El papa Francisco recibió el pasado día 22 de noviembre en el Vaticano, a los participantes del III Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, que tuvo como tema: “La alegría del evangelio: una alegría misionera”, y exhortó a los presentes a “mantener la frescura del carisma, respetar la libertad de las personas y buscar siempre la comunión con la santa madre Iglesia jerárquica”. Para ello les invitó a no quedarse solamente en los métodos y formas, sino una conversión misionera.
El congreso que se realizó del 20 al 22 de noviembre fue promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos.
A continuación, el texto completo del discurso del Santo Padre al III Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les doy la bienvenida con mucho gusto, con motivo del Congreso que están celebrando con el apoyo del Consejo Pontificio para los Laicos. Agradezco al cardenal Rylko, también por sus palabras, y a Mons. Clemens. En el centro de su atención en estos días hay dos elementos esenciales de la vida cristiana: la conversión y la misión. Estas dos están íntimamente ligadas. De hecho, sin una verdadera conversión del corazón y de la mente no se anuncia el Evangelio, pero si no nos abrimos a la misión no es posible la conversión y la fe se vuelve estéril. Los Movimientos y las Nuevas Comunidades que ustedes representan están ya proyectados hacia la fase de madurez eclesial, que exige una actitud vigilante de conversión permanente, a fin de hacer siempre más vivo y fecundo el empuje evangelizador. Por lo tanto, me gustaría ofrecerles algunas sugerencias para su camino de fe y vida eclesial.
Ante todo es necesario preservar la frescura del carisma: ¡que no se arruine la frescura! ¡Frescura del carisma! Renovando siempre el «primer amor» (cf. Ap 2,4). Con el tiempo, de hecho, crece la tentación de contentarse, de endurecerse en esquemas tranquilizadores, pero estériles. La tentación de enjaular al Espíritu: ¡esta es una tentación! Sin embargo, «la realidad es más importante que la idea» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 231-233); aunque una cierta institucionalización del carisma es necesaria para su propia supervivencia, no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando en que las estructuras externas pueden garantizar la acción del Espíritu Santo. La novedad de sus experiencias no consiste en los métodos ni en las formas, la novedad, aunque también son importantes, está en la disposición a responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es este coraje evangélico el que ha permitido el nacimiento de sus movimientos y nuevas comunidades. Si las formas y métodos son defendidos en sí mismos se vuelven ideológicos, lejos de la realidad que está en continua evolución; cerrados a la novedad del Espíritu, terminarán sofocando al carisma mismo que los generó. Es preciso volver siempre a las fuentes de los carismas y encontrarán el impulso para afrontar los retos. Ustedes no han hecho una escuela de espiritualidad así; no han hecho una institución de espiritualidad así; no tienen un grupo… ¡No! ¡Movimiento! Siempre en camino, siempre en movimiento, siempre abierto a las sorpresas de Dios, que están en sintonía con la primera llamada del movimiento, con aquel carisma fundamental.
Otra cuestión se refiere a cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a los jóvenes (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 105-106). Somos parte de una humanidad herida, – ¡debemos decir esto! – donde todas las agencias educativas, especialmente la más importante, la familia, tienen serias dificultades casi en cualquier parte del mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tiene dificultad para tomar sus propias decisiones; por ello tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a otros las decisiones importantes de la vida. Es preciso resistir la tentación de sustituir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente. Cada persona tiene su tiempo, camina a su modo y debemos acompañar este camino. Un progreso moral o espiritual obtenido en base a la inmadurez de las personas es un éxito aparente, condenado a naufragar. ¡Más vale pocos, pero andando siempre sin buscar el espectáculo! La educación cristiana requiere más bien de un acompañamiento paciente que sabe esperar el tiempo de cada uno, como lo hace con cada uno de nosotros el Señor: ¡el Señor tiene paciencia con nosotros! La paciencia es la única vía para amar de verdad y llevar a las personas a una relación sincera con el Señor.
Otra indicación es aquella de nunca olvidar que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión. Se trata de la gracia suprema que Jesús nos ha conquistado en la cruz, la gracia que resucitado pide incesantemente para nosotros, mostrando sus llagas gloriosas al Padre: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Para que el mundo crea que Jesús es el Señor es preciso que vea la comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencia, el terrorismo de los chismorreos, por favor… si se ven estas cosas, cualquiera que sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? Recuerden este otro principio: «La unidad prevalece sobre el conflicto» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 226-230), porque el hermano vale mucho más que nuestras posiciones personales: por él Cristo derramó su sangre (cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no ha derramado nada! La verdadera comunión, entonces, no puede existir en un movimiento o en una nueva comunidad, si no se integra en la comunión más grande que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 234-237) y la parte tiene sentido en relación al todo. Además, la comunión consiste también en afrontar juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de la educación. En particular, los movimientos y las comunidades están llamados a trabajar juntos para ayudar a sanar las heridas causadas por una mentalidad globalizada que se centra en el consumo, olvidando a Dios y los valores esenciales de la existencia.
Para llegar a la madurez eclesial, por lo tanto, mantengan – repito – la frescura del carisma, respeten la libertad de las personas y busquen siempre la comunión. No olviden, sin embargo, que para lograr este objetivo, la conversión debe ser misionera: la fuerza para vencer las tentaciones y las deficiencias proviene de la profunda alegría de proclamar el Evangelio, que está a la base de todos sus carismas. De hecho, «cuando la Iglesia llama al compromiso de la evangelización, no hace otra cosa que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 10), la verdadera motivación para renovar la propia vida, porque la misión es participación en la misión de Cristo, que nos precede siempre y nos acompaña siempre en la evangelización.
Queridos hermanos y hermanas, ustedes ya han aportado muchos frutos a la Iglesia y al mundo entero, pero aportarán otros aún mayores con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre suscita y renueva dones y carismas, y con la intercesión de María, no cesa de socorrer y acompañar a sus hijos. Vayan delante: siempre en movimiento… ¡No paren nunca! ¡Siempre en movimiento! Os aseguro mi oración y les pido que oren por mí – lo necesito realmente – mientras los bendigo de corazón.
(Aplausos)
Ahora les pido, todos juntos, recemos a la Virgen María, que ha probado esta experiencia de conservar siempre la frescura del primer encuentro con Dios, de ir adelante con humildad, pero siempre en camino, respetando el tiempo de las personas. Y luego también de no cansarse nunca de tener ese corazón misionero.
(Ave María)
Bendición».
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