El santo padre Francisco ha ido este domingo por la tarde a una parroquia romana, en el barrio Aurelio, periferia urbana dentro del cinturón de autopista que rodea la ciudad de Roma. Es la octava visita que el Obispo de Roma realiza en una parroquia, durante su pontificado.
El Papa llegó poco antes de las 16 horas en un auto utilitario, y fue recibido por una multitud deseosa de verlo y de estar con él. El Santo Padre saludó a muchos de los presentes, entró a la parroquia y volvió a salir para saludar a otros fieles.
Ya en los salones, un par de niños le hicieron algunas preguntas, y después estuvo con una decena de gitanos que viven a 16 kilómetros de allí, una comunidad poco integrada en la cual hay dos mamás jóvenes que piden limosna y bautizaron a sus hijos en dicha iglesia. Recibió también a 25 representantes de familias en situación de fragilidad que están en un edificio a alguna distancia de allí y que son apoyados por jóvenes de la comunidad de San Egidio y del proyecto ‘Dame una mano’.
A las 17,30 aproximadamente el Santo Padre presidió la santa misa, con paramento rosado. Concelebró el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini; el cardenal Giuseppe Bertello; el obispo auxiliar del sector oeste de la ciudad; el párroco, vicepárrocos, y otros sacerdotes.
En su homilía el Papa recordó que «la alegría de la Navidad es una alegría especial, no es una alegría solamente para el día de Navidad pero para toda la vida del cristiano, una alegría serena tranquila, una alegría que siempre acompaña al cristiano, también en los momentos difíciles, en los momentos de dificultad, esta alegría se vuelve paz. El verdadero cristiano no pierde nunca la paz, porque la paz es un don cristiano».
Indicó que «una buena comida esta bien, pero esa no es la alegría cristiana de la que hablamos hoy, la alegría cristiana es otra cosa”. Y que la alegría cristiana «se encuentra en la oración». Es necesario saber decir: «Gracias Señor por tantas cosas lindas». Hay gente que no saben agradecer a Dios y busca siempre algo para lamentarse. Recordó que había conocido a una monja buena que le llamaban ‘sor lamentosa’, e invitó a aceptar las dificultades de la vida sin lamentarse. «Eso no es cristiano. Hace mal encontrar a cristianos que tienen la cara amarga de quien no tiene paz. Nunca un santo o santa tuvo cara fúnebre», y durante los sufrimientos «tienen el rostro de la paz». Y recordar cuantas cosas Dios nos ha dado.
Incentivó también a «llevar a los otros el feliz anuncio», a los necesitados, para proclamar al Señor. Porque “ir a los otros es la vocación del cristiano”. Llevar «la paz, la unción de Jesús, ese aceite de Jesús que hace tanto bien y consuela a los otros».
En particular en este tiempo de Adviento, cuando faltan solamente 13 días para la Navidad pidió: primero, «rezar para que yo viva esa alegría en la preparación de la Navidad, con la alegría verdadera y no con la del consumismo, en ansia porque me falta esto o aquello, esa no es la alegria»; segundo: agradecer las cosas buenas que el Señor nos ha dado, y agradecer la fe; tercero, ir y llevar un poco de paz y de alegría al necesitado o al enfermo.