Con motivo de la XVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, Benedicto XVI celebró en la víspera ayer sábado una misa en la basílica de San Pedro en el Vaticano, en la que invitó a los religiosos y consagrados a acrecentar su fe, y a vigilar delante de la tentación de “los profetas de desventuras que proclaman el final de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días, o que no tiene sentido” particularmente e este Año de la Fe.
Y exhortó: “Revístanse de Jesucristo y vistan las armas de la luz, como exhora San Pablo, estando despiertos y vigilantes”.
El papa les hizo tres invitaciones a los presentes. La primera, “alimentar una fe en grado de iluminar vuestra vocación” y para ello recordar “el primer amor con el que el Señor Jesúcristo inflamó vuestro corazón”. Esto en el silencio, “para despertar la alegría de compartir la vida, decisiones, obediencia de fe, beatitud de los pobres y la radicalidad del amor”.
En segundo lugar invitó a saber reconocer la debilidad. En un tiempo en el que «la dureza y el peso de la cruz se hacen sentir, no duden -dijo- que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual».
Particularmente «en la sociedad de la eficiencia y del éxito» la vida de los consagrados “marcada por la debilidad de los pequeños” se vuelve un evangelio, signo de contradicción.
Y tercero, a renovar la fe “en la búsqueda de un rostro”, para que sea “el criterio fundamental que orienta vuestro camino, sea en los pequeños pasos cotidianos que en las decisiones más importantes”.
El santo padre concluyó recordando que la vida consagrada “pasa necesariamente a través de la participación de la Cruz de Cristo”. Que lo fue para María Santísima, de cuyo corazón herido “partía la luz de Dios” que evangeliza a la gente.