El papa Francisco ha aprobado la propuesta de la Congregación para las Causas de los Santos de declarar doctor de la Iglesia universal, al sacerdote y monje san Gregorio de Narek, ilustre por su doctrina, sus escritos y su sabiduría mística.
«El Santo Padre recibió el 21 de febrero en audiencia al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. En el curso de la misma, confirmó la sentencia de los cardenales y obispos miembros de dicha congregación sobre la próxima concesión de título de Doctor de la Iglesia Universal» a este religioso de la Iglesia Armenia. Lo ha informado este lunes el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi. La decisión del Pontífice ha tenido lugar en el año en el que se cumple el centenario del genocidio armenio.
El nuevo doctor de la Iglesia universal nació en Andzevatsik (entonces Armenia, ahora Turquía) hacia el año 950 y falleció en Narek (entonces Armenia, ahora Turquía) hacia 1005.
Desde muy pequeño lo tomó bajo su protección su tío materno, Ananías el Filósofo, que era abad del monasterio de Narek. Allí fue instruido en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, se distinguió por su rigor ascético, y por su espíritu de oración. Gregorio pasó toda su vida tras los muros del monasterio.
Después de ser ordenado sacerdote, lo hicieron formador de los novicios que deseaban entrar en la vida monástica. Su fama de santidad y sabiduría trascendió las paredes de Narek, pasó a los monasterios vecinos y se convirtió sin pretenderlo en reformador de monjes.
Eran tiempos de relativa calma, tiempos de creatividad, antes de que las invasiones mongolas y turcas cambiaran Armenia para siempre. Estas tierras experimentaron en esa época un renacimiento de su literatura, pintura, arquitectura y teología, de los que san Gregorio fue una figura central. Su obra poético-literaria de madurez fue el «Libro de Oraciones». Sus más de veinte mil versos los compuso en poco más de tres años. Él mismo pensó en este texto como su testamento.
El monasterio de Narek fue destruido durante la Primera Guerra Mundial, con motivo del llamado holocausto armenio a manos de las tropas otomanas. Este hecho especialmente luctuoso consistió en la deportación forzosa y exterminio de un número indeterminado de civiles, calculado aproximadamente entre un millón y medio y dos millones de personas, por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio otomano, desde 1915 hasta 1923.
El genocidio armenio se caracterizó por su brutalidad y la utilización de marchas forzadas en condiciones extremas, que generalmente llevaban a la muerte a muchos de los deportados.
El año pasado, el primer ministro Erdogan presentó sus condolencias a los descendientes de las víctimas de esta masacre, un gesto que valoró el papa Francisco durante su viaje a Turquía, y del que habló como una mano tendida.
En la rueda de prensa, durante el vuelo de regreso a Roma, el Santo Padre dijo: «En este viaje he tenido contactos con los armenios. El año pasado el gobierno turco ha tenido un gesto: el entonces primer ministro Erdogan escribió una carta sobre el recuerdo de este episodio; una carta que algunos consideraron demasiado débil, pero que era – a mi juicio – un gesto, no sé si grande o pequeño, de tender una mano. Y esto es siempre positivo. Y puedo tender una mano, extendiéndola más o menos, esperando a ver qué me dice el otro para no meterme en apuros. Esto fue lo que hizo entonces el primer ministro». «Para el próximo año se han previsto muchos actos conmemorativos de este centenario, pero esperamos que se llegue por un camino de pequeños gestos, de pequeños pasos de acercamiento», añadió.
Para recordar el aniversario del genocidio de los armenios, el Pontífice argentino presidirá una celebración el próximo 12 de abril en la basílica de San Pedro.
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