El papa Francisco ha vuelto a reclamar este jueves tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dijo y lo repitió hoy de nuevo en Bolivia: son derechos sagrados. Vale la pena luchar por ellos, por eso pidió que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.
El discurso más largo del Santo Padre desde que llegó el pasado domingo a América Latina, llegó esta tarde, durante el encuentro en Santa Cruz de la Sierra, en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, organizado en colaboración con el Pontificio Consejo Justicia y Paz y con la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. La primera vez que se realizó esta reunión fue en Roma, en el Salesianum, del 27 al 29 de octubre de 2014. Tras escuchar también una larga intervención del presidente Evo Morales, el Papa tomó la palabra.
En primer lugar Francisco propuso empezar “reconociendo que necesitamos un cambio”. Digámoslo sin miedo, pidió, “necesitamos y queremos un cambio”. Y preguntó: ¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? “Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos”, observó el Pontífice. Y tampoco lo aguanta la Tierra. Asimismo advirtió que “hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales”.
El Papa observó que incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. “Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza”, añadió.
También quiso advertir sobre la “ambición desenfrenada de dinero que gobierna”. Cuando el capital se convierte en ídolo –subrayó– destruye la fraternidad interhumana y pone en riesgo esta nuestra casa común.
El Santo Padre exhortó a los presentes “ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho”. Incluso les dijo que “el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra)” y también, “en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales”.
En segundo lugar insistió sobre esta idea del “sembrado de cambio”. Sabemos –advirtió — que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina por burocratizarse, corromperse y sucumbir.
Cuando miramos el rostro de los que sufren, cuando recordamos esos rostros y nombres “se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos” porque hemos visto y oído no la fría estadística sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne, precisó el Santo Padre.
Y esto es “muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante”. Por eso, el Papa quiso recordar que de esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta “crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”.
Felicitándoles por el trabajo que realizan, el Santo Padre tambien recordó que es imprescindible que, junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los Pueblos y sus organizaciones sociales “construyan una alternativa humana a la globalización excluyente”.
Y por último, el Pontífice repasó algunas tareas importantes para este momento histórico, “porque queremos un cambio positivo”. La primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero.
La economía –precisó el Papa– no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Esto implica «las tres T» pero también acceso a la educación, la salud, la inovación, las manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la recreación. Y esta economía “no es sólo deseable y necesaria sino también posible”, aseguró. Además, Francisco afirmó que la distribución justa, para los cristianos, “es un mandamiento”.
La segunda tarea es “unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia”. Ningún poder fáctico o constituido –indicó Francisco– tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo. A propósito, el Pontífice observó que los pueblos de Latinoamérica “parieron dolorosamente su independencia política” y desde entonces llevan una “historia dramática y llena de contradicciones “intentando conquistar una independencia plena”.
El Santo Padre dijo en su discurso que el nuevo colonialismo adopta distintas fachadas. A veces, es el poder anónimo del ídolo dinero –corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados «de libres comercio» y la imposición de medidas de «austeridad» que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres–. En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo –graves males de nuestros tiempos que requieren una acción internacional coordinada– vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeora las cosas. Del mismo modo, “la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo”.
Si realmente queremos un cambio positivo, “tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los intereses de otros”, subrayó.
Y así el Papa invitó “digamos no a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos sí al encuentro entre pueblos y culturas”. A propósito del colonialismo, Francisco destacó un punto importante: “Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”. Y al igual que dijo Juan Pablo II, el Pontífice invitó a la Iglesia a que «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y pidió humildemente perdón, “no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
Pero, también pidió a todos, que se acuerden de obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la buena noticia de Jesús, “muchas veces junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio”. Y aprovechó la ocasión para recordar que en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina “a muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús”.
Y la tercera tarea de la que habló fue “defender la Madre Tierra”. Aseguró que “la cobardía en su defensa es un grave pecado”. Y añadió que existe un imperativo ético de actuar que no se está cumpliendo.