''Dios ha querido abrazarnos en nuestra pobre humanidad''

Homilía de monseñor Javier Martínez en el Corpus Christi en Granada

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Ofrecemos un extracto de la homilía pronunciada por monseñor Javier Martínez, arzobispo de Granada, con motivo de la celebración ayer jueves en Granada del Corpus Christi.

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Hoy es un día especialmente grande para nuestra con unidad cristiana, para el pueblo cristiano de Granada. Y es un día grande porque expresa, como expresa la fiesta del Corpus Christi, en un solo gesto, en una sola celebración, todo el misterio del designio salvador de Dios, todo el fruto de esa historia de salvación, de esa historia de amor, que culmina en la buena noticia de la encarnación del hijo de Dios, la buena noticia del Evangelio que sigue siendo buena noticia para nosotros hoy en estos comienzos del siglo XXI.

¿Cuál es esa buena noticia?: Que Dios está con nosotros. (…) Dios ha querido abrazarnos en nuestra pobre humanidad, en nuestra humanidad tantas veces mezquina, miserable, calculadora, manipuladora… esta humanidad nuestra tan pequeña, tan condicionada por nuestra realidad mortal y pecadora. Sin embargo, el Señor no se ha avergonzado, como decía un Padre de la Iglesia, como un médico limpio de bajar hasta nuestras llagas, besarlas, mancharse con ellas, curarlas…, con su abrazo. Y ese abrazo ha querido el Señor que permanezca para siempre. El pan de vida, que es el centro de nuestra celebración, es, justamente, el signo de la fidelidad de Dios. Le llamamos pan de vida (…) porque el pan es el alimento básico con que los hombres nos alimentamos cuando no hay otra cosa; el pan es tan necesario como el aire, y resumimos en la palabra pan lo que significa nutrición, alimento, tan necesario como el aire o el agua para vivir. (…)

Vida de nuestra vida

Celebrar el pan de vida es celebrar que sin tu Presencia, Señor, sin tu compañía, sin el don que Tú nos haces de tu vida, nuestras vidas se secan, se empobrecen, se mueren. Y llamarlo pan de vida indica que ese alimento es la vida de nuestra vida. ¿Y cuál es la vida de nuestra vida?: el amor. ¿Qué es lo que realmente nos sostiene en la vida -también en nuestra experiencia-, hace la vida digna de ser vivida, hace las fatigas de la vida dignas de ser afrontadas, hace los dolores de la vida dignos de ser soportados?: el amor. (…)

El amor verdadero es una condición tan indispensable para la vida humana, para la convivencia humana, para la construcción de una civilidad humana, de una ciudad humana, como el pan, el agua, o el aire. Una sociedad sin amor es una sociedad que se muere. Y nosotros tenemos el secreto del amor, el don del amor. Cuando vamos a sacar el Santísimo Sacramento por nuestras calles lo que estamos acercando a nuestras casas, a nuestras vidas, a nuestras ciudades, a nuestros hermanos ciudadanos -incluso no creyentes, que, a veces, se acercan por curiosidad a ver qué es lo que hacemos, qué es lo que vivimos o celebramos-, entenderán lo que entiendan, pero podrían tal vez ver que en torno a Cristo nos sentimos todos una sola familia, nos sentimos todos hermanos. Como nos hemos sentido, hace muy pocos días, con la Peregrinación María Reina de Granada, desde la Catedral a la Basílica de las Angustias; en torno al Señor y a Su Madre el amor crece.

Por eso, el pan de vida es pan de vida porque sostiene nuestra vida en su humanidad más grande; porque es de una manera misteriosa: diréis, pero cómo en ese pequeño trozo de pan puede estar algo tan grande como el amor de Dios por nuestra humanidad miserable, tan pobre, tan pequeña, tan numerosa que sería imposible para nosotros imaginar un amor que pudiera abrazar a todos los hombres. Eso es un reflejo de la dificultad que tenemos para imaginar la trascendencia y la infinitud de Dios, porque el amor de Dios nos ama a todos, pero no a todos como un conjunto del que tocamos a una parte, sino que nos ama a todos con un amor infinito para cada uno y ese amor no disminuye. Eso significa que Dios es Dios, eso significa la infinitud del amor de Dios.

Yo puedo pasarme la vida eterna bebiendo de ese amor hasta saciarme, y tal y como estamos hechos jamás me saciaré del todo, podré estar la vida eterna bebiendo y el océano del amor de Dios no habrá disminuido ni en una sola gota. Ése es el Dios que nosotros conocemos, el Dios que es no sólo poder, ni principalmente poder, sino el Dios que es amor, y capaz por lo tanto de transformar una vida humana necesitada de amor justamente en un pueblo que tiene por ley nada más que eso. Cuando el Señor quiso resumir en una sola expresión qué es lo que Dios espera de nosotros: que amemos a Dios con todas nuestras fuerzas -sean muchas o pocas-, con todo nuestro ser y que nos amemos unos a otros como a nosotros mismos, como Él nos ama a nosotros. Porque también nuestro amor es capaz de crecer siempre.

Celebramos por lo tanto, al adorar el pan de vida, el secreto de la vida humana, que es imagen de la vida divina, el secreto de nuestra vida, que nos es posible vivir y realizar en nuestro modo de ser pequeño justamente porque el amor infinito de Dios permanece con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (…), sin que mis pecados, y mis torpezas, y mis limitaciones sean obstáculo para que ese amor pueda entregarse a mí, darse a mí con la misma frescura que el día primero de la creación. (…)

Quisiera que todos fuéramos conscientes de que la presencia eucarística, esa fidelidad de Cristo, está vinculada también al ministerio sacerdotal, al ministerio apostólico. Y que le pidamos al Señor no sólo que nos dé sacerdotes, sino que nosotros los sacerdotes podamos aprender del Sacramento de la Eucaristía que también la regla de nuestra vida es justamente la que recordamos cada vez que consagramos el pan y el vino: el dar nuestra vida por la vida del pueblo.

El Sacramento de la Eucaristía y el Sacramento del Orden Sacerdotal son dos caras de un mismo sacramento: de la fidelidad del Señor, del amor y de la misericordia del Señor. Pero el sacerdote tiene que hacer de su vida, de su persona misma, el don que para el pueblo cristiano y para el mundo significa el Sacramento de la Eucaristía. En la Eucaristía está de una manera absolutamente fiel. Aunque un sacerdote indigno me diera a comulgar, cuando yo comulgo recibo el Cuerpo de Cristo, de una manera indefectible.

El sacramento del sacerdocio es un sacramento, en cambio, que cuenta con la libertad del hombre, necesita la liberad del hombre para realizarse. Cristo perdona siempre que un sacerdote perdona, y el pan y el vino se consagran cada vez que un sacerdote consagra, aunque sea indigno. Pero el pueblo cristiano tiene necesidad de ver en el sacerdote lo mismo, sólo que hecho humanidad, hecho carne, hecho humanidad tangible, lo mismo que ve, lo mismo que adoramos esta mañana en la Eucaristía. Son dos caras de la misma fidelidad de Dios.

El sacerdote está hecho para gastar su vida por este pueblo que es lo más bello que hay en la tierra, por la Iglesia de Dios que es el germen de la ciudad del cielo, por la Iglesia de Dios, que sois vosotros, que es el fruto de la redención, y de la muerte y resurrección de Cristo, que es la criatura más bella que ha existido jamás. A esa criatura nosotros le debemos la vida. (…)

Esta homilía puede escucharse también en internet: http://www.ivoox.com/homilia-mons-martinez-eucaristia-del-audios-mp3_rf_2090652_1.html.

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ZENIT Staff

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