Isaías 56, 1. 6-7: “Conduciré a los extranjeros a mi monte santo”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”
Romanos 11, 13-15. 29-32: “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección”
San Mateo 15, 21-28: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”
Sólo el camellón, donde se resguarda, conoce sus penas. Día a día, tratando de simular una sonrisa, se acerca a los vehículos a ofrecer sus mercancías. Recibe la mayoría de las veces un “no” rotundo, un desprecio o una ignorancia disimulada. “También hay quien me sonríe, pregunta por mis mercancías y me compra algo. Así voy sobreviviendo, pero para una mujer sola, con mi niño, con las dificultades para entender la castilla… es muy difícil. Aunque Irapuato es también México, muchos me miran con desprecio y me siento extranjera en mi tierra por ser indígena y mujer. Pero ya no quiero volver a mi comunidad. También a veces me molestan los que andan drogados o la policía… como si uno estuviera robando. Qué difícil ser mujer indígena en la ciudad”.
Si preguntáramos, todo mundo nos contestaría que no es partidario de la discriminación, pero la hay y está a la vista. Y así como nos chocan las realidades de nuestro entorno, seguramente nos chocarán las expresiones que hoy encontramos tan fuertes en el Evangelio. Nos habíamos acostumbrado, sobre todo en los últimos domingos, a un Jesús misericordioso y compasivo. A quien hablaba de un amor universal, hoy lo encontramos diciendo: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Quien había hecho la multiplicación de los panes como signo de una mesa universal, ahora afirma: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos” y se muestra duro para conceder un favor a una pobre mujer cananea. Dos de sus más grandes presupuestos: la universalidad y el amor incondicional y respetuoso a la mujer y a cualquier persona, hoy parecería que son puestos en tela de juicio por esta narración.
¿Qué encontramos tras la narración de la mujer cananea? Está la ideología del tiempo de Jesús donde Israel se autonombraba como el único portador de las esperanzas de salvación y llamaba infieles a los otros pueblos. Adoptaba una postura intransigente ante los pueblos paganos llamándolos incluso “perros” como sinónimo de incrédulo y en contraposición a la “oveja”, el arquetipo de la docilidad y pertenencia al pueblo. Es posible que en su memoria estuvieran algunas de las deidades vecinas que presentaban figuras de canes en cuerpos de hombre. Por otro lado está toda la discriminación y desprecio que la mujer israelita sufría considerada con frecuencia impura y ocasión de pecado. Si en un primer momento Jesús se muestra acorde con esta ideología, pronto rompe estas esclavitudes y abre el camino a la libertad. El sufrimiento no conoce fronteras y la compasión de Dios llega a todos por igual.
Nos causan admiración y criticamos fuertemente las situaciones de Israel que parecen perdidas en el tiempo y en el espacio. Sin embargo constantemente somos testigos de cómo nuestras modernas civilizaciones aceptan y justifican la discriminación a los pueblos diferentes y de cómo la mujer continúa viviendo en un ambiente de inferioridad y opresión. La xenofobia sigue haciendo estragos en nuestras sociedades. Las fronteras son cada día más custodiadas para impedir el paso de los hermanos que buscan una mejor vida. Nos escandalizamos de la palabrería insultante de Trump y del trato que reciben los migrantes mexicanos más allá de nuestras fronteras, pero mexicanos y centroamericanos siguen pasando las de Caín en nuestro propio territorio. Hay mexicanos de primera y de segunda; y hay mexicanos que no tienen voz, ni ningún derecho. La mujer con grandes trabajos va logrando espacios en la sociedad y en la Iglesia, sin embargo sigue siendo explotada y oprimida. Se le utiliza y se le denigra. Se le considera objeto de lujo o de placer y como a “objeto” se le trata. Su trabajo es menos remunerado y se le chantajea y acosa. Son violadas y denigradas. Es escandaloso el número de mujeres que sufren violencia en el propio hogar o son reducidas a un trabajo doméstico, obligado, sin retribución y sin aspiraciones.
¿Tiene Jesús estas palabras en su corazón? ¿Cambió su actitud obligado por la oración de la mujer o por la insistencia de los apóstoles? Hay quienes afirman que la tenacidad y la fuerza de la oración de aquella madre provocan este milagro al igual que en Caná la insistencia de María provocó la conversión del agua en vino. Hay quienes dicen que es pedagogía de Jesús para enseñar no solamente el valor de la oración, sino también para abrir la puerta a los gentiles y reconocer la dignidad de la mujer. El mensaje de esperanza de Jesús va destinado a todos los hombres y mujeres, sea cual sea su nación o su condición. Así lo anuncia el profeta Isaías en la primera lectura: “Mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”, hablando expresamente de la acogida a los extranjeros que se han adherido al Señor. Desde el inicio del evangelio de hoy se nos anunciaba cómo Jesús se dirigía a la comarca de Tiro y de Sidón para escándalo de los judíos. Era acercarse descaradamente a los paganos. Y el mismo Evangelio concluye con una alabanza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Precisamente aquello de lo que más se enorgullecía Israel, su credo, ahora lo escucha pero atribuido a ¡una mujer!, ¡una mujer pagana!, ¡cananea!
El Papa Francisco ha insistido constantemente en las tres tareas que nos deja hoy Jesús: la primera es el sentido de universalidad, Dios no se encierra en nuestros pobres esquemas de capillismo, de sentirnos los únicos, de no querer ver como hermanos a los que son de otro grupo, otra raza, de otro pueblo, de otro credo. La segunda será la lucha seria por un verdadero equilibrio entre la dignidad del hombre y la mujer, su papel y su participación dentro de la sociedad y de la Iglesia. Y la tercera, el poder de la oración insistente. La mujer cananea, llena de fe, arrodillada a los pies de Jesús será una escuela de oración y una invitación a valorar el sentido de la oración. ¿Cómo podremos abrirnos a los hermanos diferentes? ¿Qué podemos hacer para un respeto de la dignidad de la mujer? ¿Cómo es nuestra oración, sobre todo cuando no alcanza en un primer momento lo que nosotros quisiéramos?
Padre Bueno, enciende nuestros corazones con el fuego de tu amor para que, amándote, difundamos tu amor entre todos los hombres, respetemos la dignidad de cada uno, en especial de la mujer y hagamos vida el Evangelio de tu Hijo, Jesús. Amén.
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"Tres tareas", por Mons. Enrique Díaz Díaz
Reflexión del Evangelio en el XX Domingo del Tiempo Ordinario