Ofrecemos la habitual columna sobre homilética a cargo del padre Antonio Rivero LC.
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¿Cuáles son los diversos tipos de oyentes que tendremos en nuestra predicaciones?
Debemos adecuar a nuestro auditorio u oyentes tanto el contenido como la forma de la predicación.
Niños
En el Directorio para las misas con niños que la Santa Sede publicó en 1973 se resaltan estas cosas:
La homilía puede hacerse en forma de diálogo con ellos.
Se recomienda un breve silencio después de la homilía para que los niños vayan aprendiendo el arte de recogerse para orar a Dios.
El predicador tiene que conocer a fondo al niño y su ambiente. Le ayudará tener algunas nociones de psicología infantil. Ayuda explicar los textos de la Sagrada Escritura que son gráficos, que presentan acontecimientos o sucesos, como los milagros o las parábolas, aptos para captar la imaginación infantil. Hay que traducir el Evangelio al lenguaje del niño y a la vida del niño.
Consejos:
Hay que familiarizar al niño con Jesús.
Hay que introducirlos poco a poco a la vida religiosa de la comunidad, explicando los signos y vestimentas litúrgicos, los períodos litúrgicos, los cánticos, las partes de la misa.
Hay que ayudarles a que sigan a Jesús, a que se parezcan a Jesús.
El tono de voz y el rostro del predicador de niños tiene que ser muy cordial, amable y sencillo.
Hay que salpicar las predicaciones de los niños con ejemplos y vida de santos.
Es bueno solamente dejar una sola idea para los niños.
Ser breves.
Jóvenes
Cristo es tu Ideal, tiene algo que decirte y es amigo de los jóvenes. Debemos presentar a Cristo tan atrayente que los jóvenes quieran seguirlo e imitarlo.
Aprovechar el optimismo del joven, su impulso a la acción y la nostalgia de amistad y de comunidad.
El predicador debe demostrar que ama a los jóvenes y los acepta como son: idealistas, inquietos, inseguros, etc. Sólo así se hará joven con los jóvenes y los conquistará para la causa de Cristo. No los debe atacar, sino alentar, estimular y ofrecerles ideales nobles y altos.
Hay que lograr que experimenten confianza en la Iglesia, que siempre quiere su bien y su felicidad.
El tono con los jóvenes debe ser vibrante, convencido, positivo y siempre transparente y veraz. Nunca perdonarán al predicador que les ocultó las exigencias de la vida cristiana. Siempre se recordarán del predicador que les explicó con respeto, pero con sinceridad, la verdad de Cristo y de la Iglesia.
Adultos
De ordinario los adultos buscan una predicación de cierta hondura, para profundizar su fe.
Esto no significa que sea seca y sin vida. Siempre hay que hablarles a todas las facultades del hombre: inteligencia, voluntad y corazón.
Hay que comprometerles a que sean apóstoles en su medio ambiente. Por tanto, las predicaciones deben ser concretas y con aplicaciones para la vida de ellos.
El tono del predicador de adultos tiene que ser seguro, con aplomo, fuerza y siempre motivador y positivo.
Ancianos y enfermos
En muchas iglesias predomina la gente mayor ya enferma, que es de ordinario la de mayor práctica religiosa, pues tienen más tiempo y la tradición de ir a misa. Muchos como la anciana Ana y Simeón del Evangelio, esperan el atardecer de la vida en la casa de Dios.
Los ancianos y enfermos no quieren que se apele a la compasión, pero sí que se les comprenda. No quieren ser tratados infantilmente, como si fueran niños o débiles mentales, sino que desean ser tratados con dignidad y cariño.
Tanto el tono como el fondo de las homilías tienen que ser suave, amable, esperanzador y siempre cariñoso.
Hacerles ver cómo pueden ayudar a sus nietos con su ejemplo y su fe, y, si están enfermos, que ofrezcan sus dolores por la Iglesia, el Papa, las vocaciones y la humanidad necesitada.
Con religiosas y sacerdotes
Hay que ser profundos, con cierta originalidad al tratar los temas, pues son personas ya cultivadas, no pueden estar escuchando siempre los mismos temas del mismo modo.
Tiene que haber siempre mucha unción por parte del predicador.
Valorarles su entrega al Señor para que crezcan en su amor a Cristo y estén orgullosos de pertenecer a Él.
Les ayudaría mucho sacar a colación los Santos Padres y los documentos de la Iglesia respecto a ese tema que se está tratando.
Tienen que ser homilías y charlas más bien breves, pero enjundiosas, positivas, motivadoras, y con un tono cordial, alegre y bondadoso.
Con los pobres y necesitados
Es el público más receptivo y amable que tenemos como sacerdotes, el más gratificante, y el que más llena nuestro corazón sacerdotal de alegría, simpatía y profundo amor, como le sucedía a Jesús. Ellos nos evangelizan en cada predicación que les ofrecemos. Sus ojos atentos, su sonrisa sincera, su abrazo cariñoso, su familia numerosa que semana tras semana participa de la santa misa… es para nosotros un incentivo para nuestra fidelidad como sacerdotes.
Tenemos que hablarles con mucha sencillez, cariño, aliento y claridad. Basta una verdad sacada de las lecturas bíblicas y explicada más con el corazón que con la razón. Los pobres tienen que sentir que son los consentidos y privilegiados de Cristo y de la Iglesia.
No olvidemos exponer algún ejemplo de la vida de los santos, que sea para ellos un estímulo para sus vidas.
Tienen que irse cada semana con algo, no sólo en el corazón, sino también en las manos, como manifestación caritativa de la comunidad parroquial.