Ofrecemos a los lectores la traducción de un artículo del doctor Franco Balzaretti sobre su visión del Vaticano y el papa Benedicto XVI, publicado en la página web de la Federación Internacional de Médicos Católicos (FIAMC).
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Después del gran lamento por la imposibilidad de participar en los funerales del papa Juan Pablo II, hice lo imposible por participar el 24 de abril en la Santa Misa de inicio oficial del Pontificado del nuevo papa Benedicto XVI, celebrada delante de una multitud festiva de unas 500.000 personas.
Y a pesar de las dificultades y algún inevitable sacrificio al que tuvimos que someternos, para mi mujer Alessandra y para mí fue una experiencia verdaderamente extraordinaria y única.
De la multitud presente se transpiraba una grandísima alegría y emoción por poder compartir, después del dolor y el desaliento por la pérdida de Juan Pablo II, un momento de gran fiesta para la Iglesia universal, y esto también para los que, a pesar de las horas de cola, tuvieron que conformarse con seguir la ceremonia por las pantallas gigantes.
Se captaba su entusiasmo, sus rostros marcados por el cansancio pero, sin embargo, conscientes de que su cansancio había sido recompensado por una gran alegría y emoción.
Durante la Santa Misa, celebrada en el atrio de la Basílica Vaticana, el nuevo Pontífice dio su primera homilía como papa, una homilía de gran espesor y rica de importantes referencias pero, al mismo tiempo, sencilla y fácil de comprender, pronunciada con calma y serenidad –me atrevería a decir con humildad- que literalmente entusiasmó a los presentes.
Una emoción para mí y para mi mujer que se repitió el 7 de marzo de 2007, cuando, gracias al interés del cardenal Bertone, un grupo de amigos de la AMCI (Asociación de Médicos Católicos Italianos) tuve la valiosa oportunidad de participar, en un lugar privilegiado, en la audiencia del santo padre Benedicto XVI en la basílica de San Pedro y con la posibilidad, para muchos de nosotros, de saludar personalmente y estrechar la mano al santo padre.
Y así también durante la audiencia que el papa tuvo recientemente, en noviembre pasado, con los médicos católicos del mundo, en la que el santo padre en su discurso, se dirigía a todos los médicos y trabajadores sanitarios presente su apremiante llamamiento: “…Hoy, aunque por un lado, con motivo de los progresos en el campo técnico-científico, aumenta la capacidad de curar físicamente al enfermo, por otro lado parece debilitarse la capacidad de ‘atender’ a la persona que sufre, considerada en su totalidad y unicidad. Así que parecen ofuscarse los horizontes éticos de la ciencia médica, que corre el riesgo de olvidar que su vocación es servir a cada hombre y a todo el hombre, en las diversas fases de su existencia. Es deseable que el lenguaje de la ‘ciencia cristiana del sufrimiento’ –al que pertenecen la compasión, la solidaridad, la participación, la abnegación, la gratuidad, el don de sí- se convierta en el léxico universal de cuantos trabajan en el campo de la asistencia sanitaria…” Podemos considerarlo como el último discurso del papa Benedicto XVI a nosotros los médicos. Un discurso, con llamadas muy precisas, que interpelan a nuestras conciencias y que tendremos que hacer de todo para hacerlo testimonio viviente, ¡en el ejercicio de nuestra profesión y en la vida de todos nuestros días!
Traducido del italiano por Rocío Lancho García