CIUDAD DEL VATICANO, domingo 4 diciembre 2011 (ZENIT.org).- A las doce de este domingo, segundo de Adviento, Benedicto XVI, desde la ventana de su despacho, en el Palacio Apostólico, dirigió el rezo de la oración del Ángelus ante los fieles y y peregrinos llegados a la plaza de san Pedro en el Vaticano. Estas son las palabras del papa al introducir la oración mariana.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El domingo de hoy marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento. Este periodo del año litúrgico pone de relieve a las dos figuras que han tenido un papel preeminente en la preparación de la venida histórica del Señor Jesús: la Virgen María y san Juan Bautista. Justo sobre este último se concentra el texto de hoy del Evangelio de Marcos. Describe la personalidad y la misión del Precursor de Cristo (cfr Mc 1,2-8). Empezando por el aspecto exterior, Juan es presentado como una figura muy ascética: vestido de piel de camello, se nutre de langostas y miel silvestre, que encuentra en el desierto de Judea (cfr Mc 1,6). Jesús mismo, una vez, lo contrapone a aquellos que «están en los palacios del rey» y que «visten con lujo» (Mt 11,8). El estilo de Juan Bautista debería llamar a todos los cristianos a optar por la sobriedad como estilo de vida, especialmente en preparación de la fiesta de Navidad, en la que el Señor –como diría san Pablo– «de rico que era, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros os hicièrais ricos por medio de su pobreza» (2 Cor 8,9).
Por lo que se refiere a la misión de Juan, fue un llamamiento extraordinario a la conversión: su bautismo «está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios» (Jesús de Nazaret, I, Madrid 2007, p. 36) y de la inminente aparición del Mesías, definido como «aquél que es más fuerte que yo» y que «bautizará en Espíritu Santo» (Mc 1,7.8). La llamada de Juan va por tanto más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: llama a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de Aquél que es «el más Grande» y se ha hecho pequeño, «el más Fuerte» y se ha hecho débil.
Los cuatro evangelistas describen la predicación de Juan Bautista refiriéndose a un pasaje del profeta Isaías: «Una voz grita: «En el desierto preparad el camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios»» (Is 40,3). Marcos inserta también una cita de otro profeta, Malaquías, que dice: «Mira, envío mi mensajero delante de tí, el que ha de preparar tu camino» (Mc 1,2; cfr Mal 3,1). Estas alusiones a las Escrituras del Antiguo Testamento «hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a É hay que abrirle la puerta, prepararle el camino» (Jesús de Nazaret, I, p. 37).
A la materna intercesión de María, Virgen de la espera, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, mientras proseguimos nuestro itinerario de Adviento para preparar en nuestro corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
[Traducción del italiano de Nieves San Martín
© Librería Editorial Vaticana]