Ha sido un momento emotivo, como todos los que está protagonizando, probablemente sin pretenderlo este papa alemán, que fue presentado en su elección como terrible cancerbero, y que ha sorprendido a todos por la simplicidad con que ha abordado el pontificado y la naturalidad con la que que ha reconocido que hace falta alguien con más fuerza y energía para asumir uno de los cargos más abrumadores. Ayer, dos grandes lecciones: la catequesis invitando a la conversión personal con tres grandes ejemplos actuales, y la liturgia inicial de la Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Hoy, el encuentro con sus sacerdotes y seminaristas, los de la diócesis de Roma, liderados por el cardenal vicario Agostino Vallini.
En el Aula Pablo VI, Benedicto XVI mantuvo este encuentro con los presbíteros y estudiantes para el presbiterado de su diócesis de Roma, guiados por el cardenal vicario Agostino Vallini. Cuando faltan dos semanas para acabar su ministerio, el santo padre hizo una amplia reflexión sobre su experiencia personal en el Concilio Vaticano II y las interpretaciones que se hicieron fuera.
Tras el largo emocionado aplauso, el cardenal vicario para Roma Agostino Vallini afirmó que esta diócesis le será siempre grata por su ejemplo y su alta visión de la vida sacerdotal.
El papa empezó su intervención expresando la alegría de ver cómo la Iglesia de Roma es una Iglesia viva y su clero es realmente católico, universal aún manteniendo una propia fuerte y robusta identidad. Luego, en un momento de intensa conmoción, confió a sus sacerdotes: «Aunque me retiro ahora, en la oración estoy siempre cercano a todos vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido para el mundo».
Benedicto XVI ha iniciado de esta manera la que ha definido «una pequeña charla sobre el Concilio Vaticano II». Un discurso sin papel que inició con el relato de su trabajo como joven profesor junto al cardenal de Colonia, Frings, uno de los protagonistas de la etapa conciliar. El papa ha rememorado de nuevo los años sesenta y ha recordado su sentimientos y sus esperanzas juveniles en el Concilio: «Fuimos al Concilio no sólo con alegría sino con entusiasmo. Había una expectación increíble. Esperábamos que todo se renovara, verdaderamente, que viniera un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia”.
Esperábamos, reiteró, que la Iglesia fuera de nuevo “la fuerza del mañana y la fuerza del hoy”. Y se esperaba encontrar de nuevo “la conjunción entre la Iglesia y las fuerzas mejores del mundo, para abrir el futuro de la humanidad”, para el “verdadero progreso”. Estábamos, siguió recordando, «llenos de esperanza, de entusiasmo y también de voluntad de hacer lo que nos correspondía» para que esto sucediera. El papa subrayó el espíritu eclesial, universal que permitió a los padres conciliares superar algunas dificultades iniciales en la organización de los trabajos.
En concreto, recordó que el Episcopado francés y el alemán, especialmente activos en el Concilio, tenían varios intereses en común: desde la reforma de la liturgia a la eclesiología, desde la Palabra de Dios al ecumenismo: «Yo creo ahora, restrospectivamente , que estuvo muy bien empezar por la liturgia, así aparece el primado de Dios, el primado de la adoración”.
Fue “realmente un acto de la Providencia”, indicó, que “en los inicios del Concilio estuviera la liturgia, estuviera Dios, estuviera la adoración”. Y en este punto ofreció también una reflexión sobre el misterio pascual como “centro del ser cristiano, y por tanto de la vida cristiana”, expresado en el tiempo pascual y en el domingo: «En este sentido es una pena que hoy se haya transformado el domingo en fin de semana, mientras que es el primer día, es el inicio: interiormente debemos tener tener presente esto, es el inicio, es el inicio de la Creación, de la recreación de la Iglesia, encuentro con el Creador y con Cristo Resucitado”.
Luego subrayó también la importancia que el Concilio dio a la inteligibilidad de los textos y a la participación activa. Lamentablemente constató sin embargo que «estos principios fueron también mal entendidos” porque “inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia” hacen necesaria una formación permanente del cristiano, para que crezca y entre cada vez más en profundidad en el misterio y así pueda comprender”. No se entiende un texto “sólo porque está en la propia lengua”: “Sólo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear inteligibilidad y una participación que es más que una actividad exterior, que es un entrar de la persona, de mi ser en la comunión de la Iglesia y así en la comunión con Cristo”.
Sobre el tema de la Iglesia, el papa dijo que el Concilio mostró que “no sólo es una organización, algo estructural”. Es también esto, cierto, pero también “un organismo, una realidad vital, que entra en mi alma, de manera que yo mismo» soy «elemento constructivo de la Iglesia como tal”. Al mismo tiempo, añadió no se puede aceptar que un grupo “se declare Iglesia”: “No, este ‘nosotros somos Iglesia’ exige justo mi inserción en el gran ‘nosotros de los creyentes de todos los tiempos y lugares’”.
El Concilio nos enseña así que entrando en comunión con Cristo «somos en verdad pueblo de Dios». El papa recordó el debate sobre el tema de la colegialidad, y se detuvo en el ecumenismo y el diálogo interreligioso, afrontado por el Concilio en concreto en el documento Nostra Aetate. Benedicto XVI subrayó que hay mucho que hacer para «llegar a una lectura realmente en el espíritu del Concilio”, cuya aplicación “aún no es completa”. Y dedicó la parte final de su discurso al papel de los medios de comunicación.
Ver en este mismo servicio las palabras que Benedicto XVI ha dedicado hoy en su encuentro a los medios de comunicación y su papel en el concilio paralelo, «virtual», lo ha llamado: http://www.zenit.org/article-44502?l=spanish.
Al final de esta reflexión, hecha sin papeles, sobre el Concilio Vaticano II, Benedicto XVI se despidió conmovido de sus sacerdotes: «Esperemos que el Señor nos ayude. Yo, retirado en mi oración, estaré siempre con vosotros, y juntos vayamos adelante con el Señor, en la certidumbre de que vence el Señor. Gracias».