La corrupción de los poderosos termina siendo «pagada por los pobres», que por la avaricia de otros terminan sin lo que necesitan y a lo que tienen derecho. Así lo ha afirmado el papa Francisco en la homilía de esta mañana en la Casa Santa Marta.
El único camino para vencer el pecado de la corrupción es el servicio a los otros, que purifica el corazón, ha indicado el Papa. La historia de Nabot, propuesta en la liturgia hoy, ha servido al Pontífice como punto reflexión sobre la corrupción.
Cuando el rey Ajab pretende hacer más grande su terreno le pide a Nabot que le venda el suyo pero éste rechaza la propuesta porque no quiere deshacerse de la «herencia de sus padres». El rey toma muy mal este rechazo. Por eso, su mujer, Jezabel, organiza una trampa: con la complicidad de falsos testigos, manda a Nabot al tribunal, y termina condenado y lapidado a muerte. Finalmente, ella entrega a su marido el terreno que deseaba, mientras que él la toma «tranquilo, como si nada hubiera sucedido», ha explicado el Papa. Así, Francisco ha afirmado que «esta historia se repite continuamente» entre quien tiene «poder material o poder político o poder espiritual».
El Santo Padre ha observado que «en los periódicos lo leemos muchas veces: ¡ah!, han llevado al tribunal a ese político que se ha enriquecido mágicamente, como el jefe de esa empresa que se ha enriquecido mágicamente, es decir, explotando a sus trabajadores. Se habla mucho de un prelado que se ha enriquecido demasiado y ha dejado su deber pastoral para cuidar de su poder. Así los corruptos políticos, los corruptos de los negocios y los corruptos eclesiásticos. Los hay por todas partes. Y debemos decir la verdad: la corrupción es precisamente un pecado que está a mano, que tiene esa persona que tiene autoridad sobres los otros, sea económica, política, o eclesiástica. Todos estamos tentados por la corrupción. Es un pecado que está a mano. Porque cuando uno tiene autoridad se siente poderoso, se siente casi Dios».
Por otra parte, ha proseguido el papa Francisco, el corrupto se vuelve tal a lo largo del «camino de la propia seguridad.» Con «el bienestar, el dinero, el poder, la vanidad, el orgullo … Y a partir de ahí, todo. Incluso matar». Pero, se ha preguntado el Papa, «¿quién paga la corrupción?» en realidad, «la paga el pobre».
Francisco ha señalado que «si hablamos de los corruptos políticos o de los corruptos económicos, ¿quién paga esto? Pagan los hospitales sin medicinas, los enfermos que no reciben atención, los niños sin educación. Ellos son los Nabot modernos, que pagan la corrupción de los grandes. Y ¿quién paga la corrupción de un prelado? La pagan los niños, que no saben hacerse la señal de la cruz, que no saben la catequesis, que no son cuidados. La pagan los enfermos que nos son visitados, la pagan los presos que no tienen atención espiritual. Los pobres pagan. La corrupción es pagada por los pobres: pobres materiales, pobres espirituales».
Sin embargo, el Obispo de Roma ha remarcado que «el único camino para salir de la corrupción, el único camino para vencer la tentación, el pecado de la corrupción, es el servicio». Al respecto, Francisco ha explicado que «la corrupción viene del orgullo, de la soberbia», en cambio «el servicio te humilla»: «es la caridad humilde para ayudar a otros».
Para concluir, el Papa ha querido ofrecer la misa por todos los que «pagan la corrupción, que pagan la vida de los corruptos. Estos mártires de la corrupción política, de la corrupción económica y de la corrupción eclesiástica. Recemos por ellos. Que el Señor se acerque a ellos. Seguramente estaba muy cerca de Nabot, en el momento de la lapidación, como estaba cerca de Esteban. Que el Señor esté cerca de ellos y les dé la fuerza para ir adelante en su testimonio, en el propio testimonio».