(ZENIT – Roma).- Se cumplen tres años del pontificado de Francisco, tres años de aquel ‘buona sera’ desde la ventana de la Basílica de San Pedro que atrajo la atención de millones de personas en todo el mundo. El aniversario es también ocasión para hacer balance del pontificado y para recordar y entender mejor el recorrido desde ‘el padre Jorge’ hasta el ‘Papa Francisco’.
Luis Armando Collazuol, obispo de la diócesis argentina de Concordia explica a ZENIT los recuerdos que tiene de él en las Plenarias de la Conferencia Episcopal Argentina: austero, hombre de oración, espiritualidad jesuita. Rasgos que se siguen percibiendo en su pontificado. Un pontificado que, asegura monseñor Collazuol, desde la experiencia pastoral argentina y latinoamericana de Francisco, está afectando más al mundo que a la región.
¿Cuándo conoció a Jorge Mario Bergoglio? ¿Qué recuerda de este primer encuentro?
— Monseñor Collazuol: Conocí al obispo Jorge Bergoglio en abril de 1998; antes sólo sabía de él “de oídas”. Era la primera vez que yo participaba en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, poco después de haber sido consagrado obispo en marzo de ese año, como auxiliar en la arquidiócesis de Rosario. Monseñor Bergoglio acababa de asumir como arzobispo de Buenos Aires, tras el fallecimiento, en febrero, del cardenal Antonio Quarracino. Para mí todo era nuevo, debía aprender casi todo, ir conociendo de a poco a tantos obispos y percibiendo la riqueza pastoral de cada uno. Trataba de observar, escuchar mucho, preguntar, recoger experiencias. A decir verdad, no recuerdo algo especial de Bergoglio en ese primer momento. Lo fui “descubriendo” con el pasar del tiempo y el compartir de las Asambleas Plenarias de todo el Episcopado, que son de una semana en abril y una en noviembre. Un compartir durante quince años, lo que considero una bendición.
Un par de años más tarde el arzobispo fue creado cardenal, pero entre nosotros siempre siguió moviéndose como uno más.
¿Cómo describiría al cardenal Bergoglio de Buenos Aires?
— Monseñor Collazuol: Lo he conocido poco como obispo de Buenos Aires, y más como miembro de la Conferencia Episcopal Argentina. Su presencia conjugaba rasgos de humildad y firmeza a un tiempo. Austero, hombre de oración, espiritualidad jesuita. Homilías claras, profundas, siempre recurriendo a alguna imagen, encarnadas en la realidad personal, eclesial y social, con reclamo de conversión. Acciones pastorales con valor de gesto profético. Rostro serio y sereno, con alguna sonrisa oportuna. Cuando asumió el sumo pontificado esa sonrisa se multiplicó atrayente para las multitudes pero, sobre todo, como gesto de ternura hacia el que sufre, lo que no dejó de sorprendernos.
Sus intervenciones en la Asamblea eran medidas, en un tono bajo de la voz, y su palabra siempre escuchada con atención por los hermanos obispos, porque expresaban comprensión de la realidad, juicio pastoral capaz muchas veces de amalgamar diferencias, pero sin concesiones oportunistas, muy firme en la exigencia de una Iglesia austera, en salida misionera y misericordiosa, sobre todo hacia quienes más sufren. Esto se continuó y remarcó en el pontificado. En los dos períodos que le tocó presidir la Asamblea (durante seis años), pude ver su capacidad de recoger el pensamiento y las propuestas de todos, presentando una síntesis en torno a núcleos que él percibía en el conjunto de las intervenciones.
¿Qué pensó usted cuando supo que Bergoglio había sido elegido sucesor de Pedro?
— Monseñor Collazuol: Sentí, como muchos, sorpresa, alegría y esperanza. El “efecto Francisco” se percibió en aquel momento en nuestra sociedad, sobre todo en la Semana Santa que inmediatamente siguió a su elección, en el acercamiento de muchos a la Iglesia. Ahora hay que sostener eso en el tiempo.
¿Qué valoración hace de estos tres primeros años de pontificado?
— Monseñor Collazuol: Mucho podríamos decir. Destaco solo una cosa: los gestos simbólicos de Francisco, siempre gestos de misericordia, proponen un nuevo estilo de actuación pastoral, que refleja el del mismo Jesús. Su presencia es la que comunica; sus gestos han sido enseñanza, muchas veces preceden a sus palabras, ayudan a entenderla, y hacen que el mensaje toque los corazones. Con su modo de “decir” también nos enseña que los gestos de la misericordia deben ser lenguaje pastoral de toda la Iglesia.
En estos tres años, ha tenido ocasión de encontrarle ya como Pontífice, ¿qué recuerdos guarda de esos momentos?
— Monseñor Collazuol: No he vuelto a encontrarme de modo personal con el papa Francisco; solo un saludo al pasar en la catedral de Río de Janeiro, en la misa con sacerdotes y seminaristas durante la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de 2013. Pero, más allá de eso, me impresionó en esos días la capacidad de congeniar con los jóvenes, de despertar el entusiasmo de la fe, de contagiar alegría y esperanza desde el encuentro con Cristo. Había como un intercambio; Francisco, gozoso, aparecía como rejuvenecido por el contacto con los jóvenes, y estos se mostraban como encendidos en un deseo de vida nueva en Cristo, por la escucha de la sabiduría de un padre mayor y la sintonía que se generaba con su espiritualidad y lenguaje llano.
¿De qué forma creen que está afectando a la Iglesia en Argentina tener un Papa argentino? ¿Y en América Latina?
— Monseñor Collazuol: Desde el principio comprendí que no se trataba de un Papa argentino, sino de un argentino que es Papa, porque su corazón ahora es universal. Desde la Sede romana, su horizonte es el mundo.
En el imaginario común, América Latina es el continente católico por excelencia. Pero al mismo tiempo es el lugar donde, en las últimas décadas, muchos abandonan el catolicismo. ¿A dónde van? Hacia comunidades, sectas, iglesias pentecostales y evangélicas, muchas veces sostenidas por financiadores externos, lo que debilita la unidad católica. Celebración festiva y búsqueda autorreferencial de lo religioso para “sentirse bien”, para “estar bien”, ejercen una fuerte atracción. O van hacia el vacío existencial del secularismo sin Dios y sin sentido para la vida, con sus dramáticas consecuencias. La palabra de Francisco nos ayuda a la revitalización de la misión de la Iglesia en el continente, compromiso que el Episcopado Latinoamericano ha emprendido decididamente desde Aparecida y su propuesta de Misión Continental.
En la elección del card. Bergoglio para el sumo pontificado creo intuir, además, una mirada de los Padres en el Cónclave hacia el camino evangelizador de la Iglesia en América Latina, como buscando en él una experiencia que puede dar aportes fecundos a la misión de la Iglesia universal. Ese camino de comunión y participación tuvo hitos destacados en las Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano de Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Un camino que trata de involucrar a todos en la comunión eclesial y la participación pastoral, y que sale hacia todos, con una opción preferencial por los pobres y por los jóvenes. “Una Iglesia pobre y para los pobres” dijo que deseaba el papa Francisco al iniciar su pontificado. Una pastoral que valora las semillas del Reino de Dios presentes en la cultura y en la religiosidad popular, para actuar su potencial evangelizador. Una Nueva Evangelización que se inserta en una tradición multisecular de vida eclesial, recoge el testimonio de sus artífices y testigos, y se lanza con nuevo ardor, nueva expresión, nuevos métodos, a enfrentar los desafíos del presente. Un camino de discípulos misioneros enviados a una misión permanente, amplia, generosa, que no teme adentrarse en todas las periferias humanas, no solo las geográficas, sino las del dolor, de la ignorancia y del pecado, al decir del Papa, con una búsqueda de cercanía a todos los hombres en su situación. Una Iglesia en conversión pastoral desde este paradigma misionero. Todo esto puede ser un aporte latinoamericano a la Iglesia Universal. Creo que, desde su experiencia pastoral argentina y latinoamericana, el pontificado de Francisco está afectando más al mundo que a la región.
Son muchos los temas que el Santo Padre está tocando con fuerza en estos tres años. Inmigrantes, periferias, pobreza, ecumenismo, diálogo interreligioso… ¿Son temas que se notaba que ya le preocupaban en su labor de arzobispo?
— Monseñor Collazuol: Ciertamente, todos estos temas estaban ya en la acción pastoral del arzobispo de Buenos Aires; basta ver cómo el “padre Jorge” es recordado en las “villas” (asentamientos precarios de grandes núcleos de población pobre), o ver sus amistades en el mundo ecuménico e interreligioso, especialmente judío, con quienes compartió diálogo, publicaciones y presencia en los medios de comunicación. Puedo testimoniar también cómo esta preocupación marcaba su participación en la Conferencia Episcopal Argentina. Este modo de ser Iglesia que lo caracterizaba dejó huellas profundas en el Documento de Aparecida (2007), y ahora en su ministerio petrino con dimensión de universalidad. Pero, cuando comencé a escuchar testimonios de quienes lo habían conocido antes, supe que ya todo esto anidaba en su corazón de pastor como sacerdote jesuita. Quienes han trabajado más cercanamente a él podrán contar mucho más de lo que yo puedo hacerlo ahora.
¿Alguna cosa más que quiera destacar?
— Monseñor Collazuol: Deseo que todos escuchemos y pongamos por obra el urgente llamado del papa Francisco a ser una Iglesia alegre, entusiasta, cercana a cada persona en su situación, misionera y misericordiosa. ¡Y rezar por él! como nos pide siempre.
Luis Armando Collazuol
‘Los gestos de misericordia del Papa proponen un nuevo estilo de actuación pastoral’
ENTREVISTA con Luis Armando Collazuol, obispo de la diócesis argentina de Concordia