El papa Francisco en la colina de Namugongo –lugar del martirio de 22 laicos católicos que no quisieron apostatar de su fe– celebró este sábado la santa misa. Poco antes estuvo en oración silenciosa delante del altar que conserva las reliquias de san Carlo Lwanga, el más importante de los mártires ugandeses.
En el martirologio romano se lee: «San Carlo Luanga y los doce mártires con edad entre los 14 y 30 años, pertenecientes a la corte real de los jóvenes nobles o a la guardia personal del rey Mwanga, neófitos o fieles seguidores de la fe católica, al rechazar seguir torpes pedidos del rey, en la colina de Namugongo en Uganda fueron algunos asesinados con la espada y otros quemados vivos en el fuego».
El Santo Padre presidió la eucaristía vistiendo paramentos rojos, así como los numerosos concelebrantes. Al inicio de la santa misa el coro cantó del Kyrie Eleison, mientras que el Gloria fue entonado en el idioma local.
En su homilía, el Santo Padre recordó que «desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos» por «amor por Cristo y su Iglesia». De este modo señaló a los mártires anglicanos, que «su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre".
“Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por el bautismo” recordó el Papa, precisando que el “don del Espíritu Santo se da para ser compartido”.
Señaló que los santos José Mkasa y Carlos Lwanga quisieron transmitir el don de la fe que habían recibido en tiempos difíciles. “No estaba amenazada solamente su vida, sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados” y no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a precio de la propia vida».
“Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo” dijo. Añadió que “esta apertura hacia los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los huérfanos”.
Por ello pidió a la Iglesia y en particular a las comunidades parroquiales que sigan “ayudando a las parejas jóvenes en su preparación al matrimonio, anime a los esposos a vivir el vínculo conyugal en el amor y la fidelidad, y ayude a los padres en su tarea de ser los primeros maestros de la fe de sus hijos”.
Porque para ser misioneros no hace falta viajar sino “abrir los ojos a las necesidades que encontramos en nuestras casas y en nuestras comunidades locales para darnos cuenta de las numerosas oportunidades que allí nos esperan”. Y en esto también los mártires de Uganda nos indican el camino.
Esta visión, aseguró el Papa, “nos ofrece un objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir, sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la naturaleza, la creación, nuestra casa común”.
El Pontífice concluyó pidiendo la intercesión de los “mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia” y que el “Espíritu Santo encienda en nosotros el fuego del amor divino”. Y concluyó pidiendo que Dios los bendiga, pronunciado en el idioma local: ¡Omukama abawe omukisa!