de innumerables obras educativas, sanitarias y sociales de diversas órdenes religiosas, seguirá haciendo todo lo posible para ayudar a las familias – incluidas las afectadas por los trágicos efectos del sida – y para promover la igualdad de dignidad de mujeres y hombres, sobre la base de una armónica complementariedad. El camino espiritual del cristiano es la conversión cotidiana; a esto invita la Iglesia a todos los dirigentes de la humanidad, para que ésta siga la senda de la verdad, la integridad, el respeto y la solidaridad.

Señor presidente, quisiera reiterarle mi más cordial reconocimiento por la acogida que nos ha dispensado en su casa. Agradezco a todos vosotros la gentileza de vuestra presencia y la atención prestada. Podéis contar con mis plegarias por vosotros, vuestras familias y todos los habitantes de esta maravillosa África. Que el Dios de los cielos os guarde y os bendiga a todos.

[© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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