El santo padre Francisco se dirigió hoy desde la ventana del estudio pontificio a la multitud reunida en la plaza de San Pedro. Rezó la oración del ángelus y pronunció las siguientes palabras.
«Queridos hermanos y hermanas
En este cuarto domingo de Adviento el evangelio nos narra los hechos precedentes al nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de vista de san José, el prometido esposo de María.
José y María vivían en Nazaret; no habitaban todavía juntos porque el matrimonio no se había realizado. En ese tiempo intermedio, María después de haber recibido el anuncio del ángel quedó en cinta por obra del Espíritu Santo. Cuando José se da cuenta de este hecho queda desconcertado. El evangelio no explica cuáles eran sus pensamientos pero nos dice lo esencial: él quiere hacer la voluntad de Dios y está listo a la renuncia más radical.
En cambio de defenderse para hacer valer sus derechos, José elige una solución que para él representa un sacrificio enorme: ‘Porque era un hombre justo y no quería acusarla publicamente, pensó de repudiarla en secreto’.
De manera breve esta frase reasume un verdadero y propio drama interior, si pensamos al amor que José tenía por María. Pero también en tal circunstancia, José quiere hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con gran dolor, despedir a María en secreto.
Es necesario meditar sobre estas palabras para entender la prueba que José debió superar en los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba similar al sacrificio de Abram cuando Dios le pidió a su hijo Isaac: renunciar a la cosa más preciosa, a la persona más amada. Pero como en el caso de Abram, el Señor interviene: ha encontrado la fe que buscaba y abre un camino diverso, un camino de amor y felicidad: ‘José -le dice- no temas de tomar contigo a María, tu esposa. De hecho el niño que ha sido generado en ella proviene del Espíritu Santo’.
Este evangelio nos muestra toda la grandeza de animo de José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida pero Dios reservaba para él otro plan, una misión más grande.
José era un hombre que siempre sabía escuchar la voz de Dios, era profundamente sensible a su secreta voluntad, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo más profundo del corazón y desde lo alto.
No se había obstinado a seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenara el ánimo, sino que estuvo listo a ponerse a disposición de la novedad que, de manera desconcertante le era propuesta.
Es así un hombre bueno que no odiaba, no permitió que el rencor que le avenenara el alma. Cuantas veces nos ha sucedido a nostros que el odio y la antipatía incluida, el rencor nos envenenan el alma. Y esto nos hace mal. No permitirlo nunca: él es un ejemplo de esto. Y así José se volvió aún más grande.
Aceptándose de acuerdo al designio del Señor, José se encuentra plenamente consigo mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de su propia existencia y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interrogan y nos muestran el camino.
Nos disponemos por ello a celebrar la Navidad, contemplando a María y a José: María la mujer llena de gracia y que tuvo el coraje de confiar totalmente en la palabra de Dios. José, el hombre fiel y justo que prefirió creer en el Señor, en cambio de escuchar las voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos caminamos hacia Belén”.
Después de rezar el ángelus el papa se dirige nuevamente a los presentes.
«Leo escrito grande: ‘Los pobres no pueden esperar’. Es bello y esto me hace pensar que Jesús ha nacido en un establo y no en una casa. Después tuvo que escapar hacia Egipto para salvar su vida. Después retornó a Nazaret.
Hoy pienso, también leyendo este cartel, a tantas familias sin casa, sea porque nunca la tuvieron o porque la perdieron por motivos diversos. Familia y casa van juntas. Es muy difícil llevar adelante una familia, ser una familia si no se vive en una casa. En estos días de Navidad invito a todos, personas, entes sociales y autoridades, para que hagan todo lo posible para que cada familia pueda tener una casa.
Saludo con afecto a todos ustedes, queridos peregrinos provenientes de varios países para participar a este encuentro de oración. Mi pensamiento va a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a los fieles individualmente. En particular saludo la comunidad de Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, a la banda musical de San Giovanni Valdano, a los jóvenes de la parroquia de San Francesco Nuovo en Rieti, y a los participantes a la estafeta que partió desde Alessandria (en el norte de Italia) y que llegó a Roma para dar testimonio del empeño en favor de la paz en Somalia. Le deseo siempre a todos un buen domingo y una Navidad de esperanza y fraternidad.
Y a todos los que de Italia se han reunido hoy para manifestar sobre las dificultades sociales, les deseo que puedan dar una contribución constructiva, rechazando las tentaciones del enfrentamiento y de la violencia, y siguiendo siempre la vía del diálogo y defendiendo sus derechos. Les deseo a todos un feliz domingo y una Navidad de esperanza, de justicia y de fraternidad».
Y el papa se despidió con su famoso: “Buon pranzo e arrivederci”.