Así comenzó el cardenal Mauro Piacenza su saludo de apertura al congreso «El secreto confesional y la privacidad pastoral», organizado por la Penitenciaria Apostólica en el Palacio de la Cancelería en Roma.
Después de haber recordado que la Penitenciaria Apostólica, por antigua costumbre, está comprometida en el sensibilizar tanto a sacerdotes como a fieles laicos en el redescubrir siempre de nuevo la importancia en el Sacramento de la confesión, el purpurado ha explicado la relevancia de la confesión sobre todo en los tiempos modernos.
«La celebración de este Sacramento -ha precisado- requiere una preparación teológica, pastoral y canónica adecuada y actualizada, para que todos aquellos que se dirigen al confesional puedan experimentar los efectos pacificadores y saludables del perdón incondicional de Dios».
Entonces, ¿por qué precisamente un Congreso sobre el secreto de confesión y la privacidad pastoral?, ha preguntado el Penitenciero mayor. Para afrontar con claridad el tema, según el cardenal Piacenza, es necesario disipar en seguida cualquier sospecha sobre el hecho de que el sistema de secreto de la ordenación eclesial -como cualquier orden judicial- está dirigido a cubrir tramas, complots o misterios, como algunas veces ingenuamente la opinión pública es llevada o, más fácilmente, sugestionada a creer.
«Es evidente que cada uno tiene secretos personales, que confía solamente a personas de confianza y discretas», al mismo tiempo -ha precisado el purpurado- «desea y confía que estos no sean violados o traicionados por interferencias de terceros o por superficialidades o falta de experiencia».
Y es en este contexto que para el cardenal se encuentran las razones del porqué «grandes y saludables son los efectos que con el secreto y la reserva se desean proteger y custodiar para salvaguardar la fama y la reputación de alguno o respetar derechos de particulares o de grupos».
«Tarea del párroco y de todo sacerdote -ha añadido- es la de tutelar y defender la intimidad de cada persona, entendida como espacio vital en el que proteger la propia personalidad más allá de los afectos más queridos y más personales. El fin del secreto, sea sacramental, sea extrasacramental, es proteger la intimidad de la persona, es decir, custodiar la presencia de Dios en la intimidad de cada persona».
Por este motivo, ha precisado el cardenal, «quien viola esta esfera tan personal y ‘sagrada’, cumple no solo un acto de injusticia, un delito canónico, sino un verdadero acto de irreligiosidad».
Antes de concluir con el deseo de despertar los valores conectados al sacramento de la confesión, el cardenal ha recordado que la Penitenciaria Apostólica esdesde hace ocho siglos el Tribunal Apostólico designado a la tradición de las materias que afectan al foro interno y conoce muy bien «el inestimable valor moral y espiritual del secreto sacramental, de la reserva, de la inviolabilidad de la conciencia y su impacto positivo en la vida de los fieles».