El Papa Francisco se dirigió este sábado a la Iglesia de Jesús Nuevo en Nápoles, en donde encontró a un grupo de enfermos procedentes de varios hospitales de la ciudad, acompañados por voluntarios de asociaciones católicas y laicas.
Publicamos a continuación las palabras que el Pontífice dirigió a los presentes:
«No es fácil acercarse a un enfermo. Las cosas más hermosas de la vida y las cosas más miserables son púdicas, se esconden. El amor más grande, uno trata de ocultarlo por pudor; y las cosas que muestran nuestra miseria humana, también tratamos de ocultarlas, por pudor. Por eso, para encontrar a un enfermo hay que ir donde él, porque el pudor de la vida lo esconde. Ir a visitar a los enfermos. Y cuando hay enfermedades de por vida, cuando estamos ante enfermedades que marcan toda una vida, preferimos ocultarlas, porque ir a buscar al enfermo es ir a encontrar la propia enfermedad, la que tenemos dentro. Es tener el valor de decirse a uno mismo: yo también tengo alguna enfermedad en el corazón, en el alma, en el espíritu, yo también soy un enfermo espiritual.
Dios nos creó para cambiar el mundo, para ser eficientes, para dominar la Creación: es nuestra tarea. Pero cuando nos enfrentamos a una enfermedad, vemos que esta enfermedad impide esto: ese hombre, esa mujer nacido o nacida de esa manera, o que su cuerpo se ha vuelto así, es decir ‘no’ –parece– a la misión de transformar el mundo. Este es el misterio de la enfermedad. Solo podemos acercarnos a una enfermedad en espíritu de fe. Podemos acercarnos bien a un hombre, a una mujer, a un niño, a una niña, enfermos, solo si miramos a Auél que ha cargado sobre sus espaldas todas nuestras enfermedades, si nos acostumbramos a mirar a Cristo crucificado. Ahí está la única explicación de este «fracaso», de este fracaso humano, la enfermedad de por vida. La única explicación está en Cristo Crucificado.</p>
A vosotros, enfermos, os digo que si no podéis entender al Señor, le pido al Señor que os haga entender en el corazón que sois la carne de Cristo, que sois Cristo Crucificado entre nosotros, que sois los hermanos muy cercanos a Cristo. Una cosa es mirar un crucifijo y otra cosa es mirar a un hombre, a una mujer, a un niño enfermos, es decir, crucificados en su enfermedad: son la carne viva de Cristo.
A vosotros, voluntarios, ¡muchas gracias! Muchas gracias por emplear vuestro tiempo acariciando la carne de Cristo, sirviendo a Cristo Crucificado, vivo. ¡Gracias! Y también a vosotros, médicos, enfermeros, os digo gracias. Gracias por hacer este trabajo, gracias por no convertir vuestra profesión en un negocio. Gracias a muchos de vosotros que seguís el ejemplo del Santo que está aquí, que ha trabajado aquí en Nápoles: servir sin enriquecerse por el servicio. Cuando la medicina se convierte en comercio, en negocio, es como el sacerdocio cuando actúa de la misma manera: pierde la esencia de su vocación.
A voi tutti cristiani di questa diocesi di Napoli, chiedo di non dimenticare quello che Gesù ci ha chiesto e che è anche scritto nel “protocollo” sul quale noi saremo giudicati: Sono stato ammalato e mi hai visitato (cfr Mt 25,36). Su questo saremo giudicati. Il mondo della malattia è un mondo di dolore. I malati soffrono, rispecchiano il Cristo sofferente: non bisogna avere paura di avvicinarsi a Cristo che soffre. Grazie tante per tutto quello che fate. E preghiamo perché tutti i cristiani della diocesi abbiano più coscienza di questo e preghiamo perché il Signore dia a voi e a tanti volontari la perseveranza in questo servizio di carezzare la carne sofferente del Cristo. Grazie.
A todos vosotros, cristianos de esta diócesis de Nápoles, os pido que no olvidésis lo que Jesús nos ha pedido y que también está escrito en el «protocolo» con el que seremos juzgados: Estaba enfermo y me visitaste (cfr. Mt 25, 36). Sobre esto seremos juzgados. El mundo de la enfermedad es un mundo de dolor. Los enfermos sufren, reflejan a Cristo sufriente: no debemos tener miedo de acercarnos a Cristo que sufre. Muchas gracias por todo lo que hacéis. Y rezamos para que todos los cristianos de la diócesis tengan más consciencia de esto y oramos para que el Señor os dé, a vosotros y a muchos voluntarios, perseverancia en este servicio de acariciar la carne sufriente de Cristo. Gracias».
El Santo Padre inició su visita en esta región del sur de Italia, en el santuario de Nuestra Señora de Pompeya, en donde rezó en silencio y recitó una antigua oración.
Después fue al barrio periférico de Scampía, en donde recordó que ‘Todos somos inmigrantes e hijos de Dios’. Añadió que el trabajo en negro es explotación y que sin trabajo aunque haya asistencias que den comida, no hay dignidad.
A continuación celebró la santa misa en la Plaza del Plebiscito. Allí pidió ‘Apostar en la misericordia de Dios’; que cada parroquia y cada realidad eclesial se vuelva el santuario para quien busca a Dios; y casa acogedora para los pobres, los ancianos, ya todos los que se encuentran en necesidad.
Poco después del medio día, el Pontífice estuvo en la prisión de Poggioreale, donde comió con los reclusos y respondió a sus preguntas.
El Papa siguió su visita en la catedral de Nápoles, en donde se repitió el prodigio de San Jenaro. Allí estaban los sacerdotes, religiosos y consagrados de la ciudad. A ellos les invitó a dar testimonio de Jesús, y a practicar bien la pobreza evangélica. Después fue a la Iglesia de Jesús Nuevo y estuvo con varios cientos de enfermos y ancianos.
Poco después concluyó su visita en el encuentro con los jóvenes en el Paseo Marítimo. Recordó que los jóvenes son la fuerza y los ancianos la memoria.