Ofrecemos el texto de la carta que Benedicto XVI ha dirigido al predicador de los Ejercicios Espirituales a la Curia Romana de este año, el cardenal Gianfranco Ravasi.
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Deseo de todo corazón, venerado hermano, manifestarle mi profunda gratitud por el servico prestado a mí y a la Curia Romana proponiendo las meditaciones de los Ejercicios Espirituales. Al inicio de la Cuaresma, la semana de los Ejercicios es un tiempo aún más intenso de silencio y de oración, y el tema de este año –justo el diálogo entre Dios y el hombre en la oración de los Salmos– nos ha sido de especial ayuda: apenas entrados, por así decir, en el desierto tras las huellas de Jesús, hemos podido acudir a la fuente de agua purísima y abundante de la Palabra de Dios, que usted ha guiado a sacar del Libro de los Salmos, el lugar bíblico por excelencia en el que la Palabra se hace oración.
Rico de su ciencia y de su experiencia, usted ha propuesto un itinerario sugestivo a través del Salterio, siguiendo un doble movimiento: ascendente y descendiente. Los Salmos en efecto orientan sobre todo hacia el Rostro de Dios, hacia el misterio en el que la mente humana naufraga, pero que la misma Palabra divina permite captar según los diversos perfiles en los que Dios mismo se ha revelado. Y, al mismo tiempo, justo ala luz que emana del Rostro de Dios, la oración sálmica nos hace mirar al rostro del hombre, para reconocer en verdad sus alegrías y sus dolores, sus angustias y sus esperanzas.
De este modo, querido señor cardenal, la Palabra de Dios, mediada por el ars orandi antiguo y siempre nuevo del Pueblo judío y de la Iglesia, nos ha permitido renovar el ars credendi: una exigencia urgida por el Año de la Fe y hecha aún más necesaria por el particular momento que yo personalmente y la Sede Apostólica estamos viviendo. El sucesor de Pedro y sus colaboradores están llamados a dar a la Iglesia y al mundo un claro testimonio de fe, y esto es posible solo gracias a una profunda y estable inmersión en el diálogo con Dios. A los muchos que aún hoy preguntan: «¿Quién nos hará ver el bien?», pueden responder cuantos reflejan en su rostro y con su vida la luz del rostro de Dios (cfr. Sal 4,7).
El Señor sabrá, venerado hermano, recompensarle por este empeño,que ha realizado tan brillantemente. Por mi parte, le aseguro el recuerdo siempre reconocido en la oración por su persona y por su servicio eclesial, mientras que con afecto le renuevo la Bendición Apostólica, extendiéndola con gusto a cuantos le son queridos.
Traducido del italiano por Nieves San Martín