ROMA, viernes 31 agosto 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el comentario al evangelio del domingo, realizado por el padre Jesús Álvarez, paulino.
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Jesús Álvarez García, ssp
Algunos fariseos y maestros de la ley preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no observan la tradición de los mayores, sino que comen con las manos impuras?» Él les contestó:«Hipócritas, Isaías profetizó muy bien acerca de ustedes, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto enseñando doctrinas que son preceptos humanos’. Ustedes dejan el mandamiento de Dios y se aferran a la tradición de los hombres».Llamó de nuevo a la gente y les dijo:«Óiganme todos y entiendan bien: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que puede manchar al hombre, porque del corazón proceden los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, desenfreno, envidia, blasfemia, soberbia y estupidez. Todas esas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre».(Mc. 7, 1-8.14-15.21-23)
Jesús, más que reprochar a los fariseos y maestros de la Ley por lavarse las manos, los reprueba por suplantar con leyes y tradiciones humanas la Ley divina del amor a Dios y al prójimo, hasta el punto de sentirse con derecho a abandonar a sus padres ancianos y enfermos, si daban al templo el dinero con que deberían socorrerlos.
También hoy las exigencias del amor a Dios y al prójimo son fácilmente suplantadas por ritos externos, normas y leyes fáciles, costumbres cómodas, etc., que siguen envenenando la religión con la idolatría, y pervirtiendo las relaciones familiares, humanas y sociales con el egoísmo.
El mero cumplimiento del culto externo merece la dura descalificación de Isaías repetida por Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. El culto, si no sale del corazón, del amor, se hace hipocresía.
A Dios solo le agrada el culto vivido en el amor efectivo a Él y al prójimo, pues en eso consiste la verdadera religión, que es la fuente de la auténtica felicidad, de la santidad y de la salvación.
“Les ruego, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como sacrificio vivo y santo, capaz de agradarle; éste es el culto razonable” (Rm. 12, 1); “La religión verdadera consiste en socorrer a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Sant. 1, 27).
La intención profunda, que brota del corazón, es la que hace grandes o perversas nuestras obras, palabras, culto, alegrías, penas y nuestra misma persona. Todo lo que Dios ha creado es bueno. Nuestro corazón, con sus intenciones, puede consagrar la bondad de las cosas en función del amor a Dios y al prójimo; o pervertirlas con el egoísmo, la hipocresía, la idolatría, que brotan del corazón y expulsan de la vida al Dios del amor, de la libertad, de la alegría, de la salvación.
Jesús nos invita hoy a una revisión profunda y sincera de nuestro modo de rezar, celebrar y vivir el culto en el templo y de proyectarlo en la existencia cuotidiana, desde nuestro corazón, donde acogemos o rechazamos a Dios y al prójimo, donde consagramos o profanamos las cosas, las obras y la vida con que Dios nos bendijo y bendice.
La religión, la oración, la Eucaristía y la Biblia como encuentros amorosos con Dios, son causa de nuestra alegría, paz, felicidad en este mundo y nos llevan a la felicidad eterna, que todos anhelamos desde lo más profundo de nuestra persona.