(ZENIT – Roma).- Los migrantes víctimas de la indiferencia colectiva, los niños violados en su intimidad, los cristianos perseguidos en distintas regiones del mundo, los judíos exterminados en campos de concentración, las familias destrozadas y los poderosos que usan su supremacía sobre los más débiles. Son algunos de los dramas que aparecen en las meditaciones del cardenal Gualtiero Bassetti para el tradicional Vía Crucis en el Coliseo del Viernes Santo en Roma.
Serán catorce meditaciones que acompañarán a las catorce estaciones.“Dios es misericordia” es el título que el arzobispo de Perugia ha dado a sus reflexiones, para garantizar que es esta la verdadera esencia de Dios, así como el canal con el que Él alcanza al hombre.
Sin embargo, se plantea preguntas como ¿dónde está Dios en los campos de concentración? ¿dónde está Dios en las minas y en las fábricas donde trabajan niños como esclavos? ¿dónde está Dios en las embarcaciones que se hunden en el Mediterráneo?
“Hay situaciones de sufrimiento que parecen negar el amor de Dios”, observa. Pero no son estas el epílogo: “Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no se queda aplastado”, escribe el cardenal en la III estación. “Cristo está allí, descartado entre los descartados. Último con los últimos. Náufrago entre los náufragos. Dios se hace cargo de todo esto. Un Dios que por amor renunciar a mostrar su omnipotencia. Pero también así, precisamente así, caído en la tierra como un grano de trigo, Dios es fiel a sí mismo: fiel en el amor”.
Y Dios –subraya el purpurado en la IV meditación– se ensucia las manos con nosotros, con nuestros pecados y nuestras fragilidades. El sufrimiento que “cuando llama a nuestra puerta, nunca es esperado. Aparece siempre como una constricción, a veces incluso como una injusticia” y que “puede encontrarnos dramáticamente no preparados”.
Como por ejemplo “una enfermedad que podría estropear nuestros proyectos de vida”. “Un niño discapacitado podría turbar los sueños de una maternidad muy deseada. Esa tribulación no querida llama, sin embargo, con fuerza al corazón del hombre”. Entonces “¿cómo nos comportamos frente al sufrimiento de una persona amada? ¿Estamos atentos al grito del que sufre pero vive lejos de nosotros?”.
La respuesta a estas cuestiones aparece en la V estación. El Cirineo –indica el cardenal– nos ayuda a entrar en la fragilidad del alma humana y pone de relieve otro aspecto de la humanidad de Jesús. Incluso el Hijo de Dios ha necesitado de alguien que le ayudara a llevar la Cruz”. El Cirineo es por tanto “la misericordia de Dios que se hace presente en la historia de los seres humanos”.
Dios, escribe el arzobispo en la VI meditación “se manifiesta siempre como un rescatador valiente”. ¿Para quién? Para todos, en particular para “los millones de refugiados y desplazados que huyen desesperadamente del horror de las guerras, de las persecuciones y de las dictaduras». “¿Cómo no ver el rostro del Señor en sus rostros?”, se pregunta.
Hace referencia también al gesto de la Verónica: “El amor que esta mujer encarna nos deja sin palabras”, “el amor la hace fuerte para desafiar a los guardias, para superar la multitud, para acercarse al Señor y realizar un gesto de compasión y de fe: parar la sangre de las heridas, secar las lágrimas del dolor, contemplar ese rostro desfigurado, detrás del cual está escondido el rostro de Dios”.
En la X estación, Jesús es despojado de sus vestiduras, el cardenal explica que “ese cuerpo que el Padre ha ‘preparado’ para el Hijo” es “despreciado, ridiculizado y maltratado”, pero en él “se cumple la divina voluntad de salvación de toda la humanidad”, en él se expresa “el amor del Hijo hacia el Padre y el don total de Jesús a los hombres”.
Ese cuerpo despojado de todo menos del amor encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad y cuenta todas las heridas”. Sobre todo las «heridas más dolorosas” como las de “los niños profanados en su intimidad. Ese cuerpo mudo y sangrante, flagelado y humillado, indica el camino de la justicia. La justicia de Dios que transforma el sufrimiento más atroz en la luz de la resurrección, asegura el cardenal.
Más adelante habla de las familias rotas, de las personas que sufren porque “creen que ya no tienen dignidad porque no tienen un trabajo». Y de los jóvenes que “obligados a vivir una vida precaria”, “pierden la esperanza por el futuro”.
Por misericordia, “Dios se ha abajado” hasta “postrarse en el polvo del camino”. Y a este polvo bendecido, ultrajado, violado y depredado por el egoísmo humano, “el Señor ha reservado su último abrazo”. Jesús muere en la cruz, pero ¿es esta la muerte de Dios? El cardenal asegura que no lo es: “es la celebración más alta del testimonio de la fe».
Via Crucis en el Coliseo de Roma (foto archivo - Copyright Osservatore Romano)
Migrantes, niños abusados y familias rotas en el centro del Vía Crucis
En las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo, el arzobispo de Perugia señala los dramas y sufrimientos del mundo y recuerda que Dios es misericordia