La «Revolución de los paraguas» de Hong Kong, en referencia al instrumento que usan los manifestantes para intentar protegerse del gas pimienta, continúa pese a la represión y la intransigencia del gobierno que se niega a negociar con los estudiantes en lucha por el sufragio universal y la justicia social.
La campaña de desobediencia civil convocada por el movimiento Occupy Central tiene un marcado acento joven, frente a las reticencias y los recelos de los mayores. Pero entre las miles de personas que todavía hoy defienden la democracia en las calles de Hong Kong destaca la figura del cardenal Joseph Zen, obispo emérito de la ex colonia británica. «Ha llegado el tiempo de demostrar verdaderamente que queremos ser libres y no esclavos», arenga a los estudiantes, a sus 83 años, en los que se ha ganado a pulso una influyente autoridad. Este purpurado se ha forjado a base de sufrimiento por la represión del Gobierno de Pekín.
El cardenal Zen ya organizó una manifestación de tres días en el mes de junio para apoyar el referéndum sobre la autonomía y en defensa del sufragio universal para las elecciones de 2017 sin la tutela de Pekín. Pero su lucha a favor de la dignidad y los derechos humanos viene de lejos, en un país donde las libertades, incluida la religiosa, son perseguidas. El purpurado ha plantado cara al régimen con gestos audaces, como la huelga de hambre que protagonizó ante un fallo de la Corte Suprema que vulneraba los derechos de la Iglesia en las escuelas católicas.
Hoy ha trascendido que el obispo emérito de Hong Kong pudo encontrarse con Francisco después de la misa de beatificación de Pablo VI. «¡Aquí lo tienes! ¡Esto es combatir con una honda!». Con estas palabras, pronunciadas con una sonrisa, el Papa saludó al cardenal Zen al término de la solemne ceremonia en el Vaticano. La anécdota está recogida por el propio prelado en su blog. «Antes de que pudiera decir una palabra, me miró, se rió y dijo: «¡Ah ah! ¡He aquí el que combate con una honda!», relata en chino. «Santo Padre, vengo del campo de batalla de Hong Kong, como usted probablemente ya sabe. Por favor, ore por nosotros, para que no desatemos la violencia», le dijo el purpurado.
Ciertamente, el comentario afectuoso del Pontífice es una muestra de aliento al gran compromiso que el obispo emérito de Hong Kong y el movimiento democrático Occupy Central han asumido en los últimos dos años para conseguir una verdadera democracia para la ex colonia británica.
El movimiento de protesta pide la libre elección del próximo jefe ejecutivo de la ciudad, en 2017, después de que las autoridades chinas aprobasen el pasado agosto unos comicios por sufragio universal pero con dos o tres candidatos que deberán pasar el filtro previo de un comité consultivo. El embrollo político que enfrenta a Hong Kong y a China es muy sencillo de explicar. Tal y como habían anunciado, los dirigentes chinos decidieron otorgar el derecho a que todos los ciudadanos mayores de edad de la ex colonia británica elijan a su gobernador, por primera vez en la historia, a través de unas elecciones libres que se celebrarán en 2017.
Esa sería una gran noticia si no fuese porque viene lastrada por una enorme restricción que se desarrolla en la letra pequeña: quienes quieran presentarse como candidatos tendrán que obtener al menos el 50 por ciento de los votos en un comité «ampliamente representativo» de 1.200 personas, un requisito que ‘de facto’ supone la necesidad de contar con el visto bueno de Pekín.
Los movimientos prodemocráticos, con Occupy Central a la cabeza, denuncian que ese sistema no es la democracia plena que ellos exigen, y amenazan con instaurar un período de desobediencia civil que desestabilice Hong Kong y, finalmente, la propia China. «Tenemos que hablar alto y claro: la visión del Partido Comunista de una democracia falsa para Hong Kong es mucho peor que no reformar absolutamente nada», sentenció en su blog oficial el grupo que organizó un referéndum en el que un 90 por ciento de los 800 mil participantes mostraron su apoyo a que cualquier ciudadano pueda presentarse como candidato.