ROMA, domingo 19 febrero 2012 (ZENIT.org).- Desde que se establecieron las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1992 y la llegada casi simultánea de los primeros misioneros, la Iglesia católica de Mongolia se ha desarrollado considerablemente, afirmando su presencia en este vasto país poco poblado e implicándose en diferentes sectores, como la educación, las actividades sociales y médicas y más aún en proyectos de desarrollo.
“Dios ha hecho grandes cosas por nosotros”, se regocija monseñor Wenceslao Padilla, prefecto apostólico de Ulan-Bator. De origen filipino, festeja también él este año sus 20 años de ministerio en el país donde él ha visto crearse y crecer la comunidad católica de la cuál el lleva la carga pastoral, informa la agencia Eglises d’Asie.
En 1992, apenas la nueva república de Mongolia nacía de las cenizas del antiguo estado comunista, establecía relaciones diplomáticas con la Santa Sede y autorizaba de nuevo a los misioneros a entrar en su territorio.
Tres misioneros del Inmaculado Corazón de María (CICM), entre ellos el futuro monseñor Wenceslao Padilla fueron enviados para reconstruir las bases de una comunidad cristiana en los lugares donde setenta años antes, la misma congregación había creado una misión sui juris, totalmente barrida por la llegada del comunismo.
Hoy la prefectura apostólica de Mongolia, erigida en 2002, cuenta con cuatro parroquias. Tres de ellas se encuentran en la capital Ulan-Bator: Santa María, San Pedro-San Pablo (catedral), el Buen Pastor. La última, María Socorro de los Cristianos, creada en 2007 se encuentra en Darham, la segunda ciudad más importante de Mongolia. A estas comunidades parroquiales, hay que añadir un número creciente de misiones y capillas, en Dair Ekh, Niseh, Shuwuu, Zuun Mod, Arvaikheer, y también en Bayan-Khoshuu.
El número de católicos en Mongolia, es difícil de evaluar hoy por falta de estadísticas precisas, se estima entre 420 y 700 bautizados. En cuanto a los miembros del clero (sacerdotes seculares y religiosos), su número alcanzaría 85 entre los cuales habría que contar a 64 misioneros venidos de 18 países y pertenecientes a una decena de congregaciones diferentes.
“Hemos fundado una Iglesia local viva pero la casi totalidad del clero de la prefectura apostólica es de origen extranjero –explica Monseñor Padilla-, es momento de animar las vocaciones, y de formar animadores pastorales en el seno de la Iglesia local”.
Al comienzo de su establecimiento, la Iglesia católica, golpeada por las necesidades de una población muy desprovista, después de décadas pasadas bajo un régimen totalitario, dio prioridad a proyectos de ayuda social, educativa y médica. Con apoyo del gobierno, numerosas congregaciones han creado escuelas, hogares de acogida, hospitales, tiendas de alimentación y explotaciones agrícolas.
Pero hoy la joven comunidad católica siente cada vez más la necesidad de dar prioridad a profundizar más en la fe y sobre todo a la formación de neófitos, cuyo número no cesa de crecer: más de 500 niños participan en la “escuela dominical”.
Monseñor Padilla, que se preocupa particularmente de la formación de un clero autóctono en Mongolia, se congratuló con toda la comunidad católica en 2008 por el envío al seminario de Daejeon, en Corea del Sur, del primer seminarista de origen mongol, Enkh Baatar. Además, la prefectura de Ulan-Bator subvenciona los estudios de jóvenes católicos en la universidad de San Luis de Baguio City, en Filipinas, dirigida por las CICM , y anima a la traducción y a la publicación de textos de la Biblia, de catecismos y de libros de oraciones destinados a los fieles.
En su proyecto pastoral del 2012, que presentó a sus fieles a finales de diciembre, monseñor Padilla subraya la importancia de la celebración de los veinte años de la existencia de la comunidad católica para convertirse cada vez más en actores del cambio, en las parroquias, la sociedad e incluso en el país.
Volviendo a las dificultades económicas de Mongolia, el azote del alcoholismo, del paro, de la pobreza, de la corrupción, así como de la desaparición de los valores morales, el prelado ha puesto su acento sobre el papel que se les puede dar a los cristianos en la restauración de la dignidad del ser humano.
Con motivo de este año de celebración, monseñor Padilla hizo saber que organizaría encuentros con los fieles, los miembros del clero y las congregaciones, con el fin de conocer “los deseos, aspiraciones y sugerencias” de todos, puntos de vista que pueden ser expresados por un cuestionario.
Acontecimientos culturales, conmemoraciones y celebraciones, se planifican desde ahora, así como la realización de folletos, artículos o películas, vídeos destinados a dar a conocer a la pequeña Iglesia de Mongolia.
Las celebraciones culminarán con las conmemoraciones de lo que se revela ser un doble aniversario: el 4 de abril, fecha del establecimiento de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1992, y varios días de fiesta del 5 al 8 de julio celebrando el establecimiento de la misión sui juris de Urga (Ulan-Bator) como prefectura apostólica con la nominación de monseñor Padilla, el 8 de julio del 2002.
Pero si la Iglesia católica de Mongolia es consciente del camino recorrido, también sabe que debe contar con el nuevo panorama religioso que no deja de modificarse desde la apertura del país en el año 1990, y la inscripción de la libertad religiosa en la Constitución. Hoy, la Iglesia católica debe enfrentarse a una nueva “explosión” de espiritualidades, al islam que supone el 5% de la población, de pequeños grupos de bahaís y de mormones, pero sobre todo de numerosas Iglesias protestantes, esencialmente evangélicas y pentecostales, que se desarrollan con una gran rapidez.
Según las estadísticas declaradas por las diferentes comunidades religiosas en Mongolia, los cristianos, y las demás confesiones serían en la actualidad cerca del 2% de la población mongol, la cuál sigue mayoritariamente un budismo tibetano local mezclado con creencias chamánicas.
Traducido del francés por Raquel Anillo