Uno de los reclamos más insistentes que nos ha hecho el papa Francisco desde que llegó al ministerio petrino ha sido, sin lugar a dudas, la invitación a ir a las periferias de la existencia para predicar el amor de Dios. Lo volvió a repetir a los movimientos apostólicos en su encuentro con ellos, durante la Vigilia de Pentecostés: «Una Iglesia cerrada (…) es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean, pero salir».
Son muchos los que se preguntan cuáles son esas «periferias» de las que habla el papa. ¿Se refiere a las chabolas de las ciudades, a los sitios más pobres? Se refiere a eso, pero no de modo exclusivo. De hecho, el santo padre suele acompañar la palabra «periferia» con un interesante adjetivo: existencial. ¿De qué está hablando, entonces?
Un espacio para evangelizar
Personalmente, creo que lo que el papa Francisco está invitándonos es ir a esos lugares que normalmente no son evangelizados; sea porque son difíciles, sea porque parecerían ajenos a la misión de la Iglesia. Y ¿qué sitios, hoy, requieren una audacia particular por parte de la Iglesia para la evangelización? Muchos pueden catalogarse en esta etiqueta. Uno de ellos es… Internet.
Sí, Internet. Porque la red ya no es solo un medio para pasar el tiempo, sino que es, como lo llamó Benedicto XVI, un «continente digital» en el que todos habitamos. A Internet vamos para informarnos, pero también para comprar cosas, para buscar trabajo, pareja o para el discernimiento vocacional. Internet es hoy un perno sobre el que gira nuestra sociedad. ¿Y la Iglesia, nosotros, somos indiferentes?
En enero de este año, Benedicto XVI dijo una frase que me parece certera: «un aspecto importante de la Encarnación es el extraordinario realismo del amor de Dios, que quiere entrar en nuestra historia». Al hacerse hombre, Dios comparte nuestra vida y quiere estar presente en todos los aspectos de la existencia humana, de la que Internet y las redes sociales son parte importante. La Iglesia no puede ser indiferente ante esto y por eso busca llegar y transmitir el amor de Dios ahí también. Ciertamente, es importante que de lo virtual uno pueda encaminar a las personas a los sacramentos y al contacto directo con Dios, pero el primer paso de encuentro con Él, de formación en la fe o de reavivar la esperanza se puede dar en Internet.
Coherencia, acogida, bondad
Bajando a lo concreto, diría que la mejor evangelización en Internet es la coherencia. Pongamos, por ejemplo, Twitter. Un tuit mío –o de cualquier católico que transmite con entusiasmo y alegría su fe–, puede acercar a las personas a Dios. Si me ven coherente, convencido de mi fe, sencillo y alegre en mis publicaciones, Dios se encarga de hacerles notar que «ahí hay algo más». Normalmente se empieza por el lado humano y luego Dios se encarga del resto.
Y esto va dirigido a los sacerdotes, religiosos y religiosas, pero, principalmente, a los jóvenes. Porque ser un testigo joven en las redes sociales es, muchas veces, mucho más eficaz y potente que lo que un sacerdote pueda hacer ahí. Y no se tiene que estar predicando misticismos o imágenes religiosas todo el tiempo. Con lo que ya tienes, con lo que vives, pero bajo el prisma de Dios.
Permítanme una aplicación concreta que nos sucede todos los días. Internet es como un gran recipiente, un vaso gigante en donde caben muchas personas, cada quien con sus características específicas: uno es frío como el hielo, el de más allá es temperamental como un café y otro desea ser sencillamente un poco de agua. Todos están ahí. Y es evidente que el frío chocará con el calor y que el agua natural se sienta herida por el colorante de una bebida cola.
Así nos pasa a nosotros. Con algunos congeniamos de modo natural, porque compartimos los mismos ideales y creencias. Pero hay otros que son totalmente diversos e incluso hirientes con nuestro modo de ser. ¿Cómo puedo convivir con alguien así en el mismo vaso del mundo de Internet? La respuesta la da un punto del Decálogo para la Evangelización de iMisión: la apertura. Es importante acoger a todos, demostrarles que ser creyente no es «formar parte de un gueto», sino que, como nuestro nombre católico indica, somos universales.
En conclusión, un buen católico, si vive su fe con entusiasmo, atrae a los demás y contagia ese amor por Dios y por sus cosas. Y lo hace de manera natural y serena. En este sentido, la bondad y la alegría es el mejor lenguaje que podemos usar en Internet. Y ojo: no «buenismo», sino bondad. El «buenismo» es una actitud muy poco cristiana, pues no quiere aceptar la cruz cuando llega y cree que, como Dios es bueno, el cristiano no debe sufrir. No. El cristiano sabe que sufrirá, pero no por eso deja de vivir con entusiasmo y alegría su vida. Es una bondad acompañada de la verdad. O mejor, de la Verdad con mayúscula: de Dios.
Salid fuera, ¡salid!
Ya no se puede ver Internet como «el lugar de las cosas malas» o «donde solo se pierde el tiempo». No podemos vivir en una burbuja o encerrados en nuestro mundo, como los apóstoles después de la resurrección, con miedo de que el mal nos aprese.
No debemos ser una Iglesia cerrada, sino lanzada a la evangelización digital. Nos urgía a esto el papa Francisco en la Vigilia de Pentecostés, en la cita antes mencionada: «No os encerréis, por favor. […] Cuando la Iglesia se cierra, se enferma […] Jesús nos dice: «Id por todo el mundo. Id. Predicad. Dad testimonio del Evangelio» (cf. Mc 16, 15). Pero ¿qué ocurre si uno sale de sí mismo? Puede suceder lo que le puede pasar a cualquiera que salga de casa y vaya por la calle: un accidente. Pero yo os digo: prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que haya tenido un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse. Salid fuera, ¡salid!».
Esto es a lo que estamos llamados a predicar en Internet, esa periferia existencial del siglo XXI.
* El padre Juan A. Ruiz es miembro de imision.org