(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Los cálculos más recientes de la Organización Mundial de la Salud indican que 400 millones de personas en todo el mundo sufren de las enfermedades definidas como “raras”. Más dramático aún es el escenario de las enfermedades “descuidadas”, porque afectan a más de mil millones de personas: en su mayoría son de naturaleza infecciosa y están difundidas en las poblaciones más pobres del mundo, con frecuencia en países en los que el acceso a los servicios sanitarios es insuficiente para cubrir las necesidades esenciales, sobre todo en África y en América Latina; en áreas de clima tropical, con una potabilidad insegura del agua y desprovistas de buenas condiciones higiénico-alimentarias, de vivienda y sociales.
El desafío, desde el punto de vista epidemiológico, científico, clínico-asistencial, higiénico-sanitario y económico es, pues, desmesurado, porque implica responsabilidades y compromisos a escala global: autoridades políticas y sanitarias internacionales y nacionales, agentes sanitarios, industria biomédica, asociaciones de ciudadanos/pacientes, voluntariado laico y religioso.
Así lo explica el papa Francisco, en su mensaje a los participantes de la XXXI Conferencia Internacional sobre el tema ”Por una cultura de la salud acogedora y solidaria al servicio de las personas afectadas por patologías raras y descuidadas”, promovida por el Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, al finalizar su encuentro celebrado del 10 al 12 de noviembre en el Vaticano.
En el mensaje, enviado al secretario del dicasterio, monseñor Jean-Marie Mupendawatu, el Pontífice subraya que esta Conferencia se propone realizar un “examen sobre el estado de las cosas”, así como de la “identificación y relance de líneas” para intervenir en este particular escenario médico-sanitario, teniendo como valores esenciales el “respeto de la vida”, de la “dignidad” y de los “derechos de los enfermos”, junto con el compromiso acogedor y solidario, y realizando estrategias curativas llevadas adelante con un sincero amor hacia la persona concreta que sufre, también de una enfermedad “rara” o “descuidada”.
Además, el Papa habla de un “desafío desmesurado, pero no imposible”. Y señala que dada la complejidad de la materia resulta necesario “un acercamiento multidisciplinario y conjunto”. Un esfuerzo –indica– que involucra a todas las realidades humanas interesadas, institucionales y no, y entre ellas también a la Iglesia católica.
A este punto, el Santo Padre propone algunas consideraciones para contribuir a la reflexión. La primera es que, si la persona humana es el valor eminente, se deduce que cada persona, sobre todo aquella que sufre, merece sin indecisión todo “esfuerzo para ser acogida, cuidada y, en lo posible, curada”. Se requiere un “acercamiento integrado” y “atentas valoraciones del contexto” que tienen como finalidad “la planificación y la realización de las estrategias operativas”, así como “encontrar y administrar los ingentes recursos necesarios”.
Junto con el estudio científico y técnico, –asegura Francisco– resultan cruciales la determinación y el testimonio de quien se pone en juego en las periferias no sólo existenciales sino también asistenciales del mundo, como con frecuencia es el caso de las enfermedades “raras” y “descuidadas”.
Asimismo, el Pontífice recuerda que la Iglesia está desde siempre presente en este campo y “continuará en este comprometedor y exigente camino de cercanía y de acompañamiento” al hombre que sufre.
Por otro lado, recuerda que la relación entre estas enfermedades y el ambiente es determinante. Tal y como explica, muchas enfermedades raras tienen causas genéticas, para otras los factores ambientales tienen una fuerte importancia; pero también cuando las causas son genéticas, el ambiente contaminado actúa como multiplicador del daño. Y la carga mayor –advierte Francisco– pesa en las poblaciones más pobres.
La segunda consideración sobre la que llama la atención es que para la Iglesia sigue siendo prioritario mantenerse dinámicamente en un estado de “salida”, a fin de dar testimonio en lo concreto de la misericordia divina, haciéndose “hospital de campo” para las personas marginadas, que viven en cada periferia existencial, socio-económica, sanitaria, ambiental y geográfica del mundo.
Y la tercera y última consideración tiene que ver con el tema de la justicia. La consideración a escala social de este fenómeno sanitario — observa el Papa– reclama una clara instancia de justicia, en el sentido de “dar a cada uno lo suyo”. Es decir, “el mismo acceso a los cuidados eficaces para las mismas necesidades de salud”, independientemente de los factores referentes a los “contextos socio-económicos, geográficos y culturales”.
La razón de esto, aclara el Santo Padre, descansa sobre tres principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia. La sociabilidad, según el cual el bien de la persona se refleja en toda la comunidad. La subsidiaridad que, por un lado, sostiene, promueve y desarrolla socialmente la capacidad de cada persona de dar cumplimiento para sí y para las propias aspiraciones legítimas y buenas; por el otro, ayudará a la persona allí donde ella no logre por sí misma superar posibles obstáculos como es el caso, por ejemplo, de una enfermedad. Y el tercer principio es la solidaridad.
Sobre estas tres bases “se pueden identificar soluciones realistas, valientes, generosas y solidarias” para afrontar, aún más eficazmente, y resolver la emergencia sanitaria de las enfermedades “raras” y de aquellas “descuidadas”.
Hospital
Francisco asegura que cada persona merece todo esfuerzo para ser acogida, cuidada y curada
Mensaje del Santo Padre a la Conferencia Internacional sobre el tema ”Por una cultura de la salud acogedora y solidaria al servicio de las personas afectadas por patologías raras y descuidadas”