Los cien años de los pasionistas en el Perú

Entrevista al obispo misionero Miguel Irí­zar que preside la comisión conmemorativa

Share this Entry

La Congregación de la Pasión, o más conocidos como los misioneros pasionistas, cumplieron cien años de presencia en el Perú. Una celebración que recoge memoria, nombres y mucho heroísmo. Pero también simboliza evangelización, promoción humana y esperanza para las comunidades de la selva peruana, que recibieron el primer anuncio por parte de españoles vascos que respondieron a inicios del siglo XX con generosidad al llamado de la Iglesia.

Para conocer más sobre esta celebración y los retos misioneros de ayer y de hoy de los pasionistas, ZENIT conversó con monseñor Miguel Irízar Campos, un misionero con unos cincuenta años de presencia en el Perú, quien fue obispo-vicario apostólico de Yurimaguas, una región en la provincia del Alto Amazonas, departamento de Loreto, confiada hace cien años a su congregación por el papa.

Hoy, el también obispo emérito del Callao, ex secretario general del episcopado peruano y ex presidente de Cáritas del Perú y de la Pastoral Social del Celam, preside la comisión conmemorativa en cuya sencilla oficina nos recibe.

¿Cómo fue el panorama que encontraron los primeros misioneros pasionistas hace 100 años?

— Mons. Irízar: Estaban ante una región inmensamente grande, hablamos de 100.000 kilómetros cuadrados que debían atender. Una región que a nivel pastoral estaba descuidada, casi abandonada, era todo un reto… Hay que saber que a la selva solo se llegaba caminando o a lomo de bestia. Se unía así la distancia geográfica, la dispersión y a su vez las dificultades de comunicarse entre sí.

¿Cuánto tiempo se habrían tomado para llegar?

— Mons. Irízar: Fueron casi tres meses para llegar desde Lima, pasando por el norte del país. Estando allí, las distancias internas entre Tarapoto, Rioja, Moyobamba, Yurimaguas o el Marañón, podían ser de quince días o un mes, porque no existían carreteras.

Suena a una aventura misionera…

— Mons. Irízar: Sí, fueron realmente heroicos, porque eso no era un turismo de aventura, sino una verdadera aventura misionera. Yo que fui misionero después, encontré todavía el reto y las dificultades de los ríos; el trópico mismo es una dificultad.

¿Cómo fue que pensaron en ustedes para desarrollar esta misión?

— Mons. Irízar: El obispo Emilio Lisson de Chachapoyas tocó muchas puertas para atender esta región. Supo entonces que la congregación pasionista tenía una vitalidad, al haber sido fundada recién en el siglo XVIII por san Pablo de la Cruz. Sin embargo, cuando fue a Roma le dijeron que la provincia que venía creciendo era la de los vascos…

Entonces fueron ustedes los vascos quienes respondieron al reto…

— Mons. Irízar: Sí, la respuesta fue generosa, y en estos cien años hemos sido más de doscientos los misioneros venidos desde allá para evangelizar esta región. Luego se organizó el vicariato apostólico de Yurimaguas y la prelatura de Moyobamba (ndr: hoy confiada por el papa a la arquidiócesis de Toledo).

Ustedes no estaban en el Perú, pero sí habían llegado a América Latina, ¿no?

— Mons. Irízar: Habían llegado ya a Argentina, a Chile y a México. Al Perú llegamos en 1913 pero no a fundar en Lima, sino heroicamente como misioneros en la selva. Luego de catorce años llegó recién el primer pasionista a Lima.

¿Qué nombres surgen en estos cien años?

— Mons. Irízar: Diría el primero que vino al frente de los primeros doce misioneros, es decir el padre Atanasio Jaúregui, quien fue el superior de ese equipo, y sería años más tarde el primer obispo y vicario apostólico. Para mí fue como el fundador de la mision pasionista en la Amazonía, quien organizó la marcha de la Iglesia en esta región y mantuvo la unidad.

¿Algún otro nombre?

— Mons. Irízar: Otro fue el primer obispo prelado de Moyobamba, Martín Elorza, también vasco, quien fue superior provincial. Como obispo le confiaron todo el departamento de San Martín en la selva y debió organizarlo. Tuvo una gran inquietud, vivía muy preocupado por el clero nativo, por la intrucción, la catequesis y la educación. Fue un gran misionero e incansable visitador de los pueblos, por lo que como obispo recorrió siete veces la prelatura entre 1949 y 1966.

En definitiva, usted es parte fundamental de estos cien años…

– Mons. Irízar: Estuve dieciséis años como obispo en Yurimaguas, y fue mi gran experiencia misionera, algo que me ha ayudado mucho para ser un buen pastor. Además algo curioso… hace cincuenta años se celebraba el cincuentenario de la Congregación en el Perú y yo era un joven pasionista que había llegado poco años atrás al Perú, por lo que fui el organizador también del cincuentenario, como hoy lo soy del centenario.

¿Cuál es la evaluación de este aporte de los pasionistas a los habitantes de la selva de Yurimaguas y Moyobamba?

— Mons Irízar: Lo primero es que se llegó a ellos… Antes humanamente era dificil. Por eso monseñor Jaúregui salía 6 o 7 meses y no regresaba un buen tiempo. Y fíjate que era a pura canoa, no había motores aún. Llegar a un destino por el río Marañón podía tardarse una semana o diez días. Pero luego el recorrido total duraba meses enteros y tenían que vivir de lo que podían o les invitaban. Había que aguantar las temperaturas del trópico, además de los mosquitos o los zancudos.

Algo que los comprometió cada vez más…

— Mons. Irízar: Aquel fue el primer esfuerzo. Fue viajar, por ejemplo hasta las comunidades de la etnia aguaruna para que supieran que llegaba una buena noticia para ellos, que venían por amor a ellos y por encargo de la Iglesia. Los pasionistas siempre tuvieron la preocupación de formar a los primeros catequistas y a los primeros maestros. En educación, las primeras escuelas que nacieron fueron misionales, que las sostenía el vicariato, y luego se convertían en escuelas estatales.

¿Ya se hablaba de desarrollo humano desde entonces?

— Mons. Irízar: Junto a eso que dije, sí. Se daba lo que hoy se llama inclusión social. Los religiosos-hermanos que venían, enseñaban a los nativos a trabajar en carpintería, ladrilleras y en construcción por que no había nada. Se construyó la primera catedral entre 1928 a 1931 con sus propios esfuerzos. Ya en mi tiempo pusimos una escuela de carpintería donde salieron cerca de doscientos maestros carpinteros.

También fueron pioneros en el sector salud, ¿no?

— Mons. Irízar: El sector salud ha sido otro capítulo, porque el primer hospital de Yurimaguas no fue del Estado, sino del vicariato, llamado el ‘santa Gema’ que aún existe. Y cuando se quería llegar por los ríos, se inventó la “Lancha sanitaria fluvial” con la presencia de los pasionistas y otros religiosos, junto al personal de salud.

¿Cómo forman hoy a los jóvenes presbíteros, para que mantengan el celo misionero?

— Mons. Irízar: Se ha tratado de mantener siempre el carisma, que no es solo llevar la memoria de la pasión de Cristo, sino también de los que hoy padecen, de los nuevos sufrientes, de los nuevos crucificados… A nivel de la formación humana, a los peruanos se les ha ido formando, pero mi inquietud es que así como un día los que veníamos de lejos pudimos responder a un compromiso misionero muy exigente, espero que mis hermanos jóvenes peruanos también se abran a ese reto misionero. Junto a eso, que asuman el compromiso de no quedarse en la costa o en Lima, sino que asuman la misión, porque no es fácil dejar una zona en que uno está cómodo, e irse a zonas que exigen mucho más sacrificio y entrega.

Finalmente, según su experiencia de tantos años…, ¿cómo debe presentarse el evangelio de manera incult
urada en estas realidades?

— Mons. Irízar: Yo ya conocía la selva porque la visitaba como superior de los pasionistas. Cuando fui nombrado obispo, en los primeros dos o tres años me dediqué a escuchar y a contemplar la realidad de las comunidades, sean ribereñas o nativas, y escuchar a los misioneros que llevaban bastantes años. Yo no podía entrar a instruirlos sobre lo que tenían que hacer, luego sí. Pero, ¿cómo inculturar el evangelio en el mundo de las etnias? Allí hemos tenido pioneros, como el padre italiano Luis Bolla, salesiano, que así como él otras religiosas han entrado a vivir dentro de las comunidades, no solo de visita, sino a seguir ese proceso de educación de la fe, así como en la salud, la producción y el desarrollo social. 

Share this Entry

José Antonio Varela Vidal

Lima, 1967. Periodista colegiado con ejercicio de la profesión desde 1989. Titulado en periodismo por la Universidad Jaime Bausate y Meza, de Lima. Estudios complementarios en filosofía, teología, periodismo religioso, new media y en comunicación pastoral e intercultural-misionera; así como en pastoral urbana, doctrina social de la Iglesia y comunicación institucional y estratégica, desarrollados indistintamente en Lima, Quito, Bogotá, Roma, Miami, y Washington DC. Ex jefe de oficinas de comunicación institucional en el sector público y eclesial. Asimismo, fue gerente de televisión de un canal y director de dos revistas impresas. Es articulista en publicaciones católicas de su país y del extranjero, entre ellas zenit. Actualmente colabora con los padres palotinos, presentes en el Perú desde el 2014.

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }