Benedicto XVI: "El calor del hogar enseña más que las palabras"

Mensaje del papa a la Fiesta de la Familia de Madrid

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MADRID, sábado 31 diciembre 2011 (ZENIT.org).-Cientos de miles de personas participaron este viernes en la Fiesta de las Familias, en la plaza de Colón de Madrid.

Desde las 14.30 se pudieron escuchar los testimonios de numerosos jóvenes y familias durante el rezo del rosario. A las 16.30, comenzó la Santa Misa, presidida por el cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco, al que acompañaron una treintena de obispos llegados de algunos países de Europa y de toda España.

Durante la celebración, el cardenal Rouco leyó el mensaje del papa Benedicto XVI a los congregados en Colón.

En su saludo a los participantes, el papa se une a esa acción de gracias «por este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la humanidad entera de esperanza y alegría».

Invita a todos «a considerar esta celebración como continuación de la Navidad: Jesús se hizo hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; y lo hizo allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro, a desvivirse por él, y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión».

«Así –añade el papa–, vino a una familia de corazón sencillo, nada presuntuoso, pero henchido de ese afecto que vale más que cualquier otra cosa. Según el Evangelio, los primeros de nuestro mundo que fueron a ver a Jesús, los pastores, ‘vieron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre’ (Lc12,6). Aquella familia, por decirlo así, es la puerta de ingreso en la tierra del Salvador de la humanidad, el cual, al mismo tiempo, da a la vida de amor y comunión hogareña la grandeza de ser un reflejo privilegiado del misterio trinitario de Dios».

«Esta grandeza –añade- es también una espléndida vocación y un cometido decisivo para la familia, que mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II, describía hace treinta años como una participación ‘viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor’ (Familiaris Consortio, 50).

Anima «especialmente a las familias que participan en esa celebración, a ser conscientes de tener a Dios a vuestro lado y de invocarlo siempre para recibir de él la ayuda necesaria para superar vuestras dificultades, una ayuda cierta, fundada en la gracia del sacramento del matrimonio».

«Dejaos guiar por la Iglesia –exhorta–, a la que Cristo ha encomendado la misión de propagar la buena noticia de la salvación a través de los siglos, sin ceder a tantas fuerzas mundanas que amenazan el gran tesoro de la familia, que debéis custodiar cada día».

«El Niño Jesús, que crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, en la intimidad del hogar de Nazaret (cf. Lc2,40), aprendió también en él de alguna manera el modo humano de vivir. Esto nos lleva a pensar en la dimensión educativa imprescindible de la familia, donde se aprende a convivir, se transmite la fe, se afianzan los valores y se va encauzando la libertad, para lograr que un día los hijos tengan plena conciencia de la propia vocación y dignidad, y de la de los demás. El calor del hogar, el ejemplo doméstico, es capaz de enseñar muchas más cosas de las que pueden decir las palabras. Esta dimensión educativa de la familia puede recibir un aliento especial en el Año de la Fe, que comenzará dentro de unos meses. Con este motivo, os invito a revitalizar la fe en vuestras casas y tomar mayor conciencia del Credo que profesamos», recuerda el papa.

Y concluye evocando de nuevo «con emoción inolvidable la alegría de los jóvenes reunidos en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud» y pidiendo «a Dios, por intercesión de Jesús, María y José, que no dejen de darle gracias por el don de la familia, que sean agradecidos también con sus padres, y que se comprometan a defender y hacer brillar la auténtica dignidad de esta institución primaria para la sociedad y tan vital para la Iglesia. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica”.

En su homilía, el cardenal Rouco empezó comentando el lema de la concentración: “¡Gracias a la familia cristiana hemos nacido!”. Un acontecimiento que, dijo, «ha significado para la Iglesia y la sociedad, especialmente en Madrid y en España, un verdadero torrente de gracia del Señor».

Estos jóvenes de la JMJ-2011, dijo el cardenal, «nos han pedido participar en la celebración de la Fiesta de la Sagrada Familia, este año, con una presencia destacada y significativa. Adujeron una hermosa y emotiva finalidad: el poder agradecer a sus padres que hayan querido ser para ellos instrumentos necesarios y generosos de la transmisión del don de la vida recibida de Dios».

«Los tiempos han sido y son difíciles para las familias –reconoció el cardenal–, nacidas con el proyecto de constituirse y configurarse como una íntima comunidad de amor conyugal −del esposo a la esposa y viceversa−, fiel, indisoluble y abierto sin desnaturalizaciones voluntarias y sin reservas irresponsables al don de los hijos en conformidad gozosa con el plan de Dios». 

«La vida es un bien sagrado que el ser humano recibe de Dios –recordó el presidente de la celebración–. El hombre no es el dueño de la vida sino su servidor: desde el momento en el que es concebida en las entrañas maternas hasta el instante de la muerte natural. Ninguna instancia humana puede disponer de la vida de un ser humano inocente».

«El derecho a la vida de la persona humana, desde que es engendrada hasta que muere naturalmente –subrayó–, es un derecho fundamental en un doble sentido: constituye, por una parte, la base ética primordial de todo ordenamiento jurídico que quiera considerarse justo, proporcionándole un fundamento prepolítico indispensable para el orden constitucional; y, por otra, en cuanto anterior a él, ha de ser respetado, protegido y promovido por el derecho positivo en todas sus expresiones legislativas. ¡Se trata de un verdadero derecho natural!».

Definió a la familia como “una comunión de personas”. «La configuración institucional de esas relaciones de ‘comunión personal’, en sus elementos y rasgos esenciales, es también un bien sagrado que el ser humano y la sociedad reciben de Dios». añadió.

«¡Cuán otra sería la situación humana y espiritual de las sociedades europeas de hoy, sin excluir a no pocos sectores de la comunidad eclesial, si se hubieran tomado en serio las enseñanzas de la Familiaris Consortio! –afirmó–. ¡Cuántos dramas personales y familiares se hubieran podido evitar y cuántas jóvenes vidas desorientadas y desestructuradas hubieran podido lograrse!»

Y se preguntó «¿Qué sería hoy de tantas personas en paro y de tantos jóvenes que no encuentran el primer empleo sin la ayuda de sus familias?».

«Uno de los aspectos más bellos de la JMJ-2011 de Madrid ha sido precisamente el descubrimiento gozoso y alegre de la vocación para el matrimonio cristiano por parte de muchos jóvenes. ¿Cómo no van, pues, aquí y hoy a manifestar su decidido propósito de ser igualmente testigos fervorosos, valientes y lúcidos, privada y públicamente, del Evangelio del matrimonio y de la familia con sus palabras y con su comportamiento diario? ¡Lo seréis! ¡Lo serán! Benedicto XVI se lo ha pedido en su Mensaje. ¡No le defraudarán!», señaló.

Recordó evocando las palabras finales del Mensaje del papa para esta Eucaristía de la Sagrada Familia de 2011 citadas arriba.

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ZENIT Staff

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