En la visita de cortesía en el Aula Pablo VI el grupo que vino a saludarlo era probablemente el más numeroso: en torno a 1500 fieles viajaron desde Agrigento y de todas partes de Sicilia hasta Roma y saludaron al querido “don Franco”, o el cardenal Francisco Montenegro, uno de los 20 nuevos purpurados creados en el Consistorio del sábado por el papa Francisco.
Que es un obispo muy amado parece evidente, pero más allá de sus dotes humanas, destaca la particular atención por los jóvenes y por las situaciones sociales menos favorecidas; el rasgo característico del nuevo purpurado es su compromiso por los inmigrantes.
De hecho, en Montenegro le llaman el “obispo de los inmigrantes”. Pero no solo por su encargo como presidente de la comisión de la Conferencia Episcopal para las migraciones, o el de presidente de la fundación “Migrantes”, o por la responsabilidad pastoral en el territorio de Lampedusa: para el cardenal siciliano el servicio a favor de esta pobre gente es una verdadera vocación que nace de dentro.
Es precisamente la voz de estos refugiados la que llevará ahora al Colegio Cardenalicio. “¿Por qué no debería hacerlo?”, dice a ZENIT durante la visita de calor. “¿Solo porque ahora soy cardenal mi compromiso va a disminuir? Absolutamente no, más bien lo contrario…”
Sobre su nombramiento –que cuenta haber recibido “inesperadamente, tarde y por boca de otros”– es precisamente para demostrar que “la atención que yo doy al mundo de los migrantes es la misma que la Iglesia quiere dar y que también las comunidades eclesiales dan a estar personas, que están por todo el territorio italiano”.
Esto es una señal, según el purpurado, de que “hoy es posible vivir la caridad”. Caridad que no es “limosna, es decir, te doy algo y después me despido y me voy”, sino “la caridad de la que hablaba esta mañana el Papa en su homilía, la capacidad de compartir, de mirar al otro a la cara y si está agachado, agacharse y levantarle”.
“Creo –afirma Montenegro– que hoy se nos pide ser como el buen samaritano: a quien tiene fe como creyente y a quien no cree, al menos en virtud de este valor que tiene la vida que siempre debe ser respetada”.
Por tanto, la suya no es ‘una púrpura para Lampedusa’ sino “una púrpura para la Iglesia que me llama a servir a la Iglesia”, afirma. “Si el Papa –añade el cardenal– me pide tener un compromiso más grande que mire un poco al mundo, significa que tendré que intensificar mi trabajo”.
También porque, en este momento, después de una tragedia como la de los días pasados en la que más de 400 personas murieron en el Mediterráneo, los esfuerzos se deben aumentar necesariamente. Y “no se debería usar más la palabra ‘emergencia’ porque no es emergencia”, destaca el arzobispo de Agrigento. “Emergencia –prosigue– es algo que sucede de vez en cuando, en este caso ciertos dramas los vemos repetirse cada día y siempre se repetirán”.
Por tanto, “si esto forma parte de la vida cotidiana, es necesario prepararse para afrontar la cuestión con leyes que no pongan solamente parches, sino que permitan cambiar estilos y hacer que esta gente pueda ser acogida”.
Sobre todo, subraya Montenegro, “es necesaria una elección política que sea firme y capaz de evitar que personas que quieren vivir deban sin embargo morir”. Palabras fuertes que el cardenal pronunció también delante del Consejo de Europa, afirmando que “muchos muertos nos pesan en la conciencia y no se puede permitir que tantas vidas se pierdan así”.
La propia Europa, sin embargo, “intenta dar respuestas que no son respuestas, sino intentos”. Y “así no puede ser”, dijo el purpurado. También esta intervención en Libia, que se propone ahora como acceso directo para resolver de raíz la problemática de la migración, se debe valorar con cautela. “Es necesario entender qué valor se da a la palabra ‘intervención’ –observa el cardenal–. Intervenir no significa ir a la guerra, sino abrir un diálogo e intentar ver qué hacer juntos. ¡Si esta es la intervención, bienvenida sea!”
Para el cardenal antes de intervenir es necesario superar “el síndrome del miedo y el síndrome de la indiferencia”. “El Papa lo ha denunciado más de una vez, hablando de una globalización de la indiferencia” y “nosotros como creyentes, yo como obispo, estamos llamados a comprometernos para que la solidaridad, mirar al otro a la cara, se pueda convertir en el estilo de cada cristiano y de cada comunidad”.
Pero estas preocupaciones vendrán después. Por un momento el cardenal desconecta y disfruta de la alegría –aún “eclipsada” por estas problemáticas– por la jornada solemne vivida este sábado. Esa mañana, a las 8, misa con la amplia delegación siciliana en la Iglesia de Santa María en Traspontina. Después la celebración en la Basílica Vaticana, en presencia de todos los cardenales y de los dos papas. Y finalmente, por la tarde, el saludo a los fieles en el Aula Pablo VI.
“Es una gran emoción –explica– pero una emoción comprensible, porque es un situación nueva, única, encontrarme aquí y sentir fuerte el sentido de Iglesia”. Hoy, añade, “he tenido muchos sentimientos de alegría, de insuficiencia… Después la confianza del Papa, el Evangelio que me pide darlo todo, el saludo con Benedicto XVI que es siempre tan bueno… En conclusión, una mezcla de sensaciones que deben aún encontrar su lugar”.
Y así nos despedimos del nuevo cardenal, todavía un poco aturdido, recogido en el abrazo de una fila impaciente de fieles que, después de dos horas, no disminuía.