El papa Francisco rezó el ángelus este domingo 30 de junio desde la ventana de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, en donde una multitud de fieles le esperaba.
Las palabras del papa. Lo escrito en cursiva son palabras improvisadas que no estaban en el texto oficial
¡Queridos hermanos y hermanas, buen día!
El evangelio de este domingo muestra un episodio muy importante en la vida de Cristo. El momento en el que -como escribe san Lucas- ‘Jesús tomó la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén’. Jerusalén que es la meta fina en donde Jesús, en su última pascua tiene que morir para resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión salvadora.
Desde ese momento, después de esa firme decisión, Jesús va derecho hacia la meta y a las personas que encuentra y que le indican que quieren seguirlo les indica claramente cuales son las condiciones: no tener una demora estable; saber desprenderse de los afectos familiares; no ceder a la nostalgia del pasado.
Pero Jesús le dice también a sus discípulos, encargados de anticiparlo en el camino de Jerusalén para anunciar que por allí iba a pasar, ¡qué no impusieran nada! si no encontrarán disponibilidad para acogerlo, se proceda y se vaya más adelante.
¡Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita: si tu quieres ven. La humildad de Jesús es así, el nos invita siempre, no impone.
Todo esto nos hace pensar. Nos dice por ejemplo, la importancia que también para Jesús tuvo la conciencia: el escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. Jesús en su existencia terrena no era por así decir ‘telecomandado’. Era el Verbo Encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, y a un cierto punto tomó la firme decisión de ir a Jerusalén por última vez; una decisión tomada en su conciencia pero que no la tomó solo: junto al Padre, en plena unión con Él. Decidió en obediencia al Padre, en escucha profunda, íntima de su voluntad. Y por esto la decisión era firme, porque tomada con el Padre. Y en el Padre encontraba la fuerza y la luz para su camino.
Y Jesús tenía libertad, en esa decisión era libre. Jesús a nosotros los cristianos nos quiere libres como Él. Con esa libertad que viene de ese diálogo con el Padre, de ese diálogo con Dios. Jesús no quiere ni cristianos egoístas que siguen el propio yo, que non hablan con Dios; ni cristianos débiles, cristianos que no tienen voluntad, cristianos telecomandados, incapaces de creatividad, que buscan siempre conectarse con la voluntad de otro, que no son libres. Jesús nos quiere libres y esa libertad ¿dónde se encuentra? se encuentra en el diálogo con Dios en la propia conciencia. Si un cristiano no sabe hablar con Dios, si no sabe sentir a Dios en su propia conciencia no es libre, no es libre. Por esto tenemos que aprender a escuchar más a nuestra conciencia.
¡Pero atención! Esto no significa seguir el propio yo, hacer lo que me interesa, lo que me conviene, lo que me gusta… No es esto. La conciencia es el espacio interior de escucha de la verdad, del bien, para escuchar a Dios. Es el lugar interior de mi relación con Él, que le habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a entender el camino que debo recorrer. Y una vez tomada la decisión, de ir adelante y ser fiel.
Nosotros tuvimos un ejemplo maravilloso, de cómo es esta relación con Dios en la propia conciencia. Un reciente ejemplo maravilloso: el papa Benedicto XVI nos dio este ejemplo, cuando el Señor le hizo entender en la oración, cuál era el paso que debía realizar. Ha seguido con gran sentido, discernimiento y coraje, su conciencia, o sea la voluntad de Dios que le hablaba en su corazón. Y este ejemplo de nuestro padre nos hace tanto bien a todos nosotros. Es un ejemplo que hay que seguir.
La Virgen con gran simplicidad escuchaba y meditaba en su interior la palabra de Dios y lo que le sucedía a Jesús. Siguió a su Hijo con íntima convicción, con firme esperanza. Nos ayude María a volvernos cada vez más hombres y mujeres de conciencia, capaces de escuchar la voz de Dios y de seguirla con decisión».
Tras rezar el ángelus recordó que hoy en Italia se celebra la Jornada de la caridad del papa y saludó a los peregrinos, entre los cuales los que habían venido desde Madrid.
Y concluyó con su ya famoso «¡Buon pranzo!»