(ZENIT – Roma).- Después de visitar el campo de refugiados Moria y de firmar la declaración de Lesbos, el papa Francisco acompañado por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I y por el arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo II, se dirigieron al puerto de la isla de Lesbos para recordar a quienes murieron realizando los llamados ‘viajes de la esperanza’.
El Santo Padre en sus palabras agradeció la solidaridad del pueblo griego hacia los inmigrantes y señaló que no basta limitarse a tomar medias de emergencia, sino que es necesario crear condiciones de paz, acabar con la guerra y el tráfico de armas.
A continuación se realizó una ceremonia en memoria de las víctimas de las migraciones. El patriarca Bartolomé, rezó primero pidiendo a Dios que proteja a la población. A continuación el papa Francisco lo hizo por los niños mujeres y hombres que murieron en la travesía, y pidió que no los olvidemos. Concluyó recordando que “somos todos migrantes viajadores de esperanza hacia Ti”.
Fue observado también un minuto de silencio durante los cuales niños llevaron a los tres líderes, las coronas de laurel que fueron lanzadas al mar.
La oración del Papa:
Dios de Misericordia,
te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños
que han muerto después de haber dejado su tierra,
buscando una vida mejor.
Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre,
para ti cada uno es conocido, amado y predilecto.
Que jamás los olvidemos,
sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras.
Te confiamos a quienes han realizado este viaje,
afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación,
para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza.
Así como tú no abandonaste a tu Hijo
cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro,
muéstrate cercano a estos hijos tuyos
a través de nuestra ternura y protección.
Haz que, con nuestra atención hacia ellos,
promovamos un mundo en el que nadie se vea forzado a dejar su propia casa
y todos puedan vivir en libertad, dignidad y paz.
Dios de misericordia y Padre de todos,
despiértanos del sopor de la indiferencia,
abre nuestros ojos a sus sufrimientos
y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano
y del encerrarnos en nosotros mismos.
Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros,
para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas
a quienes llegan a nuestras costas.
Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones
que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos,
como una única familia humana,
somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti,
que eres nuestra verdadera casa,
allí donde toda lágrima será enjugada,
donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.