Ciclo A
Textos: Levítico 19, 1-2.17-18; 1 Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: La caridad es el distintivo, signo, señal y seña del seguidor de Cristo.
Resumen del mensaje: El único y nuevo mandamiento que Cristo nos dejó fue la caridad. En esto nos jugamos la santidad y la perfección (primera lectura y evangelio). En el Antiguo Testamento el amor al prójimo tenía una medida: “como a ti mismo”. La motivación profunda de nuestro amor al prójimo es porque el Espíritu de Dios habita en el hermano (segunda lectura), redimido por Cristo. Para Cristo este mandamiento de la caridad va más allá de la justicia humana equilibrada o ley del talión, hasta la paradoja de “presentar la otra mejilla, amar al enemigo y rezar por los que nos persiguen” (evangelio). Cristo es el espejo en donde mirarnos para vivir la caridad.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, para poder vivir esta caridad tenemos que mirar el primer modelo, el Dios lleno de misericordia, encarnado en Cristo, que entregó nada menos que su vida como muestra de su amor. Dios en Cristo amó a todos, sin distinción de razas, lengua y color. Dios ya desde el Antiguo Testamento es un Dios paciente y misericordioso con su pueblo infiel a la alianza, idólatra. Y en el Nuevo Testamento ese Dios se hizo hombre en Cristo, para revestirse de nuestra carne y así podamos nosotros “tocar su carne” en la persona del pobre y necesitado, como dice el Papa Francisco. Esa caridad fue infundida por Dios el día del bautismo, como semilla que debemos regar, abonar y hacer fructificar.
En segundo lugar, viviendo esta caridad imitamos en cierto sentido la santidad de Dios (primera lectura). Viviendo la caridad, construimos la comunidad que es un templo de Dios, como nos dice san Pablo en la segunda lectura, unidos en Cristo. Viviendo esta caridad sabremos también corregir fraternalmente al hermano cuando quiera ir por malos caminos (primera lectura) y ofrecerle una palabra oportuna, no desde la agresividad, sino desde el amor. Amar no significa cruzarse de brazos.
Finalmente, esa caridad comienza por casa, con los más cercanos, que son los que más motivos y ocasiones nos dan de practicarla: en la familia, en el equipo de trabajo, en la comunidad religiosa y en la parroquial. No dar importancia a pequeñeces, sobre las que discutimos a veces perdiendo el humor y la paz. Esa caridad no con palabras bonitas o con teorías, sino con gestos concretos (evangelio). También caridad con los pobres, los débiles, los pecadores, los que están en las periferias, como tantas veces nos dice el Papa Francisco. Y el culmen, caridad para perdonar a los enemigos y a los que nos maltratan, poniendo la otra mejilla. El cristiano saluda a los adversarios, presta gratuitamente, no responde con contraataques, está pronto a la reconciliación sin albergar sentimientos de represalia y cortando las escaladas del rencor en nuestro trato con los demás.
Para reflexionar: ¿Utopía? ¿Asignatura pendiente en algunos cristianos? ¿Entendimos el mensaje difícil de Jesús? ¿Lo practicamos? En esto nos jugamos nuestro nombre de cristianos.
Para rezar: Señor, dilata mi corazón para que pueda vivir la caridad. Pon en mi pecho tu corazón, de lo contrario jamás podré perdonar las ofensas que me han hecho mis hermanos. En mi oración hazme una diálisis de mi sangre espiritual. Consciente de que mis hermanos son tu carne doliente y sagrada, quiero amarte a Ti en ellos. Quiero cuidar tu carne, sanarla, limpiarla, y nunca dañarla.