“Cuando supe la noticia inesperada de la renuncia del santo padre, experimenté el dolor intenso que se siente cuando se advierte que una persona querida está saliendo de repente de nuestro horizonte”. Lo indicó el cardenal Piacenza esta semana, en una entrevista en la Radio Vaticano, en la que precisó: “Todos tenemos un corazón que se aficiona a las personas, esto es evidente y es justo”.
Si bien añadió el purpurado, después del primer impacto, “poco a poco me pareció sentir una brisa suave que llegaba de lejos”, y me traía “el perfume de la humildad de Dios”.
El cardenal recordó las palabras de Jesús: “’Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’ ¡y que las palabras que salían de la renuncia de Benedicto XVI nos daban a todos una gran lección!”
“En un mundo poblado de personas atrincheradas en el poder, incapaces de salirse del aferramiento al cetro, ávidos de subir y subir siempre más, ¡como es evangélico y contracorriente el gesto de quien dice con honestidad: perdónenme no tengo ya fuerzas, que Jesús llame a otro al timón de la Iglesia, yo me retiro sin poder, en el silencio y en la oración!”.
Y citó al gran orador francés, Jacques Bossuet que, a fines del siglo XVII, exclamaba: “¿Les maravilla si parece que Dios se ha escondido? Dios no se encuentra a gusto en un mundo de orgullosos, porque los orgullosos no pueden entender el vocabulario de la humildad que Dios ha marcado en Belén. Hoy, concluía Bossuet, encontrar a una persona verdaderamente humilde es un hecho único y muy raro”.
Y el cardenal Piacenza aseveró: “Pues la hemos encontrado. No podemos decir que hoy no haya una persona humilde. Nosotros la hemos encontrado. Una persona humilde y de una humildad llena de coraje es Benedicto XVI”.
“¡Gracias papa Benedicto! ¡Has dado –indica el cardenal- un golpe al orgullo de todos! El mundo se ha sorprendido, sí, la Iglesia se ha edificado, todos estamos llamados a tomarlo en cuenta. Y Dios desde el cielo sonríe porque un rayo de su luz logró disipar la espesa niebla del orgullo humano”.
Y concluye recordando que “la Iglesia sigue su camino sostenida por la certeza de que Jesús está siempre en el timón de la barca, sin interrupción y esto nos basta para ser optimistas”.
Además, indicó que la herencia de Benedicto XVI es la de habernos enseñado a leer la historia de la Iglesia con el criterio de la continuidad. Algunos querían interpretar el Concilio Vaticano II como una fractura. Justamente el papa Benedicto dijo que no. No hay una fractura sino un crecimiento, un desarrollo, siempre en la continuidad”.
Añadió que Benedicto XVI no ha hecho otra cosa que llamarnos nuevamente a la vertiente del Evangelio porque la Iglesia se vuelve joven no copiando las modas del momento, sino encontrando la frescura de sus orígenes.
“La gran bondad, la gran simplicidad” es la imagen que le queda del papa, indicó, así como la capacidad de hacer sentir bien al interlocutor. Y concluyó recordando que “cada vez que me encontré para hablar con el papa le he sentido verdaderamente como un padre bueno.