Jesús en Jerusalén- (Monastero del monte Atos 1535)

Jesús en Jerusalén- (Monastero del monte Atos 1535)

Riqueza interior

XIV Domingo Ordinario

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Isaías 66, 10-14: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río”
Salmo 65: “Las obras del Señor son admirables”
Gálatas 6, 14-18: “Llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado”
San Lucas10, 1-12. 17-20: “El deseo de paz de ustedes se cumplirá”
Tanto tiempo sin lluvia había matado las ilusiones del pueblo. Todo era triste y la sequía se alargaba interminable. El campo árido, polvoso, se tornaba cada vez más seco y agresivo. Las siembras, una y otra, vez se habían perdido. El ganado moría de hambre y de sed. No se había visto una sequía igual. Muchos emigraron buscando nuevos horizontes. Años de sequía. Y cuando ya no había esperanza y cuando menos lo esperaban, llegó la lluvia como bendición.
Una lluvia suave y constante, una lluvia refrescante y vivificadora. Una lluvia que con el pasar de los días ha devuelto el verdor y sobre todo la esperanza. ¡Hasta el manantial, que tenía años reseco, resurge a borbotones! ¡Hay nueva vida! Donde sólo había amenazas de muerte, han renacido gérmenes de resurrección.
El profeta Isaías con imágenes parecidas, alienta la esperanza de un Israel que ya está a punto de desfallecer: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado”. El Señor nunca se deja vencer por el mal.
Quizás ahora a nosotros nos esté pasando que al contemplar las situaciones de injusticia y de corrupción, de violencia y de agresividad, estemos perdiendo la esperanza. Pero el verdadero discípulo sabe que su fortaleza está en el Señor y no se puede permitir sucumbir al pesimismo ni dejar las cosas como están o como quisieran algunos que continuaran en contra de los más pequeños y desprotegidos.
El Evangelio de Jesús siempre nos renueva, siempre nos alienta y siempre está brotando a pesar de las adversidades y dificultades externas. El Evangelio está en el corazón de los discípulos y los impulsa a llevar con alegría y entusiasmo su mensaje de vida nueva.
Hoy San Lucas nos lo recuerda con delicadeza pero con exigencia. Continuando el texto iniciado hace ocho días donde expresaba las exigencias del discipulado nos refiere que: “Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos”. En paralelo con la misión de los doce, nos narra la misión de los setenta y dos, para enseñarnos que la responsabilidad y legitimidad misionera es de todos; no sólo de unos cuantos. Restringir el encargo de anunciar el Evangelio a sacerdotes, religiosos y misioneros, es empobrecer el texto y el envío universal hecho por Jesús.
Aunque con frecuencia proclamamos que “la Iglesia somos todos”, después lo olvidamos de ambas partes. El fiel laico no se toma en serio su papel como miembro de la Iglesia confrontado con un mundo hostil y agresivo. No asume su papel de protagonista de la evangelización y de la transformación de la sociedad. Se guarda en su corazón la Buena Nueva y no la proclama en sus espacios.
Desgraciadamente tampoco quienes deberíamos reconocerles ese derecho y esa participación, hemos respetado sus derechos, ni hemos abiertos campos con toda la amplitud y responsabilidad necesarias. Es una tarea grande, aún por realizar, el papel del laico y de la mujer en la Iglesia.
Quizás nos ahogan las presiones y contrariedades de una sociedad que camina por otros senderos y tiene otros ideales. Pero Jesús ya nos lo anunciaba. Nos hemos acostumbrado a sus expresiones y no les damos toda la importancia que contienen. Si nos ponemos a escucharlas interiormente, tocan nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de entender y de acoger su Evangelio.
¿Qué nos dicen las palabras de Jesús: “Pónganse en camino; Yo los envío como corderos en medio de lobos”? En una sociedad que se nos presenta tan mezquina y tan agresiva, ¿se puede vivir de otra manera que no sea a ese estilo o encerrados a la defensiva? Y sin embargo Jesús propone otra forma, la que Él mismo vivió. Nos invita a vivir de tal manera que toda persona pueda descubrir que la bondad, la amistad, la paz y la solidaridad existen. De ahí el saludo que ordena al discípulo: “Que la paz reine en esta casa”.
Y solamente quien tiene paz interior podrá ofrecer paz a los que están a su alrededor. Y entendamos que paz, no es la indiferencia o el desentendimiento de los problemas, sino al revés: enfrentar con serenidad los mismos problemas. La paz es el bien deseado y añorado en nuestros tiempos y es la tarea primordial que con ahínco y entusiasmo debe realizar el discípulo, con la confianza puesta en Jesús. Saberse ovejas que enfrentan al lobo y no perder la armonía interior.
Es curioso además lo que propone Jesús: nos envía en medio de los lobos y nos pide que no llevemos prácticamente nada. La única riqueza que permite es la riqueza del corazón.
El testimonio de pobreza es condición necesaria para un auténtico servicio de evangelización y es un dato históricamente comprobado que el afán prioritario de eficacia, recurriendo al poder, al dinero o hasta las armas, ha desvirtuado y corrompido, y desvirtúa y corrompe, los más puros valores evangélicos.
Jesús nos enseña que su “Buena Nueva” nace desde los pobres, con los pobres y desde ellos se proclama. Así como nació, vivió y murió Jesús. Así es como también lo reconoce San Pablo que se atreve a presumir de llevar en su cuerpo la marca de los sufrimientos que ha pasado.
El mensaje a proclamar está aún más claro: “Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios”. Sí, ese Reino que hace presente Jesús en medio de los sencillos y los humildes, ese Reino donde los pobres escuchan una Buena Nueva, ese Reino donde los sordos oyen, los ciegos ven y los pecadores quedan limpios. Ese Reino es toda una novedad aún en nuestros días.
Ese Reino es el que Jesús nos invita hoy a vivir, a anunciar y a demostrar que es posible hacerlo presente en nuestros días. ¿Cómo estamos haciendo nuestra tarea de anunciar el Reino? ¿Como laicos manifestamos la alegría de anunciar el Evangelio en todos los espacios de nuestra sociedad? ¿Estamos dispuestos a asumir las consecuencias de vivir el Evangelio?
Señor Jesús, que has puesto el tesoro más grande al cuidado de los pobres y humildes, concédenos la riqueza interior para proclamar con alegría tu Evangelio. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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