La cumbre del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes que inició el martes 22 con la presencia del cardenal presidente, Antonio María Veglió y de su secretario, monseñor Joseph Kalathiparambil, que concluyó hoy viernes con el encuentro con el papa Francisco, ayer jueves por la tarde contó con una intervención del secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, monseñor Dominique Mamberti.
El ‘ministro de exteriores’ del Vaticano recordó en la misma, que las personas o grupos obligados a desplazarse de su patria son un hecho que “se remonta hasta el origen de la humanidad” por motivos “de naturaleza política o religiosa, de conflictos étnicos o raciales, los desastres ambientales, las agresiones y las ocupaciones extranjeras y otros eventos”.
Tras hacer un recorrido histórico sobre el trabajo de la Santa Sede en favor de los migrantes y refugiados, rechazó la tendencia que se registra en países civilizados: “Miedo a los refugiados, cuando no hostilidad” y denunció las “medidas restrictivas y disuasorias que bloquean tanto a los migrantes económicos como a los refugiados”.
Advirtió que los protagonistas de los “conflictos de las últimas dos décadas son actores no estatales, que desafían a los operadores humanitarios y en los cuales los civiles son frecuentemente los objetivos. Por ello pidió “estudiar nuevas estrategias de protección”.
El arzobispo francés reiteró el rechazo de la Santa Sede a “la imposición de practicas anticonceptivas o abortivas” a las mujeres migrantes o refugiadas. Y añadió que “los migrantes no son números anónimos sino personas”, con dones y aspiraciones que “es necesario satisfacer por su bien y el de la humanidad”.
“La Iglesia –indicó el arzobispo al inicio de su exposición– se ha ocupado en diversos niveles a favor de los refugiados mucho antes que existieran organismos internacionales para protegerlos o asistirlos”. Y la solicitud de la Iglesia por los migrantes fue confirmada por Pablo VI, que para ello “creó la Pontificia Comisión para la Pastoral de la Emigración y del Turismo, destinada a la atención pastoral de las personas en movimiento más allá de sus fronteras, como los refugiados; y el Pontificio Consejo Cor Unum, para animar a los fieles y a las organizaciones católicas a dar testimonio de la caridad de Cristo, estimulando ayudas por necesidades urgentes, promoviendo iniciativas de solidaridad y manteniendo relaciones con los organismos de asistencia”.
Recordó también que durante el pontificado de Pablo VI, la Santa Sede registró mucha actividad en los foros internacionales y el cambio de situación que se perfiló en los años setenta, cuando muchos países de Europa pasaron de emigrantes a receptores de inmigración.
Por ello, añadió el prelado, la Santa Sede participó en diversas iniciativas para acoger a los migrantes forzados, como la conferencia de Arusha, en 1979, la de África austral, y las de Ginebra en 1979 y 1989 que intentaba responder a la situación de los refugiados de indochina (boat people).Y cómo la Santa Sede tampoco se abstuvo de apoyar el asilo temporáneo por motivos humanitarios de los refugiados de la ex Yugoslavia, a inicios de los 90.
En numerosos viajes en los diversos continentes –recordó Mamberti– los pontífices visitaron los campos de refugiados, para dar testimonio de la cercanía de la Iglesia como para despertar la atención de la comunidad internacional y a la opinión pública sobre el destino de estas personas
Y en los años del pontificado de Juan Pablo II fueron muchísimos los documentos sobre el tema, llegando en el 2000 a la Carta Jubilar de los derechos de los prófugos, escrita en colaboración con el Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados.
Tampoco faltaron las intervenciones en la asamblea general de las Naciones Unidas, sobre refugiados, repatriados y prófugos, subrayando la necesidad de compartir los costos de la acogida con los países que soportan este fardo insostenible, así como favorecer la reunificación de las familias y proteger a los más vunerables: niños, mujeres, minusválidos y ancianos.
El ministro del Vaticano recordó también que la Santa Sede apoyó siempre el esfuerzo de la comunidad internacional en diversos ambientes y en el interior del sistema de las Naciones Unidas, para encontrar a través del diálogo, del compartir experiencia, la vía para enfrentar el problema y encontrar soluciones durables.
Empeño puesto también por Benedicto XVI, que en numerosas intervenciones y en la encíclica Caritas in Veritate, presenta el tema en el ámbito del desarrollo humano.
Para no hablar del papa Francisco y de sus continuos testimonios sobre su cercanía a los inmigrantes, a las víctimas de la trata de personas, y de sus recientes apelaciones como la de pascua, cuando habló del don de la paz en un mundo “herido del egoísmo que amenaza la vida humana y la familia” y de la trata de personas que “es la esclavitud más extendida en este siglo XXI”.
Advirtió además, que “el peso de la acogida de grandes masas de prófugos, acompañados de períodos de crisis económicas generalizada y de preocupaciones sobre la seguridad han generado y generan aún hoy una reacción que muchas veces se acerca al miedo a los refugiados, cuando no a la hostilidad”.
El secretario para las Relaciones con los Estados precisó que los conflictos de las últimas dos décadas han cambiado, y son mayoritariamente de actores no estatales, que desafían a los operadores humanitarios y en los cuales los civiles son frecuentemente los objetivos. Por ello “es necesario estudiar nuevas estrategias de protección a nivel local, regional o internacional”.
Otra problemática que la Santa Sede ha denunciado sobre la educación y salud de los inmigrantes forzados, especialmente mujeres, es la imposición de practicas anticonceptivas o abortivas.
“Los migrantes no son números anónimos – concluyó su excelencia – sino personas, hombres, mujeres y niños con sus propias historias individuales, con dones que hay que poner a disposición y con aspiraciones que es necesario satisfacer por su bien y el de la humanidad”.