El día de Navidad al arzobispo Jorge Mario Bergoglio no se lo veía por la catedral de Buenos Aires y su agenda no trascendía. Después sus colaboradores más cercanos se enteraban de que había ido a visitar a los presos a alguna cárcel, a los enfermos en algún hospital o a algún barrio pobre, cuenta Silvina Premat en el diario argentino La Nación.
Además, sólo unos pocos sabían hasta ahora que el actual papa Francisco visitaba cada 25 de diciembre a los curas ancianos o enfermos que viven en el hogar sacerdotal en el barrio de Flores, donde él mismo tenía reservada una habitación para cuando se jubilara.
El año pasado fue la última vez que esta veintena de sacerdotes eméritos vieron llegar a su arzobispo con regalos para cada uno, como hacía todos los años. A algunos les traía alguna estampa con alguna frase o les entregaba una carta personal, y también acostumbraba enviarles algunos vinos y un lechón o alguna otra carne que el cocinero del hogar preparaba para ese día.
«Conversaba y tomaba mate con cada uno de nosotros unos veinte minutos aproximadamente, nos animaba, consolaba y escuchaba con profundo interés y atención», contó a La Nación uno de esos curas. «Luego compartía con todos el almuerzo, durante el que dialogábamos a agenda abierta, y a su término saludaba uno por uno a los empleados laicos del hogar sacerdotal y regresaba a su casa como había llegado: en colectivo», agregó.
En Buenos Aires, otros que extrañarán al anterior arzobispo porteño son dos de sus amigos judíos: Claudio Epelman y Alberto Zimerman. El entonces cardenal Bergoglio compartió la Nochebuena con ellos en los últimos años.
Después de la misa de las 21 en la catedral, delante de la primera fila de bancos, el actual papa compartía con sus invitados una modesta cena: gaseosas y sándwiches de queso, sin jamón, para respetar las costumbres judías.
«Era todo muy simple, sin sofisticación», recordó Epelman, quien conoció a Bergoglio en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007. Epelman participó en esa conferencia como único observador judío invitado. «En Aparecida trabamos un vínculo personal y al fin de ese año fue la primera vez que fui a la catedral a saludarlo por la Navidad. Me parecía importante acompañarlo en ese momento tan importante para su vida personal y religiosa. El segundo año, unos días antes de la Navidad, hablamos por teléfono y me dijo: «Imagino que este año también venís, ¿no?»».
Con el tiempo se sumó Zimerman al festejo. Y el año pasado, el rector de la catedral, padre Alejandro Russo, invitó también a cuatro señoras que colaboran habitualmente con la atención de los sacerdotes de ese templo.
Ellas prepararon arroz con langostinos, matambre de pollo, huevos rellenos y ensaladas. De postre comieron helado y ensalada de frutas y brindaron con un champagne.
«Era comida fría y también muy simple», dijo Epelman. Y coincidió con Zimerman al destacar que el prelado porteño se levantaba para servirles el vino. «Si yo me levantaba, él me hacía sentar tocándome el hombro», dijo Zimerman, quien admitió que extrañará ese encuentro amistoso.
Las colaboradoras de la catedral también recordarán su última Navidad con el actual pontífice argentino.