Las llagas de Jesús

Meditación del arzobispo de San Cristóbal de Las Casas

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VER

Durante la Semana Santa, en muchos lugares se organizan representaciones de la Pasión de Jesús y los actores se esfuerzan por reflejar algo de lo que El sufrió. Hay penitentes que llagan su cuerpo para cumplir una “manda”, o para seguir una tradición. En Filipinas, algunos son cruelmente clavados en una cruz. Unas personas se conmueven hasta las lágrimas. Las televisoras compiten por transmitir escenas de los diversos lugares donde se llevan a cabo estas escenificaciones, algunas en plan más bien turístico y cultural, que netamente religioso.

El Viernes Santo, durante la adoración de la cruz, pasamos a besar la imagen del crucificado, en señal de agradecimiento por todo lo que Jesús padeció por nosotros, venerando sus llagas en los pies, en el costado, o en sus manos. Y nos sentimos bien.

Para muchos otros, esto les es indiferente. Es el único tiempo que tienen para vacacionar y lo aprovechan al máximo, sin organizarse para orar, meditar y participar en las celebraciones.

PENSAR

Lo más preocupante es que las llagas vivas de Jesús en los pobres y en todos los que sufren, nos pueden pasar inadvertidas. Es sentimentalmente bonito recordar los dolores de Jesús, pero podemos quedarnos en un sentimiento referente al pasado, sin nada de actualidad, siendo que El sigue sufriendo en todos cuantos se sienten olvidados, traicionados, ofendidos, adoloridos. Hay tantos enfermos abandonados, tantos presos sin quien les dé una mano, tantos migrantes exprimidos, tantos jóvenes incomprendidos, tantos esposos que sufren en el alma por la infidelidad del cónyuge. Y amar y adorar a Jesús es condolernos de estas llagas vivas y hacer cuanto podamos por aliviarlas.

Al respecto, el Papa Francisco nos dice:«El camino hacia el encuentro con Jesús-Dios, son las llagas. No hay otro. En la historia de la Iglesia han habido algunos errores en el camino hacia Dios. Algunos creyeron que al Dios viviente, al Dios de los cristianos, podemos alcanzarlo por el camino de la meditación, y elevarse más a través de la meditación. Eso es peligroso. Cuántos se pierden en ese camino y no llegan. Llegan sí, tal vez, al conocimiento de Dios, pero no de Jesucristo, Hijo de Dios, la segunda Persona de la Trinidad. A aquello no llegan. Es el camino de los gnósticos.

Hay otros que pensaban que para llegar a Dios hay que ser mortificado y austero, y han elegido el camino de la penitencia: solo la penitencia y el ayuno. Y estos ni siquiera llegaron al Dios vivo, Jesucristo. Son los pelagianos, que creen que lo pueden conseguir con su esfuerzo. Pero Jesús nos dice que la manera de conocerlo es encontrar sus heridas.

Y las heridas de Jesús las encuentras haciendo las obras de misericordia con tu hermano llagado, porque tiene hambre, tiene sed, está desnudo, está humillado, es un esclavo, porque está en la cárcel, en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos invita a tener un acto de fe en Él, pero a través de estas llagas. Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las heridas de Jesús, y esto de modo literal. Pensemos qué pasó con san Francisco, cuando abrazó al leproso. Lo mismo que a Tomás: ¡Su vida cambió! Para tocar al Dios vivo no hay necesidad de hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús, y para ello solo hay que salir a la calle” (3 julio 2013).

ACTUAR

Quizá tú y yo hemos causado llagas a alguien de la familia, a una amistad, a un compañero de trabajo o de escuela, a un vecino. A veces lo hacemos sin pensar, sin querer, sin una intención explícita de herir; sin embargo, el efecto es el mismo: hacemos sufrir, causamos un daño. Es necesario reconocerlo con humildad y pedir perdón, para sanar la herida que provocamos.

Observa a tu alrededor y verás a muchas personas llagadas, que sufren por distintos motivos, se sienten solas y sin un apoyo cercano. No pases indiferente ante ellas. Acércate, platica, pregunta qué les pasa y analiza si puedes hacer algo. Quizá no les resuelvas todo su problema, pero al menos puedes disminuirle las heridas. Tu amor hace más llevadera su cruz.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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