También en Europa existe intolerancia contra los cristianos

Artículo de Giorgio Salina, Presidente de la Asociación Fundación Europa

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BRUSELAS, lunes, 23 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito ppara ZENIT Giorgio Salina, presidente de la Asociación Fundación Europa, sobre la intolerancia contra los cristianos en Europa.

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El Vicepresidente del Parlamento Europeo (PE), Mario Mauro, el 15 de enero pasado, fue nombrado «Representante personal de la OSCE contra el racismo, la xenofobia y la discriminación, con particular referencia a la discriminación de los cristianos». Supone indudablemente un reconocimiento de la acción llevada a cabo en las Instituciones europeas; órdenes del día, declaraciones, comunicados de prensa, enmiendas presentadas a numerosas resoluciones del PE. Acciones suyas conocidas han sido las llevadas a cabo en favor de los católicos venezolanos perseguidos por la revolución bolivariana de Chavez, así como el apoyo a los cristianos de Tierra Santa.

La OSCE es la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, con sede en Viena, y a la que pertenecen 56 Estados desde Norteamérica hasta el Extremo Oriente ruso, a través de Europa, el Cáucaso y Asia central, que tiene como lema: «Éste es el momento de llevar a cabo las esperanzas y las expectativas de nuestros pueblos durante décadas: el empeño constante en una democracia basada en los derechos del hombre y en las libertades fundamentales, la prosperidad a través de la libertad económica y la justicia social además de una seguridad igual para todos nuestos países» (Carta de París para una nueva Europa, 1990).

La primera iniciativa de Mauro ha sido una mesa redonda en Viena, para discutir y profundizar en la naturaleza y alcance de las manifestaciones de intolerancia contra los cristianos. El título del congreso era ya de por sí elocuente, además de una novedad saludable en el ámbito internacional: «Intolerancia y discriminación contra los cristianos. Focus en la exclusión, marginación y negación de los derechos».Los resultados del encuentro son preocupantes también en el área UE.

Como ha escrito Antonietta Calabrò en el Corriere della Sera, «los testimonios presentados en Viena (bajo la cláusula diplomática de la garantía de reserva hacia los Gobiernos concernidos) han sido incluso más alarmantes, según tres directrices: una más evidente en el Este ex soviético, la segunda en la Europa laicista, la tercera finalmente en los países cada vez más penetrados por la avanzada islámica».

Es ciertamente conocido, por ejemplo, que en la parte turca de Chipre, 550 iglesias y capillas han sido transformadas en mezquitas, almacenes y establos, mientras en Turquía, los lugares sagrados de religiones distintas del Islam no pueden asomarse a los espacios públicos, por lo que la Basílica del Patriarcado se accede a través de un restaurante.

La muerte de Hrant Dink, las acciones contra Orhan Ant, misionero protestante en Samsun (Mar Negro), que ha recibido amenazas de muerte, el episodio de la suspensión del trabajo en Inglaterra de un trabajador del aeropuerto culpable de haber expuesto una imagen de Jesús, el incendio de la escuela católica y la capilla de Notre Dame de Fatima en Francia, son sólo algunos de los casos de intolerancia y de discriminación hacia los cristianos, al este y al oeste de Viena, sin contar las violentas persecuciones que afectan a las comunidades cristianas fuera del área OSCE. Es del pasado miércoles la noticia del asesinato de tres sacerdotes en África (cfr. ZENIT, 10 marzo 2009).

En Gran Bretaña, la enfermera Caroline Petrie fue despedida por haber entregado una imagen sagrada a una paciente; en la España de Zapatero se busca de todas las formas impedir el ejercicio del derecho fundamental a la objeción de conciencia a los médicos católicos.

Los episodios aquí recordados con la punta del iceberg de una intolerancia que permea parte de la sociedad europea, demostrando la urgencia de aquella «nueva evangelización» de la que hablan Juan Pablo II y Benedicto XVI, para que la convivencia civil reencuentre la calle maestra de la cultura y de la tradición que dieron al Viejo Continente los valores que los pueblos del tercer mundo envidian e invocan.

Indudablemente el mayor resultado de la mesa redonda de Viena, más allá de las denuncias de casos concretos aunque importantes, ha sido volver a poner en cuestión, en el contexto internacional, la intolerancia y las discriminaciones contra los cristianos, hasta ahora un tabú del que no se debía ni podía hablar, no sólo por respeto a lo politically correct, sino para no ser definidos como reacionarios y «oscurantistas». Discutir estas cosas es en cambio una exigencia de la justicia y un servicio a laentera comunidad, porque la libertad religiosa es el test que acredita el respeto o no del resto de libertades; si no está la primera, por desgracia antes o después se violan todas las demás.

Las instituciones europeas no están exentas de este contagio nihilista y relativista con manifestaciones de intolerancia hacia la religión cristiana, católica en particular, y contra la Iglesia y el Santo Padre. Está en marcha una forma más sibilina pero no por ello menos violenta de discriminación. En el PE se advierte una hostilidad difundida y manifiesta, por la que, en particular en esta legislatura, ninguno de los principios éticos naturales fundamentales promovidos por la cultura católica sobre el hombre y sobre la sociedad tiene la más mínima posibilidad de ser compartido.

Como confirmación de esto, podemos citar un episodio reciente, aunque paradójico. El 22 de diciembre del pasado año, el Santo Padre en un discurso a los miembros de la Curia y de la Prelatura Romana para la felicitación de Navidad, dijo entre otras cosas: «El matrimonio, es decir, el lazo entre toda la vida entre hombre y mujer (…) forma parte del anuncio que la Iglesia debe traer (…). Partiendo de esta perspectiva sería oportuno releer la Encíclica Humanae vitae: la intención del Papa Pablo VI era la de defender el amor contra la sexualidad como consumo, el futuro contra la pretensión exclusiva del presente y la naturaleza del hombre contra su manipulación».

La Honorable Sophia in ‘t Veld, de los Países Bajos, miembro del Grupo de la Alianza de los Demócratas y de los Liberales para Europa, cuando lo supo, escribió al Presidente Barroso pidiéndole que interviniera para impedir estas formas de prevaricación y de grave injerencia contra la laicidad de las instituciones, acusando al Papa de «criminalizar a los homosexuales, llamando a los católicos a unirse ocntra ellos».

La señora Sophia in ‘t Veld es Copresidenta del intergrupo Gay, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales, Trasgender, el más numeroso del PE.

Una salida de tono similar no merecería ninguna atención, si en ocasión de cada discusión sobre las discriminaciones hacia los homosexuales, cada cierto tiempo a intervalos regulares, el Santo Padre no fuese acusado, por no pocos sectores, de «ofrecer el soporte cultural a los discriminadores».

Esta otra absurdidad no es otra cosa que una manifestación de la hostilidad antes citada, que pertenece a la intolerancia y a la discriminación contra los cristianos, para que no tengan voz en los ámbitos públicos y políticos en particular; esa intolerancia y discriminación de la que se ha empezado a hablar en Viena.

Tratándose de un fenómeno relevante, que tiene una influencia muy negativa, y no sólo, sobre la normal dialéctica parlamentaria, habrá que volver a ello, para profundizar en las causas, hechos y consecuencias.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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