Unos pocos minutos después de las 16 horas, el santo padre llegó a la Pontificia Facultad Teológica Regional en Cerdeña. El papa fue recibido por la comunidad de jesuitas en el aula Magna, con la presencia de los docentes y estudiantes de dicha universidad pero también de otras estatales de Cerdeña. Tras los saludos de los directores de la universidad, el papa dirigió el siguiente discurso:
Queridos amigos, a todos les doy mi cordial saludo.
Agradezco al padre director y a los rectores magníficos por sus palabras de acogida, y les deseo todo tipo de bien por el trabajo de las tres instituciones. Les agradezco el trabajo de las Pontificia Facultad Teológica que nos hospeda, en particular a los padres jesuitas que realizan con generosidad su precioso servicio y a todo el cuerpo académico. La preparación de los candidatos al sacerdocio es siempre un objetivo primario, pero también la formación de los laicos es muy importante.
No quiero hacer una lección académica mismo si el contexto y el hecho que ustedes son un grupo calificado lo solicitaría. Prefiero ofrecer algunas reflexiones hechas en alta voz que parten de mi experiencia de hombre y de Pastor de la Iglesia.
Y por esto me dejo guiar por un párrafo del evangelio, haciendo una lectura ‘existencial’, la de los discípulos de Emaús: dos discípulos que Jesús que después de su muerte retornan a su pueblo. He elegido tres palabras clave: desilusión, resignación, esperanza.
Estos discípulos llevan en su corazón sufrimiento y desorientación por la muerte de Jesús, están desilusionados por como acabaron las cosas. Un sentimiento análogo lo encontramos también en nuestra situación actual: la desilusión, debido a una crisis económico-financiera, pero también ecológica, educativa, moral. Es una crisis que se refiere al presente y al futuro histórico, existencial del hombre en esta nuestra civilización occidental, que termina por afectar al mundo entero.
Claramente cada época de la historia contiene en sí elementos críticos, pero al menos en los cuatro últimos siglos no se ha visto nunca así –el tambalear las certezas fundamentales que constituyen la vida de los seres humanos– como en nuestra época.
Pienso a la deterioración del ambiente, a los desequilibrios sociales, a la terrible pontencia de las armas, al sistema económico-financiero, al desarrollo y al peso de los medios de información, de comunicación y de transporte. Es un cambio que afecta el modo mismo en el cual la humanidad lleva su existencia en este mundo.
Delante a esta realidad ¿Cuáles son las reacciones? Volvamos a los dos discípulos de Emaús: desilusionados delante de la muerte de Jesús se muestran resignados y buscan de huir de la realidad, dejan Jerusalén. Mismas actitudes que podemos leer también en este momento histórico. Delante de la crisis nos podemos resignar, ser pesimistas hacia cualquier posibilidad eficaz de intervención. En un cierto sentido es un ‘salirse afuera’ de la misma dinámica del actual momento histórico, denunciando los aspectos más negativos con una mentalidad similar a la de aquel movimiento espiritual y teológico del II siglo después de Cristo que es llamado ‘apocalíptico’.
Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar ‘islas’ o momentos de tregua. Es algo similar a la actitud de Pilatos, el ‘lavarse las manos’. Una actitud que parece ‘pragmática’ pero que de hecho ignora el grito de justicia, de responsabilidad social, y que lleva al individualismo a la hipocresía o peor a una especie de cinismo.
A este punto nos pedimos: ¿Tiene una via de salida esta situación? ¿Debemos resignarnos? ¿Tenemos que dejar oscurecer la esperanza? ¿Tenemos que huir de la realidad? Tenemos que ‘lavarnos las manos’ y cerrarnos en nosotros mismos? Pienso que no sea una vía que debemos recorres, pero que justamente el momento histórico que vivimos nos empuja a buscar y encontrar las vías de esperanza, que abran nuevos horizontes a nuestra sociedad. Y aquí está el precioso rol de la universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación de la ‘sapienza’ en el sentido más profundo del término, de educación integral de la persona. En esta dirección quiero ofrecer algunos breves puntos sobre los cuales reflexionar.
La universidad como lugar de discernimiento: Es importante leer la realidad, mirándola en la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirve, alimentan solamente la ilusión y la desilusión. Leer la realidad pero también vivir esta realidad sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos
Cada crisis, incluso esa actual, es un pasaje, el dolor de un parto que comporta fatiga, sufrimiento, pero que trae consigo el horizonte de la vida, de una renovación, trae la fuerza de la esperanza. La cirisis puede volverse un momento de purificación y de reconsideración de nuestros modelos económicos sociales y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones para recuperar lo humano en todas sus dimensiones.
El discernimiento no es ciego ni se improvisa: se realiza sobre criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, sobre los propios valores de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, especialmente aquella espiritual, trascendente. No se puede considerar nunca a la persona como ‘material humano.
La universidad como lugar de ‘sapienza’ tiene una función muy importante en el formar el discernimiento para alimentar la esperanza, Cuando el viandante desconocido que es Jesús Resuscitado, se acerca a los dos discípulos de Emaús, tristes y desconsolados no intenta esconder la realidad de la crucifixión, de la aparente derrota que ha provocado su crisis, al contrario los invita a leer la realidad para guiarlos a la luz de su Resurrección:
“Oh insensatos y tardos de corazón.. ¿No era era necesario que el Cristo padeciera todo esto para entrar así en su gloria? Tener discernimiento significa no huir, sino leer seriamente, sin prejuicios la realidad».
Otro elemento: la universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad y de la cercanía. El aislamiento y el cierre en si mismos o en los propios intereses no son nunca el camino para dar esperanza o para obrar una renovación, pero es la cercanía, es la cultura del encuentro.
La universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive enseña cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos –uno de los riesgos de la globalización– y tampoco los extrema haciéndolos volver motivo de choque, pero abre a la confrontación constructiva.
Esto significa entender y valorizar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, pero como un factor de crecimiento. Las dinámicas que rigen las relaciones entre personas, entre grupos, entre naciones, con frecuencia no son de cercanía, de encuentro pero de choque.
Me reporto a la estrofa evangélica: cuando Jesús se acerca a los discípulos de Emaús y comparte su camino, escucha su lectura de la realidad, su desilusión y dialoga con ellos; justamente de esta manera reenciende en sus corazones la esperanza, abre nuevos horizontes que estaban ya presentes, pero que solamente el encuentro con el Resucitado permite reconocer. No tengan nunca miedo del encuentro, del diálogo, del confrontarse, mismo entre universidades. En todos los niveles. Aquí estamos en la sede de la Facultad Teológica, permítanme de decirles: no tengan miedo de abrirse también a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo o de profundizar la relación con Él. La fe no reduce nunca el espacio de la razón, pero lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad , y lo defiende del peligro de reducir el
hombre a ‘material humano’.
Un último elemento: la universidad como lugar de formación en la solidaridad. La palabra solidaridad no pertenece solamente al vocabulario cristiano, es una palabra fundamental del vocabulario humano. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo orientan hacia la solidaridad como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades.
En el encuentro, el diáolog entre Jesús y los dos discípulos de Emaús, que reenciende la esperanza y renueva la esperanza y renueva el camino de su vida, lleva a compartir: lo reconocen al dividir el pan. Es el signo de la eucaristía, de Dios que se hace así cercano en Cristo de volverse presencia constante, al punto de compartir su propia vida. Y esto nos indica a todos, también a quien no cree, que es justamente en una solidaridad no dicha sino vivida que las relaciones pasan del considerar al otro como ‘material humano’ o como ‘número’ al considerarlo como persona.
No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no sabremos ser todos más solidarios. Solidaridad por lo tanto como modo de hacer historia, como ámbito vital en el cual los conflictos, las tensiones, también los opuestos alcanzan una armonía que generan vida. Antes de concluír permítanme subrayar que a nosotros cristianos la fe misma nos da una esperanza sólida que nos empuja a discernir la realidad, a vivir al cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, volviéndose hombre en Jesús y se ha sumergido en nuestra debilidad haciéndose cercano a todos, mostrando solidaridad concreta, especialmente hacia los más pobres y necesitados, abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza.
Estimados amigos, gracias por este encuentro y por vuestra atención. La esperanza sea la luz que ilumina siempre vuestro estudio y vuestro empeño. Que Dios les bendiga.