ZENIT ha dirigido estas y otras preguntas al cardenal Mauro Piacenza, penitenciario Mayor del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica.
Eminencia, en los próximos días vamos a celebrar la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. El Pueblo de Dios vive profundamente estos días, que son también una oportunidad para la reflexión y la oración. ¿Sigue siendo válida la práctica de las indulgencias para los difuntos?
— ¡Por supuesto que sí! El día 2 de noviembre, visitando un cementerio y habiendo cumplido con las condiciones habituales (haberse confesado, comulgado, recitar el Credo y orar por las intenciones del Santo Padre), se puede obtener la indulgencia plenaria, aplicable a un fiel difunto.
¿Sólo es posible hacerlo en ese día?
— No, en ese día es posible hacerlo de una manera particular, visitando un cementerio, pero todos los demás días del año se puede ganar la indulgencia plenaria cumpliendo con las diversas obras de piedad que figuran en el Enchiridion Indulgentiarium (el repertorio de las modalidades con las que es posible obtener la cancelación de las penas debidas por los pecados), y optar por aplicarla a uno mismo, o a un fiel difunto. La única «limitación» es que esta práctica piadosa puede realizarse sólo una vez al día; se puede lucrar, por tanto, una sola indulgencia al día, aplicable a uno mismo, o a un fiel difunto.
Usted ha dicho, Eminencia, que las indulgencias pueden aplicarse a uno mismo, o a un fiel difunto. ¿Por qué no a otro fiel por el que se reza? ¿A su propio marido, a su propia mujer, a sus propios hijos?
— Esto no es posible por el gran misterio de la libertad, que nos hace a imagen y semejanza de Dios y que Dios mismo respeta profundamente. Cada uno, mientras está vivo, es decir, hasta que está en el tiempo, puede cambiar sus propias elecciones existenciales, puede decidir personalmente convertirse y, en este sentido, nadie puede sustituir a la libertad del otro. Por tanto, todo el mundo puede ganar indulgencias y aplicarlas a sí mismo. Ciertamente, se puede orar por la conversión de los hermanos, por la conversión de los pecadores, pero la indulgencia, por su naturaleza, es ya un ejercicio de piedad, que para que se cumpla exige verdaderos actos de conversión, el primero es la Reconciliación sacramental. En cuanto a los difuntos, por la muerte, han salido del tiempo y se les ha terminado el don de la libertad. Por esta razón, siempre es importante que nuestra libertad está orientada al bien y de ningún modo es prudente permanecer mucho tiempo en un estado de pecado mortal. No pudiendo las almas de los difuntos hacer nada por su purificación, en virtud de la comunión de los santos, es decir, de la unidad profunda de todos los bautizados en Cristo, nosotros, los que aún estamos en camino, podemos lograr la extraordinaria obra de misericordia espiritual en sufragio de las almas, y de esto se benefician ellos y, al mismo tiempo, también nos beneficiamos nosotros.
¿Es esta la razón por la que la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos están tan juntas, el 1 y el 2 de noviembre?
— Ciertamente, la Iglesia ha rezado desde sus orígenes por los fieles difuntos de las primeras comunidades cristianas. Fueran mártires, o cristianos ordinarios que murieron de muerte natural, la comunidad ha entendido inmediatamente el sufragio por los difuntos como una dimensión estructural de su propia vida, de su propia oración, y sobre todo de la celebración eucarística. Pretendiendo significar que la unidad profunda con Cristo y en Cristo, creada por el Bautismo, y compartiendo la misma Eucaristía, vivida en la comunidad cristiana, no podría romperse ni siquiera con la muerte. Después de todo, ahora que lo pienso, si la muerte ha sido vencida por Cristo, quien ha renacido en Cristo no puede ser separado por nada, ¡ni siquiera por esa muerte que Cristo ya ha vencido! La solemnidad de Todos los Santos evidencia precisamente la verdad de la communio sanctorum, de la unión de todos los bautizados. Como nos ha recordado en varias ocasiones el papa Francisco: «el tiempo prevalece sobre el espacio». Por lo tanto, la unión en el tiempo de todos los bautizados, desde los primeros cristianos, a los que mañana por la mañana recibirán el Bautismo y hasta el final de la historia, es una unión que nada podrá empañar jamás y que determina el caminar de la Iglesia en el tiempo en el que es anticipación real, aquí en la tierra, del Reino de los Cielos. Nosotros pertenecemos al único Cuerpo eclesial que, sin interrupción, desde Jesucristo, la Virgen María y los Apóstoles, ha llegado hasta nosotros, y es por esta razón que la Iglesia en el cielo es mucho más numerosa, mucho más interesante, mucho más sabia y mucho más «influyente» que la Iglesia en la tierra.
En la noche que precede a la Solemnidad de Todos los Santos, desde hace más o menos una década, se ha extendido la moda de Halloween también en Europa. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Qué le parece?
— Como bien ha dicho usted, se trata de una moda, que sin duda tiene serias implicaciones y no sólo de orden consumista. Creo que puedo concluir que la gran mayoría de los jóvenes, que organizan fiestas de disfraces en esa ocasión, son víctimas inconscientes tanto de la moda como de quienes, a toda costa, tienen que vender productos comerciales, manipulando las realidades espirituales. Me parece el fenómeno tan irracional como para convertirse en la figura real de la sociedad contemporánea: el que no cree en la verdad termina por creer en cualquier cosa, ¡incluyendo las calabazas! Soy consciente, sin embargo, que en algunos casos este tipo de manifestaciones tienen un origen espiritista e incluso satánico y, por lo tanto, alimentarlas y no corregirlas nos puede convertir en nutridores involuntarios de aquel «humo de Satanás», que ya intoxica el mundo demasiado. Todos debemos estar atentos para no respirar gases tóxicos; a veces esto sucede casi sin darnos cuenta. Recordemos que una calabaza, aunque bendecida, siempre es una calabaza. ¡Las de Halloween ni siquiera están bendecidas!