El santo Padre Francisco, después del encuentro que tuvo con los jóvenes este sábado, realizó una visita a la Casa de la caridad Nalukolongo Bakateyambma’s Home, fundada en 1978 por el primer cardenal ugandés, Emmanuel Kiwanuka Nsubuga.
El instituto acoge a un centenar de pobres sin distinción de credo o religión, desde niños hasta ancianos. Cuando llegó el Papa, fue recibido con gran entusiasmo. La superiora de la Casa de caridad, gestionada por las Hermanas del Buen Samaritano, le llevó a la pequeña iglesia dedicada a Nuestra Señora de África, donde el Pontífice rezó en silencio delante del santísimo sacramento.
Estaban presentes el párroco, el presidente de la Obra, y las hermanas de la Casa. El obispo responsable de la Pastoral de la Salud, Robert Muhiirwa, le presentó a las personas que vinieron de otras casas de caridad.
En el exterior del edificio, el Santo Padre pronunció las siguientes palabras.
“Queridos amigos: Les agradezco su afectuosa acogida. Tenía un gran deseo de visitar esta Casa de la Caridad, que el cardenal Nsubuga fundó aquí en Nalukolongo. Este lugar siempre ha estado ligado al compromiso de la Iglesia en favor de los pobres, los discapacitados y los enfermos. Pienso particularmente en el enorme y fructífero trabajo realizado con las personas afectadas por el SIDA.
Aquí, en los primeros tiempos, se rescató a niños de la esclavitud y las mujeres recibieron una educación religiosa. Saludo a las Hermanas del Buen Samaritano, que llevan adelante esta excelente obra y les agradezco el servicio silencioso y gozoso en el apostolado de estos años.
Saludo también a los representantes de los numerosos grupos de apostolado, que se ocupan de atender las necesidades de nuestros hermanos y hermanas en Uganda. Sobre todo, saludo a quienes viven en esta Casa y en otras semejantes, así como a todos los que se acogen a las iniciativas de caridad cristiana. Porque ésta es justamente una casa. Aquí pueden encontrar afecto y premura; aquí pueden sentir la presencia de Jesús nuestro hermano, que nos ama a cada uno con ese amor que es propio de Dios.
Hoy, desde esta Casa, quisiera hacer un llamamiento a todas las parroquias y comunidades de Uganda –y del resto de África– para que no se olviden de los pobres. Que no se olviden de los pobres. El Evangelio nos impulsa a salir hacia las periferias de la sociedad y encontrar a Cristo en el que sufre y pasa necesidad. El Señor nos dice con palabras claras que nos juzgará de esto. Da tristeza ver cómo nuestras sociedades permiten que los ancianos sean descartados u olvidados.
No es admisible que los jóvenes sean explotados por la esclavitud actual del tráfico de seres humanos. Si nos fijamos bien en lo que pasa en el mundo que nos rodea, da la impresión de que el egoísmo y la indiferencia se va extendiendo por muchas partes. Cuántos hermanos y hermanas nuestros son víctimas de la cultura actual del «usar y tirar», que lleva a despreciar sobre todo a los niños no nacidos, a los jóvenes y a los ancianos.
Como cristianos, no podemos permanecer impasibles. Quedarse mirando y no hacer nada, algo tiene que cambiar. Nuestras familias han de ser signos cada vez más evidentes del amor paciente y misericordioso de Dios, no solo hacia nuestros hijos y ancianos, sino hacia todos los que pasan necesidad.
Nuestras parroquias no han de cerrar sus puertas y sus oídos al grito de los pobres. Se trata de la vía maestra del discipulado cristiano. Es así como damos testimonio del Señor, que no vino para ser servido sino para servir. Así ponemos de manifiesto que las personas cuentan más que las cosas y que lo que somos es más importante que lo que tenemos. En efecto, Cristo, precisamente en aquellos que servimos, se revela cada día y prepara la acogida que esperamos recibir un día en su Reino eterno.
Queridos amigos, a través de gestos sencillos, a través de acciones sencillas y generosas, que honran a Cristo en sus hermanos y hermanas más pequeños, conseguimos que la fuerza de su amor entre en el mundo y lo cambie realmente. De nuevo les agradezco su generosidad y su caridad. Les recordaré en mis oraciones y les pido, por favor, que recen por mí. A todos ustedes, los confío a la tierna protección de María, nuestra Madre y les doy mi bendición». Y concluyó diciendo en el idioma local: «Omukama Abakuume» (Que Dios los proteja).
Las monjas del Buen Samaritano le regalaron un cuadro y una escultura hecha a mano, y el Papa firmó el libro de los huéspedes ilustres. Y visitó la tumba del cardenal fundador de esta Casa de Caridad de Campala, antes de partir en el vehículo abierto.