Los franceses echaron a los islamistas, pero los daños provocados por éstos dejarán lamentablemente durante mucho tiempo una cicatriz abierta. La herencia cultural de Malí se ha pasado por el fuego, en algunos casos, ha sido destruida para siempre.
Una de las primeras señales de alarma procedente de Malí se remonta al pasado agosto cuando los extremistas islamistas del grupo Ansar al-Din (auxiliadores de la fe) empezaron a destruir templos sufíes en el norte del país.
En ocasión de estos eventos trágicos, por los que se atacaron los símbolos religiosos de Malí, un empleado del Instituto Superior de Estudios e Investigación islámica Ahmed Baba, de Tombuctú, prometía proteger con todas las fuerzas los manuscritos custodiados por la institución: «Si se destruye la biblioteca, todo está perdido. Todo. Nuestra historia, nuestra identidad cultural, nuestra identidad. Sería una pérdida total”.
Pues bien, los extremistas islámicos ligados a Al-Qaeda no sólo no han respetado la biblioteca del Instituto Ahmed Baba, sino tampoco otra biblioteca histórica de la capital. Los manuscritos quemados son sobre todo en árabe y de temática preferentemente religiosa.
En la página web del Tombouctou Manuscripts Project (www.tombouctoumanuscripts.org) el lector se puede hacer una idea del tesoro inestimable que se ha perdido, así como de la importancia del libro y de los manuscritos en la historia de la ciudad: «El siglo XVI vio a Tombuctú alcanzar su propia edad de oro tanto desde el punto de vista político como intelectual».
Los libros siempre han sido parte importante del patrimonio cultural local, donde los manuscritos se copiaban y vendían. En el siglo XVI Tombuctú, con sus 150 escuelas coránicas, era uno de los centros más importantes del comercio de libros. Ahmed Baba (1556-1627), titular de una de las bibliotecas incendiadas, solía decir que su biblioteca, que contaba con 1.600 volúmenes, era una de las más modestas de la ciudad.
Lo que ha sucedido en los últimos meses debe llevar a una reflexión. ¿Qué le ha sucedido a un país que en 2003 era descrito por el Departamento de Estados [Ministerio de Exteriores] de Estados Unidos como «una joven democracia, abierta a la libertad de prensa y sin violaciones de derechos humanos»? Hoy el mismo Departamento de Estado señala el peligro de la presencia de mezquitas wahabíes, de predicación extremista no sólo en Malí, sino en todo el África subsahariana.
En una zona donde el Islam siempre estuvo representado en su expresión sufí o mística, se está expandiendo con gran facilidad, una ideología que ve el sufismo con incredulidad, como una herejía a la que combatir. El wahabismo ve en la aspiración del sufí a unirse y a fundirse con Dios, a través de la oración, un acto de politeísmo y de infidelidad, ve en la creencia y en el recurso a los santos, parte fundante de la mística islámica, un acto de incredulidad. Por lo tanto, en Malí y en los países del entorno, es un acto de lucha islámica entre dos visiones diametralmente opuestas de la misma religión.
El atentado realizado a personas y al patrimonio cultural y religioso aclara perfectamente que el islamismo radical no distingue entre musulmanes y no musulmanes, sino sólo entre sí mismo y el otro, que el islamismo radical reconoce sólo la cultura islámica ortodoxa, y no la versatilidad del Islam y de los musulmanes.
La destrucción de las preciosas bibliotecas de Tombuctú confirma la miopía, la rigidez del wahabismo que niega el reclamo que se lee en el Corán desde los primeros versos revelados. “¡Recita! Tu Señor es el Munífico, que ha enseñado el uso del cálamo, ha enseñado al hombre lo que no sabía” (Corán XCVI).
Las hordas de islamistas radicales pretenden destruir el pasado, el presente y el futuro, promoviendo una ideología en la que impera el lema «pensar es ilícito». Sólo una batalla cultural, dirigida a custodiar el pasado, podrá salvar al mundo islámico de la barbarie que lleva a la destrucción de los tesoros arquitectónicos y de bibliotecas en nombre del mismo Islam.
Solo una llamada al respeto del otro podrá salvar a los musulmanes de la implosión a mano de «criminales» que promueven la ignorancia, tan insultada en el Islam, y la parálisis mental de un mundo que nos ha dado intelectuales como Averroes y Avicena y literatos que no tienen nada que envidiar a nuestros Dante o Petrarca.
Que los hechos de Malí ayuden a Occidente a abrir los ojos, y a iniciar proyectos culturales dirigidos a redescubrir y a salvaguardar la mejor parte del mundo islámico, es decir esa parte que los extremistas islámicos, tanto yihadistas como los más «moderados» Hermanos Musulmanes, querrían cancelar, los unos con los incendios, los otros con la censura en nombre del Islam, para apoderarse de las mentes de las generaciones futuras.
Que Occidente y el mundo musulmán tengan siempre presente las palabras de Jahiz, uno de los más grandes intelectuales del mundo árabe que vivió en el siglo VIII: ¡Tú critica el libro! ¡Qué tesoro maravilloso es! ¡Cuánta independencia te da! ¡Qué amigo! ¡Cuántas herramientas te da! ¡Cuántas informaciones y qué maravillosa visión¡ ¡Qué placer y qué trabajo! ¡Qué familiar dulce y gentil cuando estás solo! ¡Qué amigo cuando estás en el exilio! ¡Está cerca de ti y al mismo tiempo en otras partes, ministro y huésped al mismo tiempo! ¡Un libro es un recipiente lleno de conocimiento, un recipiente desbordante de refinamiento y una copa de seriedad e ironía!
Todavía hay tiempo y la solución no está en otra parte, sino dentro de la misma tradición árabe-islámica.
Traducido del italiano por Rocío Lancho García