A las 19 horas de hoy, Solemnidad del santísimo Cuerpo y sangre de Cristo, el santo padre Francisco celebró la Santa Misa, en el atrio de la Basílica de Juan de Letrán. Luego presidió la Procesión Eucarística que, recorriendo via Merulana, llegó hasta la Basílica de Santa María la Mayor. Publicamos la homilía que el papa dirigió a los fieles en el curso de la Celebración Eucarística.
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Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio que hemos escuchado, hay una expresión de Jesús que me impresiona siempre: «Dadles de comer vosotros mismos» (Lc 9,13). Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.
1. Sobre todo: ¿Quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos en el inicio del pasaje evangélico: es la multitud. Jesús está en medio de la gente, la acoge, le habla, la cura, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los Doce Apóstoles para estar con El y sumirse como El en las situaciones concretas del mundo. Y la gente le sigue, le escucha, porque Jesús habla y actúa de modo nuevo, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien da la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice a Dios.
Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros tratamos de seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con El en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don de El y a los otros.
2. Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que hace Jesús a los discípulos de alimentar ellos mismos a la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra al aire libre, lejos de los lugares habitados, mientras se hace de noche, y luego de la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la multitud para que vaya a los pueblos cercanos a encontrar alimento y alojamiento (cfr Lc 9,12). Frente a la necesidad de la multitud, he aquí la solución de los discípulos: cada uno piense en sí mismo; ¡despedir a la multitud! ¡Cuántas veces nosotros los cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los otros, despidiéndoles con un piadoso: «¡Que Dios te ayude!». O con un no tan piadoso: «¡Buena suerte!».
Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: «Dadles vosotros mismos de comer». ¿Pero cómo es posible que seamos nosotros los que den de comer a una multitud? «Sólo tenemos cinco panes y dos peces, a menos que no vayamos a comprar víveres para toda esta gente». Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos que hagan sentarse a la gente en comunidades de cincuenta personas, alza los ojos al cielo, recita la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la gente que ha bebido la palabra del Señor, es ahora nutrida por su pan de vida. Y todos fueron saciados, anota el evangelista.
Esta tarde, también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que El nos da una vez más su cuerpo, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Y en el escuchar su Palabra, en el nutrirnos de su Cuerpo y Sangre, El nos hace pasar de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en El. Entonces deberemos preguntarnos todos ante el Señor: ¿cómo vuvo yo la Eucaristía? ¿La vivo en modo anónimo o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma misa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?
3. Un último elemento: ¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: “Ustedes mismos den…”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente estos panes y estos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud.
Y son justamente los discípulos desorientados delante de la incapacidad de sus medios –la pobreza de lo que pueden poner a disposición– quienes hacen acomodar a la gente y distribuyen –confiando en la palabra de Jesús- los panes y peces que sacian a la multitud.
Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra llave de la que no debemos tener miedo es: “solidaridad”, saber dar, o sea, poner a disposición de Dios todo lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solamente compartiendo, en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto. Solidaridad: !una palabra mal vista por el espíritu mundano!
Esta noche, una vez más, el Señor nos distribuye el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros sentimos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba nunca, una solidaridad que nunca deja de asombrarnos: Dios se vuelve cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se humilla entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte.
Jesús esta noche también se dona a nosotros en la eucaristía, comparte muestro mismo camino, más aún se hace alimento, el verdadero alimento que sustenta nuestra vida, incluso en los momentos durante los cuales la calle se vuelve dura y los obstáculos retardan nuestros pasos.
Y en la eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el compartir, el don. Lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte se vuelve riqueza, porque la potencia de Dios, que es la del amor, baja dentro de nuestra pobreza para transformarla.
Preguntémonos entonces esta noche, adorando a Cristo realmente presente en la eucaristía: ¿Me dejo transformar por Él? Dejo que el Señor que se dona a mi me guíe para hacerme salir de mi pequeño recinto, para salir y no tener miedo de donarme, de compartir, de amarle y de amar a los otros?
Seguimiento, comunión, compartir. Recemos para que la participación en la eucaristía nos incite siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo lo que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda. Amén.
Traducido del italiano por ZENIT