ROMA, viernes 24 agosto 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 21º domingo del Tiempo ordinario.
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Pedro Mendoza LC
«Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia». Ef 5,21-32
Comentario
Del contexto cultual de la precedente parte de la carta a los Efesios, pasa san Pablo a hablar de la familia cristiana. «Familia», según la manera de concebir de la antigüedad, comprendía la comunidad doméstica de marido y mujer, hijos y esclavos. Para todos ellos vale una ley fundamental, que el Apóstol pone como título de su exhortación: «Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo» (v.21). Con este versículo pasamos del contexto cultual a la vida diaria de la familia. Así queda patente que la vida cristiana es solamente una; que no hay dos esferas diferentes: Iglesia y casa, domingo y días laborables, liturgia y vida. Del culto parte siempre nueva la comprensión de la voluntad de Dios y la fuerza para llevarla a cabo. Y viceversa, la vida vivida –alegría y dolor, éxitos y fracasos, esperanza y preocupación– es lo que el cristiano lleva consigo, cuando juntamente con sus hermanos celebra la liturgia en la presencia de Dios.
Después del versículo introductorio a esta sección de la carta sobre la vida cristiana (5,21–6,9), en el pasaje de este domingo (5,21-32) vemos cómo el Apóstol centra su atención en la relación entre mujer y marido (5,22-33). En la primera parte del pasaje, inicia reclamando esa sumisión de la mujer al marido (vv.22-24). Las mujeres deben estar sometidas a sus maridos, como al Señor (v.22). Con la comparación «como al Señor» san Pablo señala el motivo de esta sumisión: la mujer se somete al marido precisamente porque, actuando así, se somete al Señor. Y ofrece la explicación: «porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo» (v.23). En esta explicación el Apóstol establece una analogía entre la relación entre los esposos y la relación de Cristo con su Iglesia. El matrimonio está llamado a imitar la relación de Cristo con su Iglesia. Así como Cristo es la cabeza de su Iglesia, así también el marido lo debe ser de su mujer. Con la palabra «cabeza» se indica ante todo la postura de señor y amo. Pero, referido a Cristo, en cuanto cabeza de la Iglesia, significa mucho más que eso: Él es fuente de su vida, fundamento y fin de su crecimiento, lo cual no se da en la relación del marido con respecto a su mujer. La metáfora Cristo – cabeza consiente a san Pablo limar la actitud dominadora del marido, excluyendo toda clase de egoísmo y de abuso de suficiencia. Por eso añade este calificativo de Cristo: «el salvador del Cuerpo». La autoridad del marido debe estar toda ella dirigida a la «salvación» de la mujer, en la misma medida en que Cristo adopta esta actitud con respecto a su Iglesia.
Después de mostrar cómo debe ser la relación por parte del marido, ahora cambia de perspectiva y presenta cómo debe ser la relación por parte de la mujer. «Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo» (v.24). Queda claro, por tanto, que al marido corresponde el papel de moderador y dirección del matrimonio, mientras que a la mujer el de la sumisión. Y esta relación vale «en todo», o sea en todas las circunstancias de la convivencia del matrimonio. Pero la novedad está en la perspectiva religiosa en que deben vivirse estas relaciones: desde la fe. El marido debe entender su papel directivo como un camino para la salvación, según el modelo de Cristo; y la mujer debe prestar su obediencia como si fuera un servicio de sumisión hecho directamente a Cristo.
En la segunda parte del pasaje de este domingo, continúa san Pablo recordando a los maridos cómo debe ser su amor a sus esposas (vv.25-32). De esta sección, por motivos de espacio sólo comentamos los vv.25-26. Paralelamente al principio fundamental que debe regir la relación de las esposas con los esposos: «estad sumisas» (v.22), en el v.25 san Pablo dirige a los maridos una exhortación fundamental que lo abarca todo: «Amad a vuestras esposas». Y otra vez Cristo es el modelo: «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella». Pero aquí también tiene que haber algo más que una simple comparación. La actuación de Cristo por su Iglesia tiene que constituir la base del amor del marido por su mujer: porque Cristo se ha entregado por su Iglesia en amor, y el matrimonio es como la reproducción de la relación de Cristo con su Iglesia, por esto precisamente deben los maridos amar a sus mujeres, y por su parte comunicar este amor en una entrega dispuesta al sacrificio. El fin, al que debe apuntar la entrega de Cristo en la cruz, es precisamente la liberación del poder de las tinieblas, y del juicio de la ira de Dios, o sea, en una palabra, el perdón de los pecados (Gal 1,4). Aquí se subraya fuertemente el lado positivo de esta obra redentora: la santificación (v.26).
Aplicación
«Amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia».
Las lecturas de este domingo nos invitan a tomar conciencia del don del amor de Dios que se nos ha dado por completo. En la primera lectura, Josué, ante el don de la tierra prometida a la que el pueblo de Israel ha entrado en posesión gracias a las intervenciones amorosas de Dios, reúne a todas las tribus para renovar su pacto de pertenencia al Señor: quedarse con Él o abandonarlo por otros dioses. El Evangelio de este día concluye el discurso de Jesús sobre el pan de vida. También los discípulos de Jesús son llamados a tomar una decisión o aceptar a Jesús, con fe, o abandonarlo. En la 2ª lectura san Pablo nos presenta a Cristo como modelo que debe guiar e inspirar las relaciones entre marido y mujer: la sumisión recíproca y un gran amor.
La 1ª lectura, tomada del libro de Josué (24,1-2a.15-17), nos conduce al momento dramático en la historia del pueblo de Israel, en el que se encuentra ante la encrucijada de la elección que Josué les presenta: o al servicio del Señor o al servicio de otros dioses. El pueblo, reconociendo los dones recibidos del Señor, que lo ha salvado, toma el compromiso de permanecer fiel al Señor: «También nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios» (v.18b). La respuesta del pueblo es una hermosa profesión de fe, un compromiso de fidelidad al Señor.
En el Evangelio de este domingo (Jn 6,60-69) el discurso sobre el pan de vida llega a su desenlace final con una situación parecida a la presentada en la 1ª lectura. Aquí son los discípulos de Cristo, los que han escuchado su discurso del pan de vida, quienes se encuentran ante el dilema: aceptar y acoger a Cristo, con fe y amor, o abandonarlo. Ante los muchos que han optado por el abandono, Jesús interpela a sus discípulos más íntimos. Entonces Pe
dro profesa una confesión de fe extraordinaria, de un compromiso de seguir a Jesús fielmente: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (vv.68-69). Esta respuesta de Pedro es fruto de la gracia, que le ha permitido descubrir en Cristo y en sus palabras el inmenso amor de Dios, que quiere a su vez ser correspondido de la misma manera.
El pasaje de la 2ª lectura de la carta a los Efesios (5,21-32) está todo él iluminado por el amor de Cristo por la Iglesia. Cristo se ha entregado a ella por amor para hacerla santa, purificándola por medio del bautismo. Él es el modelo que debe inspirar y guiar la donación mutua de los esposos en el matrimonio. Si imitan a Cristo, la sumisión de las mujeres resultará más fácil. El marido, por su parte, ejercerá su autoridad, en recíproca armonía con la mujer, mostrando así su amor auténtico por ella, y llevando a la práctica la exhortación del Apóstol: «amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia» (v.25). Cristo en su pasión y muerte en la cruz nos ha dado la manifestación extrema de su amor. Los maridos deben amar a sus mujeres con este amor total.