Era el hijo de Dios y tenía el universo como hogar,
pero decidió nacer en un pesebre.
Ser supremo y perfectísimo,
decidió nacer pequeño y limitado en el vientre de María.
Los hombres se dirigían e invocaban a los dioses paganos, por eso
cuando él reveló quién era y porqué fue enviado entre la gente,
no le creyeron. No se había oído nunca de un Dios que fuese a buscar
a los hombres, para recordarles que habían sido hechos por amor y para amar.
Podía acabar con sus enemigos, en cambio enseñaba a perdonar
incluso a quienes querían matarle.
Era un Dios tan bueno, que no había afligido, pobre o enfermo al cual
no se acercara. Para todos tenía palabras de amor y consuelo. Estaba tan enamorado
de la humanidad que sufrió todos los dolores de la Pasión para lavar nuestros pecados.
De este modo, salvó incluso a aquellos que quisieron crucificarlo.
Su Nacimiento y su Resurrección han revolucionado la historia
y son la razón de nuestra infinita esperanza.
Y es este sentimiento de gratitud y de amor el que queremos difundir por el mundo.
Deseamos a ustedes y a sus familias, una Santa Navidad y un Año Nuevo colmado de gracias.
Cuenten por encima de todo, con nuestras oraciones.
El equipo y la redacción de ZENIT