No cabe duda que los trasplantes de cara tienen una gran repercusión social, por las peculiaridades propias de los mismos. En este sentido suele ser muy amplia su difusión mediática tras llevarse a cabo alguno de ellos.

Aspectos médicos

Cuando se iniciaron existían dudas sobre la eficiencia de esta práctica, sin embargo, ahora, a los 9 años de haberse realizado el primero, parece que los resultados clínicos son positivos (Lancet 348, 2153-2163, 2014).

Desde 2005, en que se realizó el primer trasplante de cara en Francia, hasta julio de 2013, se han llevado a cabo 28; de ellos 10 en Francia, 7 en Estados Unidos, 5 en Turquía, 3 en España, 1 en Bélgica, 1 en China y 1 en Polonia.

Uno de los peligros médicos que se pensaba podía existir en este tipo de intervención quirúrgica era la posibilidad de rechazo inmunológico, sin embargo, todos los casos han sido adecuadamente controlados con inmunosupresores, lo que ha hecho que no se haya producido ningún rechazo en los 28 trasplantes practicados. Es decir, parece que el éxito clínico ha sido razonablemente aceptable.

Evaluación ética del trasplante de cara

Con independencia de este indudable éxito médico, es importante evaluar los posibles problemas éticos que pueden plantear este tipo de intervenciones.

El primero de ellos es que, en contra de otros trasplantes de órganos que potencialmente están dirigidos a salvar vidas, los trasplantes de cara se llevan a cabo para mejorar el aspecto físico de los pacientes. Esta peculiaridad ha generado dudas éticas sobre la licitud de exponer a unos pacientes generalmente jóvenes, a secuelas que podrían darse a largo plazo y sobre todo a la necesidad de ser tratados con inmunosupresores toda su vida.

Sin embargo, los resultados clínicos que estamos comentando parece que obvian los efectos secundarios médicos negativos a los que nos estamos refiriendo.

Desde un punto de vista ético, los mayores problemas del trasplante de cara son similares a los que se plantearon en un principio al valorar éticamente el trasplante de manos, y ello porque la complejidad de la técnica y la proporcionalidad de riesgos/beneficios no se conocía bien.

En este momento, parece que un problema ético importante es seleccionar adecuadamente al candidato, pues no estaría justificado realizar el trasplante a un paciente en el que no se previera un posible éxito de la intervención.

Por otro lado, al paciente hay que explicarle bien, las implicaciones que puede tener el que tenga que someterse a una terapia inmunosupresora de por vida y que el propio trasplante puede tener una morbilidad elevada.

En relación con el trasplante en sí mismo, dado que no es una medida quirúrgica destinada a salvar una vida, sino a mejorar el aspecto facial, se ha planteado si el tener que someterle a inmunosupresión de por vida y el riesgo quirúrgico,  pueden ser proporcionales a los beneficios conseguidos, aunque a nuestro juicio, dada la mejora estética que generalmente se obtiene y lo que esto puede significar en la calidad de vida de estos pacientes, parece que garantiza la proporcionalidad entre riesgos y beneficios de este tipo de trasplante.

También es éticamente necesario, por no decir crucial, obtener el consentimiento informado del propio paciente. En relación con ello, es fundamental que éste sea adecuadamente informado de los problemas que el trasplante puede tener y de la mejora facial que puede conseguirse, para que bien informado pueda decidir libremente lo que desea.

Otro problema ético a considerar es el elevado coste económico que este tipo de intervenciones tiene, pues se estima que pueden costar alrededor de 300.000 dólares, a lo que hay que añadir el coste de la terapia inmunosupresora de por vida.

De todas formas, parece que en los 28 trasplantes realizados desde 2005, la satisfacción de los pacientes con los resultados obtenidos es en la mayoría de los casos aceptable, lo que garantiza la bondad ética de esta práctica quirúrgica.

Justo Aznar. Observatorio de Bioética. Universidad Católica de Valencia