El Santo Padre inició hoy, con la celebración en privado de la santa misa en la nunciatura, a su última jornada de su visita a Ecuador. Su primer encuentro del día fue en la Casa de Reposo de las Misioneras de la Caridad. A su llegada, lo recibió la superiora de la pequeña comunidad, le entregaron un collar de flores azul y blanco, y lo acompañó a la capilla, donde estaban reunidas las demás hermanas para un momento de oración silenciosa. De allí pasó al patio, para visitar a los ancianos que residen en esta Casa. Lo recibieron cantando y dando palmas. Sin ninguna prisa, el Pontífice pasó saludando, acariciando y bendiciendo con ternura. En la entrada del asilo, se había convocado una gran multitud que con alegría cantaba y pedía la bendición del Pontífice.
La segunda parada del día fue en el Santuario nacional mariano “El Quinche”. Hasta allí llegó en papamóvil, engalanado con los pétalos de rosas que los fieles iban lanzando a su paso. En el santuario le esperaba el clero, religiosos, religiosas y seminaristas de Ecuador. En primer lugar saludó a los sacerdotes y religiosos más ancianos en la iglesia y después salió al Campo Mariano donde estaba expuesta una copia de la estatua de la Virgen de El Quinche.
El Santo Padre reconoció no tener ganas de leer el discurso que llevaba preparado y decidió improvisar durante casi media hora. Lo que provocó los aplausos y entusiasmo de los presentes. Francisco en primer lugar indicó que ha descubierto algo especial en el pueblo ecuatoriano, una gracia, que, según ha podido entender en la oración, solo puede venir de la consagración de este país al Sagrado Corazón.
Asimismo, puso como ejemplo a la Virgen María y su «hágase en mí». Por eso pidió a los presentes que tengan conciencia de gratuidad, como la tuvo María. Y que cada día, recen por la noche antes de ir a dormir y digan «todo me lo diste gratis». Y así, «volverse a situar».
En segundo lugar, el Pontífice pidió no caigan en el alzheimer espiritual, no perder la memoria, sobre todo, «la memoria de dónde me sacaron». Por otro lado recordó la palabra «servicio». «Y servir cuando estamos cansados. Y servir cuando la gente nos harta», exhortó el Papa.
De este modo, el Santo Padre pidió con insistencia «no cobrar la gracia», «que nuestra pastoral sea gratuita». Porque –advirtió– es feo cuando uno va perdiendo este sentido de gratuidad.
Monseñor Lazzari indicó que esta “vida consagrada” allí presentes “busca evangelizar humanizando, con su presencia, las fronteras y periferias”. Y añadió que la vida consagrada en Ecuador “busca entender los designios de Dios” y “responder a los nuevos desafíos que se presentan”, de modo especial, especificó, “la falta de vocaciones” y “la dificultad para dejar estructuras y presencias que fueron proféticas en el pasado”. También señaló la presencia de los seminaristas y aspirantes a la Vida Consagrada “que en el entusiasmo y generosidad juvenil quieren entregar su vida a Cristo”.
Por su parte el padre Silvino Mina Corozo, vicario general del Vicariato Apostólico de Esmeraldas, quien aseguró a Francisco que, con su Ministerio Petrino, “ha logrado que nuestras vidas vuelvan a llenarse de pasión por el Evangelio y lleguen a rebosar de gozo, al anunciarlo”. Del mismo modo manifestó sus deseos de “ser presencia viva y encarnada del Evangelio”, especialmente en las «Galileas» de nuestro Ecuador. Es precisamente allí –aseguró– donde nos espera una fuerte presencia del Resucitado. Y esto “lo hemos aprendido de usted, contagiados por su amor a todo tipo de periferias”, destacó el padre Mina.
La hermana Marisol Sandoval, Agustina, afirmó que es una inmensa alegría “entregarnos cada día a la misión en un país caracterizado por la multiculturalidad, para hacer presente la verdad y la justicia que nacen del evangelio, en medio de nuestro pueblo”. También explicó que la vida consagrada en el Ecuador es “andariega, se desinstaia para estar con los últimos”. En esta tarea ardua, silenciosa, provocadora, fascinante –añadió, nos sentimos felices, porque compartimos un mismo proyecto, una misma aventura, un mismo camino, un mismo sentir; un mismo espíritu, el espíritu de Dios.
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