La Iglesia está para proclamar la palabra de Dios hasta el martirio

El papa Francisco este lunes en Santa Marta invitó a ser una Iglesia que nunca tome nada para sí misma

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Al igual que san Juan, la Iglesia está llamada a proclamar la Palabra de Dios, hasta el martirio. Es lo que ha subrayado este lunes el papa Francisco en la misa celebrada en la Casa Santa Marta, durante la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. El papa insistió que la Iglesia nunca debe tomar nada para sí misma, sino estar siempre al servicio del evangelio. Radio Vaticana informó que la misa fue concelebrada entre otros, por el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, acompañado de un grupo de presbíteros y colaboradores de dicho dicasterio a su cargo, al que se sumó otro grupo a su cargo de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra. También participaron empleados de la Oficina Filatélica y Numismática Vaticana.

Ser voz en el desierto

El día en que la Iglesia celebra el nacimiento de san Juan Bautista, el papa Francisco inició su homilía felicitando a todos los que llevan el nombre de Juan. La figura de Juan el Bautista, dijo, no siempre es fácil de entender. «Cuando pensamos en su vida –observó–, él es un profeta», un «gran hombre que luego termina como un hombre pobre». ¿Quién es por lo tanto Juan? Él mismo, añadió, lo explica: «Yo soy una voz, una voz en el desierto», pero «es una voz sin la Palabra, porque la Palabra no es Él, es Otro». He aquí, pues lo que es el misterio de Juan: «Nunca se apodera de la Palabra», Juan «es el que significa, el que señala». El «sentido de la vida de Juan es indicar a otro». Francisco confió cómo le llama la atención que la «Iglesia elija para la fiesta de Juan», un periodo en que los días son los más largos del año, «que tienen más luz». Y realmente Juan «era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era su propia luz, era una luz reflejada». Juan es «como una luna», y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan «comenzó a declinar». «Voz, no Palabra –afirmó–, luz, pero no propia»:

«Juan parece ser nada. Esa es la vocación de Juan: desaparecer. Y cuando contemplamos la vida de este hombre, tan grande, tan poderoso –todos creían que él era el Mesías–, cuando contemplamos esta vida, cómo desaparecía hasta llegar a la oscuridad de una prisión, contemplamos un gran misterio. No sabemos cómo fueron los últimos días de Juan. No lo sabemos. Sólo sabemos que fue asesinado, su cabeza en una bandeja, como el gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede ir más abajo,desaparecer… Ese fue el final de Juan».

No apropiarse de la Verdad 

En la cárcel, continuó, Juan tiene dudas, tenía una angustia y había llamado a sus discípulos para que vayan donde Jesús a preguntarle: «¿Eres Tú, o debemos esperar a otro?». Este fue «justamente la oscuridad, el dolor de su vida». Ni siquiera de esto “se salvó Juan», continuó el papa: «la figura de Juan me hace pensar mucho en la Iglesia»:

«La Iglesia existe para anunciar, para ser la voz de la Palabra, de su esposo, que es la Palabra. Y la Iglesia existe para anunciar esta Palabra hasta el martirio. Martirio precisamente en las manos de los soberbios, de los más soberbios de la Tierra. Juan podía volverse importante, podía decir algo acerca de sí mismo. ‘Pero yo nunca cuento’ sino solamente esto: indicaba, se sentía la voz, no la Palabra. Es el secreto de Juan. ¿Por qué Juan es santo y sin pecado? Por que nunca tomó una verdad como propia. No ha querido volverse un ideólogo. Es el hombre que se negó a sí mismo, para que la Palabra crezca. Y nosotros, como Iglesia, podemos pedir hoy la gracia de no convertirnos en una Iglesia ideologizada…».

La Iglesia, añadió, debe escuchar la Palabra de Jesús y hacerse su voz, proclamarla con coraje. «Esta es una Iglesia sin ideologías, sin vida propia: la Iglesia que es el mysterium lunae, que tiene la luz de su Esposo y debe disminuir, para que Él crezca».

«Este es el modelo que Juan nos ofrece hoy, para nosotros y para la Iglesia. Una Iglesia que esté siempre al servicio de la Palabra. Una Iglesia que nunca tome nada para sí misma. Hoy en la oración hemos pedido la gracia de la alegría, le hemos pedido al Señor animar esta Iglesia en el servicio a la Palabra, de ser la voz de esta Palabra, predicar esta Palabra.

Pidamos la gracia de imitar a Juan, sin ideas propias, sin un Evangelio tomado como propiedad, sino solamente una Iglesia-voz que señala la Palabra, y esto hasta el martirio».

Traducido por José Antonio Varela V.

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ZENIT Staff

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